11 de diciembre de 2016

Alegres éramos... Elvio Romero



Alegres éramos...



Usted sabe, señor,

qué alegría colgaba en la floresta;

qué alegría severa

como raigambre sudorosa;

cómo el alegre polvo veraniego

fulguraba en su lámina esplendente,

cómo, ¡qué alegremente andábamos! 

¡Qué alegremente andábamos! 

Usted sabe, señor,

usted ha visto cómo

la lluvia torrencial sempiterna caía

sobre un textil aroma de bejucos salvajes

y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos

su flora resbalosa,

su acuosa florería. 

Usted sabe, señor,

cómo los sementales retozaban

hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,

con qué poder la noche deponía

su amargura en la altura del rocío

tal como deponía la desdicha

su arma en las arboledas. 

Usted sabe qué alegre

aflicción de racimos por las ramas

en frutal arco iris vespertino;

cómo alegres luciérnagas subían

a encender las estrellas,

a conducir azahares que estallaban

como emoción nupcial o lumbraradas. 

Usted sabe, señor,

que antes de que aquí se enseñoreara

la pobreza, frunciendo hasta las hojas,

desesperando el aire,

bien sabe, bien conoce

que cualquier miserable aquí podía

fortificar un canto en su garganta,

en su pecho opulento. 

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!

Juvenil, ¡cómo izabas

una sonrisa fértil como un grano,

cómo te coronaban los jazmines

y cómo yo apuraba

mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!) 

Antes, antes de la amargura,

antes de que sorbiéramos

un caudaloso cáliz de indigencias boreales,

antes de que amarraran los perfumes,

que en su reverso el sol guardase el hambre,

¡qué alegres caminábamos! 

Antes,

antes de que el aura ofendieran,

de arrancar la raíz sangrándole los bulbos,

antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,

qué alegría, señor,

¡qué alegremente andábamos! 



Elvio Romero


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