16 de agosto de 2016

Digo guerras, Antonio Esteban Agüero

Digo Guerras


Y después a lo largo de centurias
se dibujó la inacabable guerra:
marejada de chuzas que subía
en galopante y ancestral marea
a romper el Malón en los fortines
de paloapique o levantada piedra.
Que vivir era entonces milagroso,
porque la vida era una débil hebra
suspendida del viento que cortaba
golpe de lanza, inadvertida flecha,
boleadoras zumbantes, o violento
jirón de lazo o puñalada cruenta.
Cualquier día y en cualquier instante
los vigías de El Lince o El Varela,
con el humo de cardos anunciaban:
«Ya se viene el Malón; estad alerta».
Y en San Luis resonaba una campana
cuyo rebato clausuraba puertas,
tras el miedo de pálidas mujeres
que en hornacinas alumbraban velas,
y los hombres montaban a caballo
armados de espadas o escopetas...
Unas veces vencían, y otras veces
el Malón se volcaba por la aldea
como trueno que viento parecía,
altas las chuzas y las duras crenchas
perfilando en la sombra del poniente
un desfile de bárbaras cimeras.
Fue a veces San Luis, otras Mercedes,
otras El Morro. Saladillo, o Renca,
pero siempre los últimos fortines
que el Río Quinto en su cristal espeja.
Yo quisiera decir para vosotros
algunos hechos de esa larga guerra,
que no van en memoria de papeles
sino que vienen animando lenguas,
y cantar la batalla que una tarde
en Laguna Amarilla sostuvieran
Baígorrita. el Cacique ranquelino,
y el Caudillo puntano. Lanza Seca.
Resonaba el combate, entre las balas
y los caballos de espumosa fuerza
se buscaron los jefes enemigos
con el duro rencor de las espuelas.
Por detrás de la pólvora se oían.
-¡Maula!- gritaron, y soltaron esas
masculinas palabras cuyo golpe
arde en la faz como picor de abeja.
De repente las balas se apagaron,
mudas quedaron tercerola y flecha,
y ambos grupos un círculo cerraron
en torno a Baigorrita y Lanza Seca.
Y los dos, con la lanza solamente,
despuntaron la flor de la pelea,
frente a indios y blancos que callaban
como quien mira una sagrada fiesta.
Remolinos de potros, y artimañas
de centauros veloces, cuya ciencia
les llegaba por sombras de la sangre
desde jinetes que ya son leyenda;
acezar de los pechos, y relinchos;
eran dos hombres y también dos bestias
disputándose el ramo de la Vida
sobre el brillo redondo de la arena.
De repente la lanza del puntano
vióse bajar con masculina fuerza
sobre el rostro del indio Baigorrita
que se dobló sobre las crines negras
del trotón malonero que emprendió
-¡ese vuelo de cascos en la hierba!-
un galope de fuga hacia la Pampa
que lo esperaba con la falda abierta...


Antonio Esteban Agüero

De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)

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