«Siddhartha»
Este libro extraordinario es, por el gran
mensaje que encierra, mi libro favorito.
Henry Miller
Tras las sombrías melancolías, los purpúreos
desgarramientos del libro «Klingsor», la inquietud logra una especie de
descanso: parece haberse alcanzado una etapa desde la que se ofrece una visión
lejana del mundo. Pero se presiente que todavía no es la última.
Stefan Zweig
Comencé «Siddhartha» en
invierno de 1919; entre la primera y la segunda parte hubo un intervalo de casi
año y medio. Hice entonces la experiencia —naturalmente no por primera vez,
pero con más dureza— de que es absurdo querer escribir sobre algo que uno no ha
vivido, y en aquella larga pausa, cuando había desistido ya de escribir
«Siddhartha», tuve que recuperar un trozo de vida ascética y meditativa antes
de que el mundo del espíritu indio, sagrado y afín desde mi adolescencia,
pudiese ser de nuevo una patria real. Que no me quedase en ese mundo, como un
converso en la religión elegida, que abandonase una y otra vez ese mundo, que a
«Siddhartha» siguiese «Steppenwolf», es algo que a menudo me reprochan con
pesar los lectores que aman «Siddhartha», pero no han leído a fondo
«Steppenwolf». No tengo nada que decir, respondo tanto del «Steppenwolf» como
de «Siddhartha»; ini vida y mi obra constituyen para mí una unidad natural, que
me parece innecesario demostrar o defender. (Del epílogo a «Weg nach Innen»
(«Camino hacia el interior»).)
De un diario
(1920)
Desde hace varios meses mi poema indio, mi
halcón, mi girasol, el héroe Siddhartha está detenido en un capítulo malogrado.
Recuerdo perfectamente el día en que vi que no podía seguir, que tenía que
esperar, qur debía surgir algo nuevo. Empezó tan bien, crecía tan derecho, y de
repente se acabó. Los críticos y biógrafos hablan en estos casos de una
disminución de fuerzas, de la paralización de la mano, de una disipación por
causas externas —¡Léase cualquier biografía sobre Goethe con sus torpes
comentarios!
Mi caso es simple y tiene explicación. Todo
iba espléndidamente en mi obra india mientras escribía sobre lo que yo había
vivido: el estado de ánimo del joven «brahmán» que busca la sabiduría, que se
mortifica y disciplina, que ha aprendido la humildad y que ahora la descubre
como obstáculo en su camino hacia el Bien supremo. Cuando acabé con
«Siddhartha», el paciente y asceta, con «Siddhartha», el luchador y sufriente,
y quise escribir sobre Siddhartha el vencedor, el afirmador, el dominador, no
pude. Sin embargo, un día volveré a él, el día de días, tarde o temprano, y
será por fin un vencedor.
Creo que tiene Usted toda la razón en sus
objeciones contra la evolución de «Siddhartha», si ve en mi historia algo
paradigmático y pedagógico, una especie de guía de la sabiduría y la vida
ejemplar. Pero esa no es mi historia. Si hubiese querido describir a un
Siddhartha que alcanza el nirvana o la perfección, hubiese tenido que
imaginarme algo que sólo conozco a través de los libros o de mis intuiciones,
pero no por mi propia experiencia. Pero no quería ni podía; yo sólo pretendía
describir en mi leyenda india las evoluciones y situaciones que conocía y había
vivido realmente. No soy ni un líder, ni un maestro, sino un ser que da
testimonio, que se afana y busca, que no tiene otra cosa que dar, que el
testimonio más auténtico de lo que ha sucedido y ha adquirido importancia para
él en su vida. Cuando escribí «Siddhartha», en una época seria e intensa de mi
vida, mi profundo deseo era que el pequeño libro fuese leído y juzgado también
en la India. Han pasado treinta años antes de que se cumpliese mi deseo.
(Carta, 1953)
A los lectores persas de
<Siddhartha>
(1958)
Esta historia fue escrita hace casi cuarenta
años (Fue escrita hacia 1921/1922). Es el testimonio de un hombre de origen y educación cristianos que
abandonó pronto la Iglesia y se esforzó mucho en comprender otras religiones,
especialmente las formas de fe indias y chinas. Yo traté de averiguar la
relación que existe entre todas las religiones y todas las formas de fe
humanas, lo que está por encima de todas las diferencias nacionales, lo que
puede ser creído y venerado por cada raza y cada individuo.
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