25 de marzo de 2016

El pico corvo, Osvaldo Guevara

EL PICO CORVO

El barrilete esplende inalcanzable, altísimo. Su geometría se dulcifica como si el cielo untara sus nubes con una espuma azul.
Su planeo inocente transmite a mi cuerpo una ingravidez de levitación.
Conmovido por su lejanía acorto el hilo interminable. El barrilete pierde su vaguedad remota, atenúa su abstracta libertad. Nítido y tembloroso, me pertenece otra vez.
Poderoso, agorero, irrumpe otro barrilete. Su color abruptamente rojo despide destellos fantasmales. En el extremo de su cola con ondulaciones de víbora relampaguea un objeto en el que la contundencia del sol se multiplica agriamente como en un vidrio roto; un objeto absurdo que adquiere de pronto una evidencia lacerante. Es una hoja de afeitar filosa, candente. Su fulgor zigzaguea, se aproxima a mi barrilete como el pico de un ave de rapiña o una paloma. Con un movimiento certero y fugaz de puñal asesino la hoja de afeitar siega el hilo que late en mi mano.
Cabeza decapitada, mi barrilete se abate, desciende aterido, cae irremediablemente detrás de una arboleda huraña, se hunde como un sol que ya no pudiera levantarse del mar.
Esta escena ocurrió en mi infancia. Pero sigue ocurriendo. En mi vigilia y a veces también en mi sueño cae y vuelve a caer el juguete indefenso.
Ya no vuelan barriletes por el cielo de mi ciudad. Añoro esa gracia leve como la respiración de una flor. Y sin embargo, esa ausencia me alivia. Porque desde aquel barrilete abatido nunca me atreví a remontar otro y cada vez que alguno apareció en la altura temí.
Algo semejante me sucede con las palomas.
Cuando las contemplo trazar sobre el azul su contorno angélico creo presentir que desde una rama retorcida del aire va a lanzarse sobre ellas un pico corvo, impecable en su atávica misión de hacer añicos la hermosura del día.



Osvaldo Guevara

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