¿QUIÉN ERA JUAN MATUS, EN REALIDAD?, Carlos Castaneda del
Libro El Lado activo del infinito (1998)
El segmento de la historia de mi encuentro con don Juan
que él no quería oír, tenía que ver con los sentimientos e impresiones que
sentí al entrar, ese día fatal, a su casa; el contradictorio choque entre mis
expectativas y la realidad de la situación, y el efecto que un racimo de las
ideas más extravagantes que jamás he tenido causó en mí.
Eso es más bien una confesión que una narración de
sucesos me dijo una vez, cuando intenté contárselo.
No puede estar más errado, don Juan empecé, pero me
detuve. Algo en su mirada me dijo que él tenía razón. Lo que yo dijera
parecería halago, adulación. Lo que pasó durante nuestro primer verdadero
encuentro, sin embargo, fue de una importancia trascendental para mí, un suceso
de consecuencias finales.
Durante mi primer encuentro con don Juan, en la estación
de autobuses de Nogales, Arizona, algo de una naturaleza extraordinaria me
sucedió, pero estaba camuflado por mis preocupaciones con la presentación del
yo. Quería causarle una fuerte impresión a don Juan, y al intentarlo, había
enfocado toda mi atención en el acto de venderme, por decirlo así. Sólo después
de meses sucedió que un residuo extraño de sucesos olvidados empezó a aparecer.
Un día, de la nada y sin que yo lo provocara o lo dirigiera,
me acordé de algo con una claridad extraordinaria, algo que me había pasado
completamente por alto durante mi encuentro mismo entre don Juan y yo. Cuando
me frenó al querer decirle mi nombre, me había escudriñado y su mirada había
penetrado en mis ojos, dejándome paralizado. Había infinitamente más que yo le
podía decir acerca de mí. Podría haber expuesto durante horas y con gran
detalle mi conocimiento y valor, si no hubiera sido que su mirada me dejó seco.
En vista de esta nueva realización, me puse a considerar
de nuevo todo lo que me había ocurrido en aquella ocasión. Mi conclusión
inevitable fue que había experimentado la interrupción de cierto flujo
misterioso que me mantenía, un flujo que jamás antes había sido interrumpido,
por lo menos no en la manera en que lo hizo don Juan. Cuando intenté describir
a mis amigos lo que había experimentado físicamente, un extraño sudor empezó a
cubrirme el cuerpo entero; el mismo sudor que había sentido cuando don Juan me
dio esa mirada; en ese momento, no solamente había sido incapaz de pronunciar
una sola palabra, sino también de tener un solo pensamiento.
Por algún tiempo después, me quedé enfocado sobre la
sensación física de la interrupción, para la cual no encontraba yo ninguna
explicación racional. Argumenté, durante un tiempo, que don Juan me había
hipnotizado, pero mi memoria me decía que él no me había dado ninguna orden
hipnótica ni había hecho ningún movimiento que pudiera haber atrapado mi
atención. De hecho, simplemente me había mirado. Era la intensidad de aquella
mirada lo que la hizo aparecer como si me hubiera escudriñado durante largo
rato. Su mirada me había obsesionado y me había dejado descompuesto físicamente
a un nivel profundo.Cuando finalmente tuve a don Juan de nuevo delante de mí, lo
primero que percibí era que no se parecía para nada a lo que me había imaginado
durante todo el tiempo que traté de encontrarlo. Había fabricado una imagen del
hombre que había conocido en la estación de autobuses, imagen que perfeccionaba
todos los días al aparentemente recordar más y más detalles. En mi mente, era
un viejo todavía fuerte y ágil, pero casi delicado. El hombre delante de mí era
muscular y decisivo. Caminaba con agilidad, pero no era de paso fino. Sus pasos
era firmes aunque ligeros. Irradiaba vitalidad y propósito.
El recuerdo que compuse no estaba en armonía con la cosa
real. Creí que tenía pelo corto y blanco y una tez bastante morena. El pelo lo
tenía más largo y no tan blanco como me lo imaginaba. La tez tampoco la tenía
tan oscura. Podría haber jurado que sus facciones eran agudas como las de un
ave, a causa de su edad. Pero no era así. Tenía la cara llena, casi redonda. De
un vistazo, la característica más sobresaliente del hombre que me estaba
mirando eran sus ojos oscuros, que brillaban con una luz peculiar, danzante.
Algo se me había pasado completamente por alto en mi
primera evaluación de él, y era que su apariencia entera era la de un atleta.
Tenía espaldas anchas, el estómago plano; su postura estaba firmemente plantada
sobre el suelo. No había debilidad en sus rodillas ni temblores en sus brazos.
Había imaginado un ligero temblor en la cabeza y los brazos, como si estuviera
nervioso o inestable. También imaginé que medía alrededor de un metro setenta,
diez centímetros menos que su estatura real.
Don Juan no manifestó ninguna sorpresa al verme. Quería
decirle cuán difícil había sido encontrarlo. Quería que me felicitara por mis
esfuerzos titánicos, pero simplemente se rió de mí en tono de broma.
Tus esfuerzos no me importan dijo . Lo que me importa es
que encontraste dónde vivo. Siéntate, siéntate -dijo atrayéndome, señalando una
de las cajas de carga que estaban bajo su ramada y dándome una palmada en la
espalda; pero no era una palmada amistosa.
Era como si me hubiera golpeado en la espalda, aunque
nunca me tocó. Su cuasi palmada creó una sensación extraña e inestable que
apareció de pronto y desapareció antes de que pudiera captar lo que era. Lo que
quedó en mí fue un extraña tranquilidad. Sentí bienestar. Mi mente estaba clara.
No tenía ni expectativas ni deseos. Mi acostumbrada nerviosidad y mis manos
sudadas, las señales de mi existencia, desaparecieron de pronto.
Ahora vas a comprender todo lo que te voy a decir me dijo
don Juan mirándome a los ojos como lo había hecho en la estación de autobuses.
Usualmente hubiera hallado su pronunciamiento
superficial, quizá retórico, pero cuando lo dijo no pude sino asegurarle
repetida y sinceramente que iba a comprender todo lo que me dijera. Me miró de
nuevo a los ojos con una intensidad feroz.
Soy Juan Matus dijo, sentándose en otra caja a unos
metros de mí . Ése es mi nombre y lo articulo porque con él estoy haciendo un
puente para que cruces adonde yo estoy.
Se me quedó mirando un instante antes de volver a hablar.
Soy chamán siguió . Pertenezco a un linaje de chamanes
que ha durado veintisiete generaciones. Soy el nagual de mi generación.
Me explicó que el líder de un grupo de chamanes como él
se llamaba «nagual», y que éste era un término genérico que se aplicaba a un
chamán de cada generación que tenía una configuración energética específica que
lo apartaba de los demás. No en términos de superioridad o inferioridad, o nada
por el estilo, sino en términos de la capacidad de ser responsable.
Sólo el nagual dijo tiene la capacidad energética de ser
responsable del destino de sus cohortes. Cada uno de sus cohortes sabe esto y
accede. El nagual puede ser hombre o mujer. En el tiempo de los chamanes que
fueron los fundadores de mi linaje, las mujeres eran, por regla, las naguales.
Su pragmatismo natural, producto de su feminidad, condujo a mi linaje hacia
pozos de practicalidades de los que casi no pudieron salir. Entonces, los
hombres asumieron la dirección y condujeron a mi linaje hacia pozos de
imbecilidades de los cuales apenas estamos saliendo ahora.
»Desde el tiempo del nagual Luján, que vivió hace unos
doscientos años siguió , ha habido un nexo conjunto de esfuerzo, compartido por
un hombre y una mujer. El hombre nagual trae sobriedad; la mujer nagual trae
innovación.
Quería preguntarle en ese momento si había una mujer en
su vida que fuera la mujer nagual, pero la profundidad de mi concentración no
me permitió formular la pregunta. En cambio, él la formuló por mí.
¿Hay una mujer nagual en mi vida? preguntó-. No, no la
hay. Soy un brujo solitario. Sin embargo, tengo mis cohortes. En este momento,
no andan por aquí.
Un pensamiento emergió en mi mente con un vigor
incontenible. En aquel instante me acordé de lo que algunas personas en Yuma me
habían dicho, que don Juan andaba con un grupo de mexicanos que parecían estar
muy bien entrenados en maniobras de brujería.
Ser chamán continuó don Juan no significa practicar
hechizos, o tratar de afectar a la gente, o ser poseído por los demonios. El
ser chamán significa alcanzar un nivel de consciencia que da acceso a cosas
inconcebibles. El término «brujería» no tiene la capacidad de expresar lo que
hacen los chamanes, ni tampoco el término «chamanismo». Las acciones de los
chamanes existen exclusivamente en el reino de lo abstracto, de lo impersonal.
Los chamanes luchan para alcanzar una meta que nada tiene que ver con la
búsqueda del hombre común. Los chamanes aspiran a llegar al infinito, y a ser
conscientes de ello.
Don Juan continuó, diciendo que la tarea de los chamanes
era enfrentarse al infinito, y que se sumergen en él diariamente, tal como un
pescador se sumerge en el mar. Era una tarea tan enorme que los chamanes tenían
que pronunciar sus nombres antes de entrar en ello. Me recordó que en Nogales
había pronunciado su nombre antes de que se llevara a cabo interacción alguna
entre nosotros. Había afirmado, de esa manera, su individualidad ante el
infinito.
Comprendí con una claridad sin igual lo que me explicaba.
Ni siquiera tenía que pedir aclaraciones. La agudeza de pensamiento debería
haberme sorprendido, pero no fue así. Supe en aquel momento que siempre había
sido claro de pensamiento, que sólo me hacía el tonto para el beneficio de
otro.
Sin que supieras nada continuó , te inicié en una
búsqueda tradicional. Tú eres el hombre a quien buscaba. Mi búsqueda terminó
cuando te encontré, y la tuya cuando me encontraste ahora.
Don Juan me explicó que como nagual de su generación
estaba buscando a un individuo que tuviera una configuración energética
específica, adecuada para asegurar la continuidad de su linaje. Dijo que, en
cierto momento, el nagual de cada generación durante veintisiete generaciones
sucesivas, había entrado en la experiencia más desgarradora de su vida; la
búsqueda de sucesión.
Mirándome directamente a los ojos, dijo que lo que hacía
que seres humanos se convirtieran en chamanes era su capacidad de percibir la
energía tal como fluye en el universo, y que cuando los chamanes perciben a un
ser humano de esta manera, ven una bola luminosa, o una figura luminosa en
forma de huevo. Su postura era que los seres humanos no sólo son capaces de ver
energía directamente como fluye en el universo, sino que en verdad la ven, pero
no están deliberadamente concientes de verla.
Hizo inmediatamente la distinción más crucial para los
chamanes, la que hay entre el estado general de ser consciente y el estado
particular de ser deliberadamente consciente de algo. Categorizó a todos los
seres humanos como poseedores de conciencia de manera general, que les permite
ver energía directamente, y categorizó a los chamanes como los únicos seres
humanos que son deliberadamente conscientes de ver energía directamente. En
seguida, definió «conciencia» como energía y «energía» como un flujo constante,
una vibración luminosa que nunca está quieta sino siempre en movimiento por
impulso propio. Afirmó que cuando se ve a un ser humano se percibe como una
aglomeración de campos energéticos unidos por la fuerza más misteriosa del
universo: una fuerza vibratoria aglutinante y unificadora que mantiene juntos a
los campos energéticos en una unidad cohesiva. Explicó además que el nagual era
un chamán específico de cada generación, a quien los otros chamanes podían ver,
no como una sola bola luminosa, sino como una unidad de dos esferas de
luminosidad fundidas la una sobre la otra.
Esta característica de ser doble continuó , le permite al
nagual llevar a cabo maniobras que son bastante difíciles para un chamán
ordinario. Por ejemplo, el nagual es conocedor de la fuerza que nos mantiene
como una unidad cohesiva. El nagual puede fijar su atención total por una
fracción de un segundo sobre esa fuerza y paralizar a otra persona. Te hice eso
en la estación de autobuses porque quería detener tu bombardeo de yo, yo, yo,
yo, yo, yo, yo. Quería que me encontraras y te dejaras de mierdas.
»Mantenían los chamanes de mi linaje continuó don Juan ,
que la presencia de un ser doble, un nagual, basta para aclararnos las cosas.
Lo que es raro es que la presencia del nagual aclara las cosas de manera
velada. Me ocurrió a mí cuando conocí al nagual Julián, mi maestro. Su
presencia me confundió durante años, porque cada vez que estaba cerca de él
pensaba claramente, pero cuando él se alejaba, volvía yo a ser el mismo idiota
que siempre había sido.
»Tuve el privilegio siguió don Juan de conocer y tratar
con dos naguales. Por seis años, a pedido del nagual Elías, el maestro del
nagual Julián, fui a vivir con él. Él es el que me crió, por decirlo así. Un
privilegio de lo más inusual. Tenía un lugar en la primera fila para observar
lo que es realmente un nagual. El nagual Elías y el nagual Julián eran dos
hombres de temperamentos tremendamente diferentes. El nagual Elías era más
callado y estaba perdido en la oscuridad de su silencio. El nagual Julián era
rimbombante, un hablador compulsivo. Parecía que vivía para apantallar a las
mujeres. Había más mujeres en su vida que lo que uno quisiera pensar. A la vez,
los dos se parecían asombrosamente en que no tenían nada adentro. Estaban
vacíos. El nagual Elías era una colección de asombrosos cuentos hechizantes de
regiones desconocidas. El nagual Julián era una colección de historias que
tenía a todos muertos de carcajadas. Cuando trataba de dar con el hombre en
ellos, el verdadero hombre, como podía con mi padre; con el hombre en toda la
gente que conocía, no encontraba nada. En vez de tener a una persona real
dentro de ellos, había un montón de cuentos acerca de gentes desconocidas. Cada
hombre tenía su gracia, pero el resultado final era igual: el vacío, un vacío
que no reflejaba el mundo, sino el infinito.
Don Juan siguió explicando que en el momento en que uno
cruza el peculiar umbral del infinito, sea deliberadamente o como en mi caso,
inconscientemente, todo lo que le pasa a uno desde ese momento, ya no está
exclusivamente en el dominio de uno, sino que entra en el reino del infinito.
Cuando nos conocimos en Arizona, los dos cruzamos un
peculiar umbral continuó . Y ese umbral no fue decidido ni por ti ni por mí;
sino por el infinito mismo. El infinito es todo lo que nos rodea. Dijo esto
haciendo un gesto amplio con los brazos . Los chamanes de mi linaje lo llaman
el infinito, el espíritu, el oscuro mar de la conciencia, y dicen que es algo
que existe allí afuera y que rige sobre nuestras vidas.
Podía realmente comprender todo lo que me estaba
diciendo, y sin embargo, no sabía de qué demonios estaba hablando. Le pregunté
si cruzar el umbral había sido un suceso accidental, resultado de
circunstancias impredecibles regidas por el azar. Contestó que sus pasos y los
míos fueron guiados por el infinito, y que circunstancias que parecían ser
regidas por el azar fueron en esencia guiadas por el lado activo del infinito.
Lo llamó intento.
Lo que nos reunió a ti y a mí siguió , fue el intento del
infinito. Es imposible determinar lo que es este intento del infinito, sin
embargo está allí, tan palpable como tú y yo. Los chamanes dicen que es un
temblor en el aire. La ventaja de los chamanes es el saber que existe el
temblor en el aire y asentir a él sin más. Para los chamanes no hay
cavilaciones, preguntas, especulaciones. Saben que todo lo que tienen es la
posibilidad de unirse con el intento del infinito, y lo hacen.
Nada podría haber sido más claro que esos
pronunciamientos. En cuanto a mí, la verdad de lo que me decía era tan auto
evidente que no me permitía pensar cómo tales aseveraciones absurdas podían
parecer tan racionales. Sabía que todo lo que decía don Juan no sólo era una
perogrullada, sino que podía comprobarlo al referirme a mi propio ser. Yo sabía
acerca de todo lo que hablaba. Tenía la sensación de haber vivido cada vuelta
de su descripción.
Allí terminó nuestra conversación. Algo pareció
desinflarse dentro de mí. Fue en aquel instante cuando se me ocurrió que estaba
perdiendo la cabeza. Había sido cegado por pronunciamientos estrafalarios y
había perdido todo sentido concebible de la objetividad. A consecuencia, me fui
de la casa de don Juan muy apresuradamente, sintiéndome amenazado hasta el
corazón por un enemigo invisible. Don Juan me acompañó a mi coche, totalmente a
sabiendas de lo que pasaba dentro de mí.
No te preocupes me dijo, poniéndome la mano sobre el
hombro . No te estás volviendo loco. Lo que sentiste fue un ligero toque del
infinito.
Con el paso del tiempo, pude comprobar lo que don Juan
había dicho de sus dos maestros. Don Juan Matus era exactamente como esos dos
hombres a los que había descrito. Hasta diría que era una unión extraordinaria
de los dos; por un lado, extremadamente callado e introspectivo; por otro,
extremadamente abierto y ocurrente. El pronunciamiento más acertado de lo que es
un nagual, y que articuló ese día en que lo encontré, es que el nagual está
vacío, y que ese vacío no refleja el mundo sino que refleja el infinito.
Nada puede haber sido más acertado que esto con
referencia a don Juan Matus. Su vacío reflejaba el infinito. No existía
alboroto en él, ni aseveraciones sobre el yo. No había ni una pizca de
necesidad de enojos o remordimientos. Era suyo el vacío del guerrero viajero,
avezado al punto que no da nada por supuesto. Un guerrero viajero que nunca
subestima o sobreestima nada. Un luchador callado y disciplinado, cuya
elegancia es tan extrema que nadie, no importa cuánto se esfuerce por ver,
encontrará la costura donde se une toda esa complejidad.
Carlos Castaneda
tomado del Libro El Lado activo del infinito (1998)
No hay comentarios:
Publicar un comentario