26 de septiembre de 2015

El civilizado, Manuel Mujica Lainez

EL CIVILIZADO

Cada vez que recuerdo las dos ocasiones en que vi y oí su voz  —en París, como periodista, y luego como funcionario de la Cancillería, en Buenos Aires— la imagen que ante mi se presenta, por encima de las demás, es la del equilibrio, la del “civilizado”. Habló, en cada oportunidad, de política y de guerra, y lo hizo con vehemencia y con pasión; sus ojos penetrantes se iluminaban y se le acentuaba el dibujo de una vena, en la sien. Pero también, como si arrojase un peso sobre el otro platillo de la balanza, para recuperar la estabilidad armoniosa (el equilibrio), habló de arte, y no obstante que puso, al hacerlo, igual ímpetu e intensidad, ha quedado fija en mi mente la inesperada dulzura que asomó en su mirada y en su breve sonrisa. Es que Malraux  fue, más allá de su urgencia de “hacer” y de comprometerse, en un plano supremo, un civilizado, uno de los hombres más civilizados que surgieron en el país que tiene la suerte de seguir siendo el más civilizado del mundo. Por eso apoyó la riqueza de su vida sobre dos pilares contradictorios pero que, cuando se logran, constituyen el ideal eximio de la individualidad: la acción y la contemplación. Político y artista, defensor de las grandes causas que se vinculan con la libertad del hombre y con el progreso de su espíritu; lúcido, civilizado y, en consecuencia, campeón insobornable, incansable, de la civilización, tan preocupado (recuerdo) por un pequeño huaco peruano que acariciaban sus manos sensibles, como por reclamarle al teatro su condición de embajador de cultura, y después por explicar el porqué, circunstancial, exaltado, de España, el porqué de Francia, el porqué de China, el porqué. . . de comprenderlo y de compartirlo, vibrante… y de entrecerrar los ojos, sonreír apenas y evocar, de paso, la India de los grandes templos, y un manuscrito de Patmos y la necesidad de salvar hasta el último nervio de las catedrales góticas… y de volver a acariciar el pequeño huaco, el pequeño y frágil testimonio.  Así permanece, conmovedor, en mi memoria.

 Manuel Mujica Lainez

“El Paraíso”, enero de 1977 
Publicado en revista Sur, N° 340, enero/junio 1977.

André Malraux

(París, 1901 - Créteil, 1976) Narrador y ensayista francés, historiador y hombre de Estado, que encarnó el prototipo del escritor comprometido. Hijo único de padres separados, pasó su infancia en los suburbios de París. A los diecisiete años abandonó los estudios secundarios, pero pronto adquirió una vasta cultura autodidacta y se integró en los medios literarios y artísticos parisinos.
Participó en las tendencias de vanguardia de la inmediata posguerra, en especial el cubismo. Colaboró en Action, revista de este movimiento y en 1921 fue contratado como editor de la Galería de Arte Simon; allí apareció su primer trabajo, Lunes en papel, ilustrado por Fernand Léger y dedicado a M. Jacob. En 1922 comenzó su colaboración en la Nouvelle Revue Française. Viajó por Europa y visitó numerosos museos.
Su pasión por el arte jemer lo llevó a emprender, a finales de 1923, una expedición arqueológica a la selva camboyana. Allí descubrió, en un templo abandonado, bajorrelieves que extrajo con la intención de venderlos en Europa. La aventura le costó la cárcel, pero finalmente fue absuelto. Regresó a Francia pero volvió pronto a Saigón, en enero de 1925, para fundar un periódico: L´Indochine, que desapareció al año siguiente a instancias de las autoridades coloniales.
La doble experiencia de la sociedad colonial y del periodismo de opinión desempeñó un papel decisivo en la vida de Malraux: paralelamente a su descubrimiento de Oriente, tomó conciencia de las realidades políticas y sociales y adquirió la reputación de escritor comprometido que orientó su vida y su obra.
A su regreso a Francia, publicó La tentación de Occidente (1926), un "ensayo-novela" que confrontaba un Oriente de sabiduría y un Occidente en crisis. A esta obra le siguieron tres novelas, igualmente inspiradas por sus contactos con Asia, en las que abordó los grandes problemas éticos del siglo XX: Los conquistadores (1928), La vía real (1930) y La condición humana (1933); esta última se convertiría en su libro más célebre. 
Con la llegada al poder de Adolf Hitler, se hizo "compañero de ruta" del partido comunista. El tiempo del desprecio (1935), dedicado a las víctimas del nazismo, abrió un nuevo ciclo novelesco, ligado a la lucha contra los fascismos. Participó en la Guerra Civil española junto a los republicanos e intervino en combates aéreos con las brigadas internacionales. Fruto de esa experiencia fue la novela épica La Esperanza (1937), de la que al año siguiente hizo una adaptación cinematográfica.


No hay comentarios:

Publicar un comentario