Bagdad
El fantasma de Sherezada
apila cadáveres entre los escombros
y sus
lágrimas tiñen de rojo
el desierto negro.
Sus manos de sándalo
huelen a pólvora y humo,
y el fuego inunda las calles
derrumbando el sueño.
El humo aprieta gargantas
y se lleva gritos.
La sangre ahoga los rostros
que se lleva el alba.
Sobre una alfombra en jirones,
la muerte consuela a Sherezada
mientras el petróleo ahoga la vida
que toma el viento.
José Luis Colombini
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