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Si uno encuentra de pronto que lleva entre las manos
un ramo del color de los niños perdidos
o de los ojos de los muertos,
ya no puede seguir doblando las esquinas,
ni doliéndole como siempre a las ventanas,
ni haciendo un torniquete del pasado
entre espirales de perros
y oraciones sin dios.
Es preciso entonces conseguir un lugar
donde el amor y la luna
se expendan en envases separados
y la muerte baje por una ranura y no muy cara.
Y es preciso sellar bien los cabellos,
aunque no se los corte,
para que no sigan enredando a la gente
y convirtiéndola en árboles.
Y entonces, sobre todo,
es preciso callar
y devolver.
Roberto Juarroz
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