Los tres cantos
II
El crepúsculo
¡Reza, alma mia, reza!. . .¡Reza con la tarde moribunda,
con la campana del claustro lejano que desparrama por los aires su quejido de
metal!
¡Reza con la oveja descarriada y con los árboles
fervorosos, que inclinan hacia el lago sus copas sombrías!
¡Reza, alma mía, con el pájaro sin nido y con la pupila
ciega del pozo abandonado!
¡Reza; reza con el camello exangue en las arenas del
desierto y con el león herido en las selvas; reza con los campos devastados y
las espigas sin grano!
¡Reza con el duelo del abismo y con la hoja desprendida!
¡Reza con la carreta sin ruedas, abandonada en la mitad
del camino, y con la derruída cabaña que, como alma del paisaje, quedó
aguardando al hombre!
¡Reza; reza, alma mía, con el huérfano y con el viejo
mendigo; reza con las flores que recogen sus pétalos para morir, y con el sol
que llorando orova a esconderse en la montaña!
¡Reza, que en el horizonte se ciñae un anuncio de sangre
y las nubes cargadas de odio van a encontrarse con la desgracia; reza y
arrodillate, alma mía, pide para que la paz reine entre los hombres y los
elementos; que todos unidos por un mismo esfuerzo vayan serenos hacia el fin de
las cosas y renazcan con mayor vigor y sabiduría!
¡Reza con los seres anónimos que dan sus energias y
bondades sin pedir retribución ni honores, con el tembloroso anciano que
inclina hacia la tierra su cabeza Ilevando en ella un espíritu primaveral!
¡Reza; reza, alma mía, con la pobre enamorada que para
siempre vió dormirse en sus brazos a1 amado, reza con ella, que tuvo la feroz
realidad de sentir impotente el poder de sus besos y de su amor para volverle
el calor de la vida!
¡Reza con los corazones desgarrados que aullan de dolor a
las sombras y tienen que reir con la luz del sol!
¡Reza; reza, alma mía, toca el polvo con tus sienes
pensativas, conjura los malos augurios, alivia las amarguras y da tu esencia
por las nobles y buenas causas!
¡Reza, que es la hora de los presagios, de las
apariciones tétricas; la hora en que nace el destino de los hombres!
¡Reza contrita, alma mía; que llega el dolor!
Se va el sol, y de alas de mariposas muertas nacen flores
para las tumbas.
Se va el sol. Desconsolada llega la noche, trayendo en su
regazo el cadáver del día, pálido, frio, exangüe. . . Sañuda, la felina loba
acecha a los corderillos, afilándose los dientes en la corteza de los añosos
árboles, martirizando las hojas con sus feroces garras.
Se va el sol, y una música alejada de vientos y de
cascadas lo acompaña hasta la montaña.
Los insectos rumorosos corren de un lado a otro,
escondiédose entre las malezas, evitando el último rayo del astro de oro.
Se va el sol. Las penas rondan el mundo con caras
hambrientas buscando corazones para devorar.
Se va el sol, y la sonrisa del moribundo se está grabando
en la indeleble piedra de la inmortalidad.
Se va el sol y el alma mía tiembla de pavor en las
tinieblas.
¡Naturaleza! El hermoso rostro de él se vuelve mustio y,
como los cirios que se apagan, inclina su lánguida cabeza.
La voz, su alegre voz, se atenúa; ruedan las palabras y
un eco cavernoso responde en el misterio.
Sus ojos, que guardan el encanto, la causa de mi vida, se
entrecierran sin brillo y como luceros tristes me miran hondo, despidiéndose.
¡Naturaleza! ¿Pretendes, acaso, negar tu apoyo a esa
grande alma y dejar que se precipite en el caos como una sombra?
Te cantaré; madre mía, te imploraré; postrada besarié la
tierra en prueba de humildad.
Dejaré que los hombres me miren con desprecio; aceptaré
la mordedura de las viboras y el azote de sus viscosos miembros sobre mis
espaldas.
Recibiré con gusto el castigo de los vientos helados que
me penetrarh hasta la médula y que harán su guarida en mi cerebro.
Pediré a los rayos y a los truenos que sobre mi frente
descarguen su furor.
Con llena voz imploraré a1 mar para que me envuelva en
sus iracundas olas, y me haga libar hasta las heces su amargor.
Dejaré que el sol se ensañe con mi cuerpo y lo carbonice;
seré resignado combustible para las llamas aviesas.
Renunciaré a mi conciencia, y seré bestia. humilde, con
los ojos vueltos hacia la tierra, en espera de horrendos martirios.
Seré un ente, una cosa, una brizna; pero deja
que él viva, que él respire, que reciba la bendición
augusta de todo lo que tú encierras, ¡Naturaleza excelsa!
Teresa Wilms Montt
De Los tres cantos
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