23 de marzo de 2024

Londres, Septiembre 191… Teresa Wilms Montt

Londres, Septiembre 191…

A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué.
Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.
Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo mirando el techo: el amor, el dolor y la muerte.
Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.
Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.
En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo.
Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios.
Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana. (p. 19-20).
En algunas ocasiones, esas observaciones llegan a ser obsesivas, pero acentuadas por una mirada vanguardista, escudriñadora de los matices de su ser:
Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, 3 y media madrugada.
No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me dí cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.
Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.
No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.
Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras el noveno espejo.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 

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