Londres, Septiembre 191…
A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de
tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella
doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última
perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué.
Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio
visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro
como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.
Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo
mirando el techo: el amor, el dolor y la muerte.
Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave,
algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.
Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos
negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.
En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la
sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida
del cráneo.
Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis
labios.
Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los
cuadros de la ventana. (p. 19-20).
En algunas ocasiones, esas observaciones llegan a ser
obsesivas, pero acentuadas por una mirada vanguardista, escudriñadora de los
matices de su ser:
Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, 3 y media
madrugada.
No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba
a entregarme al sueño, me dí cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.
Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared,
traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas,
negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa
sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado
de las ventanas.
No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay
alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.
Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no
debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva
mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras el noveno
espejo.
Teresa Wilms Montt
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