Prólogo De Jorge Luis Borges para Los Ídolos, Manuel
Mujica Lainez. Buenos Aires, Hyspamerica, Buenos Aires. 1986
Escéptico de casi todas las cosas, Mujica Lainez no lo
fue nunca de la belleza ni —¿por qué no resignarnos a un rasgo puramente
local?— de la buena causa unitaria. Había escrito las biografías de Hilario
Ascasubi y de Estanislao del Campo y se negó a escribir la de Hernández, que
era rosista. Es difícil imaginar dos hombres más distintos, pero fuimos
excelentes amigos. Descubrimos un vago antepasado común, donjuán de Garay, que
era realmente, creo, Juan de Garay. Nuestra amistad prescindió de la frecuentación
y de la confidencia. Soy ciego y, de algún modo, siempre lo fui; para Mujica
Lainez, como para Théophile Gautier, existía el mundo visible. También el
teatro y la ópera, que parcialmente me están vedados. Sentía, quizá
trágicamente, la vacuidad de las ceremonias, de las reuniones, de las
academias, de los aniversarios y de los ritos, pero esas máscaras lo divertían.
Sabía aceptar y sonreír. Fue, ante todo, un hombre valiente. No condescendió
nunca a lo demagógico. En toda vasta obra suele haber rincones secretos. He
elegido Los ídolos. En otros libros justamente famosos, Manuel Mujica Lainez
suele ser the man of the crowd, el hombre de la turba. En éste, el menos
populoso, los personajes de la fábula, que se inicia a orillas del Avon, son de
algún modo formas de Shakespeare y de Milton. Cada escritor siente el horror y
la belleza del mundo en ciertas facetas del mundo. Manuel Mujica Lainez los
sintió con singular intensidad en la declinación de grandes familias antaño
poderosas.
Prólogo De Jorge Luis Borges. Buenos Aires, Hyspamerica,
Buenos Aires. 1986
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