La Habana, Allen Ginsberg
LA HABANA 1953
I
El café nocturno—4AM
Cuba
Libre 20c:
plazas enlosadas de blanco,
luces de neón triangulares,
larga barra de madera a un lado,
un gran
puesto de delicatessen
en el otro de cara a la calle.
En el
centro
entre los grandes bebedores de media
noche de la ciudad,
Junto a el Palacio Aedama
En
la esquina Gómez
Hombres blancos
y mujeres
con tumbadoras,
mariachis, voces, guitarras—
tamborileando
en las mesas,
cuchillos sobre botellas,
golpeando el suelo
y el uno al
otro,
con clacks de madera,
silbando, aullando,
mujeres gordas cubiertas de seda sin
tirantes.
Bofia hablando con la muchacha de la nariz gruesa
que
viste un llamativo traje negro
Entra un extraño Cézanne
visión del cubano moderno de ninguna parte:
alto
delgado, traje gris a cuadros,
zapatos grises de fieltro,
estrepitoso sombrero de jugador,
mostacho de proxeneta a lo Cab Calloway
—baja hasta juntarse en un punto
en el centro—
generaciones que se aproximan a toda velocidad, cubano
hablador de
madrugada
apuntando con un dedo con anillo de oro
hacia
el amarillento techo,
la otra mano, la del cigarrillo apuntando,
el
brazo rígido, hacia su costado,
afeminado: —ve al policía—
corren a encontrarse—se abrazan
como hermanos largo tiempo separados— nariz gorda
olvidada.
Delicados acordes
del guitarrista negro
—cantantes en El Rancho Grande,
farsa de borrachera
gritos de
agonía,
¡VIVA JALISCO!
Yo como un sandwich de bagre
con
cebolla y salsa roja
20 c.
II
Un lugar verdaderamente romántico,
más
guitarras, Plaza de Colón
enfrente de la
Catedral de Colón
—Yo estoy en el restaurante París
está al lado, es el mejor de la ciudad,
Cuba
Libres 30c—
antigüedad tropical curtida por la intemperie
como si fuera
roca en putrefacción
al contrario que los puros
tamborileros Chinos de piedra negra
cuya pulida armonía puede aún oírse
(procesión de músicos) en el
Freer,
ésta con sus romas cornucopias y trompas
de
conquista hechas de piedra—
es una enorme y estúpida iglesia en
putrefacción.
Noche, luces en las ventanas,
altos
balcones de piedra
en la
antigua plaza,
habitaciones verdes
Empalidecidas por la iluminación fluorescente
una
comodidad moderna.
Me siento espantosamente.
Me
sentaría con mis sirvientes y sería el bobo.
He gastado
demasiado dinero.
Electricidad blanca
en los apliques de gas de la callejuela.
Agujeros de Bala
y clavos en la
pared de piedra.
El preocupado jefe de camareros
erguido entre las palmas plantadas en latas
en la
puerta de madera de quince
pies me mira
En el interior mariachis artistas de la armónica
todavía
llegarán al Banjo on My Knee.
Vestidos con desgastados trajes de fullero.
Antiguas farolas a lo largo de la estrecha Calle frente
a la que
estoy
el
arco, la plaza,
palmas, borrachera, soledad;
voces al otro lado de la calle,
llanto de bebé, chillido de muchacha,
camareros dándose codazos
el uno
al otro
gruñidos y risotadas de jóvenes muchachos
en esperas de esquina,
perro
ladrando desde fuera del escenario
bebé ahogándose de nuevo,
banjo y armónica,
ruido de automóvil
y una brisa
fresca—
Súbita idea paranoide de que los camareros me están
observando:
Bien podrían,
cuatro apelotonados en la puerta
y yo solo en una mesa
en el patio en la oscuridad observando la plaza,
borracho.
25c para ellos
y
pedí que tocaran «Jalisco»—
al final de la canción
carro de bueyes que pasa
imponiendo sus ruedas
sobre la música de la noche.
Allen Ginsberg
Allen Ginsberg de Sandwiches de realidad
1953-60 He emborronado en secreto estos cuadernos
para mi propia satisfacción
Traducción de Antonio Resines
VISOR MADRID 1978
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