¡Papito, nunca más!, Pedro Serazzi Ahumada
Se qué me dio por mirar por la ventana tan temprano. Más
encima día domingo, cuando penan las ánimas en El Salvador (*). Fue entonces
cuando casi me morí de impresión. Mi hermanito, Jimmy, el regalón de la casa,
me clavó sus pícaros ojos y me sonrió. Se me salió todo el aliento y si no
tuviera 16, capaz que me hubiese caído muerta de un infarto ahí mismo. ¡Qué
locura, que terrible! el auto cero kilómetros del papá estaba pintado con rayas
locas por todos lados... El se creía la muerte con la brocha en la mano y
sonreía orgulloso.
Se me aceleró el corazón y la respiración no me salía.
Hasta que exclamé:
-¡Mansa embarrada!
Papá recién había pagado la segunda letra, le quedaban
34, en cuota dólar, más cachá de intereses de los pulpos de la financiera, el
pagaré maldito que hipotecaba nuestra casa y otras leseras.
-¡Ay, madre mía, aquí se arma la grande!
Más que corriendo me puse el colalés, una camiseta blanca
media larga y me tiré escaleras abajo. Le quité la brocha, parecía payaso.
Tenía el pelo verde y hasta la parka nueva toda pintada.
¿Cachai la cagada que hiciste chiquillo de mierda?
¡Le pinté lindo el auto al papito!
Me dieron unas ganas de pegarle una patada fuerte en el
culo, pero, eso no. Nunca lo haría, apenas un deseo animado por la impotencia
que sentí. El enano todavía no cumple los cinco. Me clavó sus pícaros ojos y
sonrió. Claro, cómo no iba a reírse, si no sabía calcular la grande que había
dejado. Lo único que se me ocurrió fue llamar a otro niño del vecindario.
¡Toño, “porfa”, llévate al enano y dale una vuelta larga
en tu bicicleta! No quiero que lo vea mi papi, le temo mucho a su reacción.
¡Llévalo lejos! – supliqué finalmente.
¡Qué me iba a entender el Toño, si tiene como siete!
Antes de subirlo a la bicicleta, le dije al oído:
-¡Cabro huevón!
Se me olvidó que estaba medio pilucha y un viejo
degenerado me miraba desde la calle. Ni lo pesqué. Lo único que me preocupaba
era dejar de tiritar.
Mientras sacaba gasolina del estanque me preguntaba, a lo
mejor cosas absurdas. Que cuándo iba a crecer el Jimmy para no seguir haciendo
leseras. Es tan re’ tierno y yo la loca que siempre lo saco de los embrollos en
que se mete.
Después me puse a pensar en la onda na que ver que anda
mi papá. Está más pesado y todo por culpa de las cuentas en que se mete. Hasta
por un cheque andaba fondeado el otro día.
Comencé a pasar una franela impregnada en gasolina. La
pintura del portamaletas salió casi toda. Pero hubo un sector donde se secó y
esa no salió ni con mis rezos. Había unas rayas verdes y anchas que afeaban el
hermoso auto blanco. Pienso que el Jimmy pintó una primera parte la noche
anterior. Me entró todo el susto de un viaje.
-¡Pucha, máquina, que hago!
Justo que aparece mi papá con cara de parquímetro. Creo
que no fueron visiones y su pelo crespo se levantó como púas de erizo. Se puso
verde, azul, rojo… Allí yo estaba cerca del infarto. ¡Qué locura, qué
desesperación!
Justo que aparece el Toño con mi hermanito. Apretaba los
puños y maldecía por ese regreso tan pronto.
La pintura delató al Jimmy. Lo demás fue terrible, mi
papá como una fiera tomó un palo y lo agarró a golpes en una de sus manos.
Fueron uno, dos, diez, me emborraché de impotencia. Gritaba desesperada. Me
descontrolé:
¡Socorro, están matando a mi hermano! ¡Viejo maldito,
asesino!
Me había tirado al suelo y aferraba a mi padre de una
pierna y me pegó tremenda patada cerca de uno de mis pechos. El vecino, pese a
que es re’ tranquilo, se metió, le pegó manso combo a mi papá, que lo derribó
al suelo y le gritó:
-¡Suelta al niño, abusivo de mierda!
Medio aturdido, tuvo que soltar a mi hermanito, que había
caído al suelo con él.
La felicidad del hogar se vino al suelo. El viejo de mi
papá hizo siempre las cosas a su manera. Prohibió que lo llevaran al hospital.
Yo me di cuenta la onda. Claro, si lograban averiguar la verdad, la justicia
iba a proteger al Jimmy y él se iría preso. Después manso cartelito en el
diario: “¡Detenido en El Salvador el chacal que torturó a su hijo!”. A la gente
así le llaman los chacales y se lo merecen.
Mi mamá, súper atemorizada le trataba de acomodar los
huesitos y le ponía hielo y una tablilla para reemplazar al yeso. Yo le
colocaba supositorios. Sin embargo, pese a todos los cuidados y medicamentos,
lloró y sufrió los tres primeros días y noches.
En un momento, muy desesperada miré a la pared y le conté
mis penas. En ese instante me dio mucha rabia y tuve deseos de ser hombre para
castigarlo por su maldad. Pese a mi rabia e impotencia, no era capaz de pensar
en castigos físicos o crueles.
-¡Y yo, papá, que te había querido tanto, te habías caído
del pedestal y te hiciste pedazos!
A él lo único que le importaba era darse inflas. Hace
tiempo que me había dado cuenta de su onda, de lo agrandado que se había
puesto. Para él tener un auto cero kilómetro era ponerle la pata encima a todos
los que pudiera. También lo fue al comprar el equipo de sonido digital.
Recuerdo que comentó:
Ese Carrasco, ¿qué se ha figurado? Mi equipo es más
poderoso que el tarro que tiene él y ¡es japonés! ¿El suyo?, me río, no tiene
potencia y apenas parlantes chicos, “parlantitos”.
¡Estás mal, papá!
¡Verónica, cuando te ganes el dinero con el sudor y tu te
compres la ropa y la comida, recién te daré el derecho a criticarme!
Callé.
Recuerdo que cuando compró la alfombra con que cubrió
todas las habitaciones, el asunto fue enfermante. Nuestra casa parecía de
japoneses y le pasaba pantuflas a las visitas para proteger su inversión. Con
su computador, que llamaba “extrem” la cosa fue demencial, se creía de la NASA.
El que no gana mucho dándose esos aires. Todo para que le dijeran: “Don
Sebastián”… ¡Ridículo! No hay como la gente sencilla.
El final de esto no se lo doy a nadie. Pensaba que las
tragedias pasaban sólo en las teleseries o en las familias con personas con
graves enfermedades. ¡Quién iba a pensarlo, la tragedia de visita en nuestra
casa! Al Jimmy se le puso la manito negra y hubo que llevarlo al Hospital.
Estuvo más de un mes internado. Mi papá, choqueado por esto, se fue de la casa.
En esos días todo era extraño. La Pioli, que es buena
amiga, me dijo con mucha delicadeza que lo había visto emborrachándose con unos
tipos re’ botados. Yo me hice la tonta, porque casi nadie a fondo sabe lo que
nos pasó. Podía haberme desahogado con mi amiga, pero más me iba a entristecer.
Esa tarde cuando llegué a casa le di el tecito al Jimmy.
Después nos pusimos a mirar televisión. Ahora mamá siempre está bordando y
botando sus lágrimas diarias. Yo, aguantándomelas, porque ahora soy como el
hombre de la casa. De repente me ensimismé, para bloquearme un poco, cuando
toca el timbre mi desaparecido papá. El muy patudo venía con una autopista bajo
el brazo. Sonriente se la alargó:
-¡Toma, mi amor!
Pero el chiquito no la pudo tomar, ahora no tiene la mano
derecha, apenas un tronquito con un cuerito para que lo le raspe.
Recibió el juguete con un poco de torpeza, porque es
temprano para que sea hábil con la mano izquierda. Con la cara iluminada de
alegría, respondió:
- ¡Papito, nunca más…Nunca más te volveré a pintar el
auto! ¡Devuélveme la manito!
Papá y le digo así sólo porque me engendró, lloró como un
niño. Luego dio un grito desgarrador, que casi no era humano. Se golpeó de un
puñetazo el rostro y escapó corriendo hacia la calle. Sé que nunca más volverá,
lo presiento.
Fue tan fuerte ese momento, que esa pena casi me arranca
el alma. Justo en la televisión estaban pasando la publicidad de una lesera
electrónica, computarizada, que decían que era el milagro espacial del sonido.
Comparaban al equipo con Dios y que quienes lo compraran podrían disfrutar el
Cielo del sonido.
Agarré una botella grande de gaseosa y la lancé con furia
a la pantalla del TV LCD de 42 pulgadas. Botella y plasma se rompieron y saltó
la mansa llamarada del corto circuito.
Mamá se acercó suavemente, me abrazó con mucho cariño, me
acarició los cabellos y entonces solté el llanto que por tanto tiempo me había
guardado.
(*) El Salvador, ciudad de la Tercera Región de Chile
Este cuento ganó el segundo lugar en el Concurso de la
Sociedad de Escritores, Atacama, Chile.
Pedro Serazzi Ahumada
PEDRO SERAZZI AHUMADA
Escritor, poeta y periodista chileno, nacido en Chañaral, Chile. Incursiona en narrativa y poesía. Su obra más conocida es la novela de amor “Una Ilusión en Caldera” usada en docencia en Concordia College, Moorhead, Estados Unidos; también ha sido enseñada en la Universidad de Loja; además escuelas y liceos de Atacama, Chile. Es autor de más de10 libros. Su principal género es la novela. Además escribe ensayos históricos, cuentos y leyendas. Fue antologado dentro de los 40 mejores escritores de cuentos mineros del siglo XX (Chile).
Figura en antologías en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, India, Perú, Bolivia, Argentina, México y Chile. Ha dictado conferencias en Chile y Estados Unidos.
Tiene varias distinciones y premios en narrativa y poesía y su novela “Una Ilusión en Caldera”, fue traducida al inglés.
Reside en la III región de Atacama (Chañaral)
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