LA VALIJA DE FUEGO
Que se viva, sueñe o hable
que se busque o se den las gracias
nada evita que en lo más oculto
existan pequeñas deliciosas inmundicias
siempre lugares secretos objetos invisibles, lo
despreciable que se ama
borra de café, polvos, gargajos, legaña, insectos, mugre
un mondadientes usado, pústulas
flujos, náuseas, fetidez, diarreas
la embriaguez que vomita
la cómica felicidad con caries dental y callos
oh nada de esto aterroriza a los ociosos
ni a los comediantes que hacen prudentes imitaciones de
la vida
agua de rosas, betún y baba
las cucarachas nos persiguen de noche y las moscas de día
todo encerrado en la famosa valija de fuego
rodeada de admirables burbujas de aire irrespirable.
Meditemos en la valija de fuego
se la usa en los infiernos despiadados
contra la nieve, contra el lirismo, contra el odio de los
amigos
sólo fracasa con el frío de la muerte
busquemos en nuestra valija de fuego las suculentas
podredumbres
para mezclarlas con los sombríos deseos celestes.
Retornemos a la valija de fuego
a la valija de fuego de
a la valija de fuego de madre que da a luz en el instante
imprevisto
y más tarde, cuando el niño se pierde y reclama a su
madre, todos lo recriminan duramente, y se da el
caso de algunos que –en el colmo de la exasperación–
cortan los extremos de los tiernos dedos
infantiles y cometen otros actos de piadosa crueldad: el
amor a la humanidad, frente al cual el amor
de madre debe reservarse para la valija de fuego.
Retornemos al canto de fuego repleto de los cuchicheos de
los sabios que abrazan llenos de pasión a
las prostitutas
Y de los sabios que simulan dormir
Y de aquellos que mastican mañana tarde y noche
Y piensan al compás de las mandíbulas
(delicioso juego de las mandíbulas que ocultan todos los
otros juegos).
Retornemos al sollozo de fuego del niño
el niño que llora perdido en la calle
y le preguntan: “¿No buscas, hermoso niño, a tu madre?”
y contesta: “No, busco a mi padre el sabio, en el
interior de la ballena
atravesado por relámpagos que parecen hormigas
devorado por hormigas que parecen catedrales.”
oh hermoso niño, te llevaré a tu cálida cuna atravesando
los siglos
y mediante la ciencia de los puntapiés
te arrancaré de tu sueño
para ir al encuentro de la sabiduría parricida
allí donde Edipo y sus hijos bailan cabeza abajo.
Retornemos al canto de hielo de los santos en cuclillas,
saludando respetuosamente a las cadenciosas
fricciones eléctricas
las chispas eléctricas surgidas del roce de vírgenes
satinadas
al compás de la inocencia que circula por las vetustas
morales
el canto de hielo, el canto que congela
a las viejas cotorras que penetran contoneándose en su
túnel de olvido
donde padres feroces arrasan los castillos de hadas
para arrebatar su botín de pieles y tortugas
donde harapos de piedras cuelgan del vientre de Dios
y multitud de arqueólogos se agitan incansablemente
masticando la felpa gris-perla de los pensamientos
vegetales.
Retornemos a la vida fugaz del hombre inventor del fuego
de la melancolía
los argumentos de la muerte se encierran también en la
valija de fuego
cuando los generosos, los justos, los tenebrosos, los
tristes
arrojan su timidez bastarda
y hacen explotar los vientres estériles
con filtros mágicos
con invenciones saturadas de dulzura que oprimen el
pecho, sobre el cual caen mechones de cabellos
negativos desde la indescriptible altura de las ideas
inconmovibles ante toda humana razón
torrentes de lágrimas deshaciendo las inexpertas rocas
del egoísmo
y todos se van
y queda un gran vacío circular
¿y a quién llama entonces al niño?
a su madre, la portadora de la valija de fuego, la
primera y última
la que muestra su perenne sonrisa triunfal
la que siempre retorna
la que afronta los inmensos peligros de la moralidad
la que vibra henchida de la más pura sabiduría zoológica.
Retornemos al niño que busca juguetes multiangulares
en el centro de espacios extinguidos
a la vera de noches emboscadas, arrastrando pesadillas
bituminosas
alimentado con leche de perras violadas
para alcanzar así la madurez de la inocencia
ése es el hijo terrible, el hijo impródigo, el hijo no
deseado
que recorre el hilo de las conversaciones hasta hacer
estallar su sensatez
que incendia las posiciones correctas de los visitantes
ocasionales
audaz explorador de selvas de cacahuetes.
Retornemos a la valija de fuego de nada
donde se consumen los sensibles al fuego del tedio moral
donde se amontonan los triunfadores despanzurrados
retornemos al fuego de alejarnos
al fuego de acercarnos
mientras Dios camina incansablemente a tu lado por toda
la eternidad
sin pensar en ti
heroicamente solo
humanamente solo
marchando sobre arenas siderales
donde mundos exasperados se desheredan alternativamente.
He aquí el gran espectáculo que la valija de fuego no
puede contener
el espectáculo de la soledad de Dios y de su hijo el
hombre
solos en la multiplicidad de lo creado
en la infinita multiplicidad
todos heroicamente solos
dios y los hombres
irritantemente heroicos.
Simulando una sonrisa
recoge tu valija de fuego extinguido
tu valija de noche abandonada por sus fantasmas
juguete inolvidable
revelador del gran secreto
con los argumentos de la muerte se puede triunfar en la
vida.
Aldo Pellegrini
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