En plena adolescencia, HUGO O GLENN, preguntó a sus padres en la sobremesa:
- ¿Qué es la felicidad?
Los cónyuges se miraron por unos instantes y el padre respondió: -Una palabra de nueve letras. Cuando crezcas, y encuentres nueve respuestas más adecuadas que la mía, quizás comprendas cabalmente su significado.
Al cumplir los dieciocho años, luego de aprobar satisfactoriamente el ciclo secundario, Hugo pidió permiso a sus progenitores para salir a encontrar las respuestas a ese interrogante que calaba en lo más profundo de su corazón.
Buscó sus ahorros, preparó su mochila y en un destartalado ciclomotor inició el incierto viaje hacia su ansiada meta. Confiaba en la ayuda divina y su intuición para encontrar a las personas correctas que le despejaran esa duda existencial.
Esa misma tarde, a la orilla de un lago, observó la presencia de un hombre de rostro avejentado y mirada melancólica que contemplaba la puesta del sol. Entabló conversación y el caballero le contó que era un poeta que invocaba en soledad a su musa inspiradora.
-¿Qué es la felicidad? - le preguntó.
-La felicidad es como una pompa de jabón: cuando intentas atraparla, se desvanece en tus manos.
Se despidió del poeta y continuó su marcha. Al llegar a una cabina de peaje, mientras abonaba la tarifa le preguntó al empleado: - ¿Sabe usted qué es la felicidad?
-La felicidad tiene la finitud de un suspiro. Desde los albores de los tiempos se enfrenta en desigual lucha a ese tenaz adversario llamado rutina.
Estaba por agradecer al ocasional interlocutor por su reflexión, cuando una andanada de bocinazos, aceleradas y epítetos irreproducibles proferidos por los conductores, dirigidos a ambos y extensivos a sus respectivas madres, no le dio tiempo para hacerlo, cruzando rápidamente la barrera.
Continuó viajando y se detuvo en una pradera a comer un emparedado que le había preparado su madre. Algunas migas cayeron y una hormiga colorada se acercó para cargar una de ellas. Al mirarla, le preguntó: - ¿Qué es la felicidad?
- Para nosotras, la felicidad está en la simplicidad de las pequeñas cosas: una miga, una verde hojita que encontremos en nuestro camino, son suficientes para colmarnos de dicha.
- Eso es cierto, lo bueno viene en envase chico - dijo un oso hormiguero que apareció abruptamente y se lastró al diminuto y dicharachero insecto.
Hugo continuó su derrotero y al anochecer, a la salida de un teatro, encontró a un cantante del otrora Club del Clan que se vaciaba un fijador en aerosol en su cabellera. - Disculpe, buen hombre. ¿Qué es la felicidad para usted?
-La felicidad/Ja Ja Ja Ja/PIRRR, siempre fue mi caballito de batalla, hasta que lo traje a Frank Sinatra. Después de eso, como dice el tango: "Sólo el clavel, lo que quedó".
Al día siguiente ingresó a un tradicional café para desayunar y allí se encontró con un célebre escritor. Se acercó y discretamente le preguntó: - Disculpe señor: ¿Qué es la felicidad?
-Ojalá pudiera contestarte, hijo. Cometí un solo pecado, no fui feliz.
Continuó con su itinerario de barco a la deriva, y en un paseo público encontró a un joven capitalista al que no dudó en preguntarle cuál era su visión de la felicidad.
- He conseguido todo lo que deseaba en la vida. Tengo tres oficinas y un piso en Nueva York, tengo tanto que no tengo nada. A veces pienso que la verdadera felicidad es mi asignatura pendiente. También he amado a demasiadas mujeres, tantas que ya no me atraen como antes. ¿Me acompañas a tomar una copa esta noche?
- No, gracias. Debo continuar mi búsqueda.
Hugo ingresó a un banco y pidió hablar con el gerente. Fue atendido, como es habitual en estas entidades, a los pocos minutos, y así pudo preguntarle: ¿Qué es la felicidad?
-La felicidad es un tesoro al qué, si nos lo proponemos, podemos acceder en cualquier momento de nuestras vidas. Si no la derrochamos su capital puede permanecer inalterable. Pero casi siempre hay intereses que la devalúan inexorablemente para terminar viéndola, cuando es demasiado tarde, frágil y atrapada en un indeseado e inexpugnable corralito.
A la salida del banco encontró a un comentarista de fútbol, al que le formuló la recurrente pregunta.
-La felicidá es un sentimiento que está siempre ligado a la tristeza. Si nuestro equipo gana, ellos y los que integramos la parcialidad, nos sentimos plenamente felices. Todo lo contrario le sucede al equipo rival y a sussimpatizantes. ¿Se da cuenta por qué la felicidá nunca es completa? Por lo menos, así lo veo yo.
Siguió viajando en busca de la última respuesta, quizás la más importante. A la salida de la ciudad, su ciclomotor comenzó a toser y tuvo que detener la marcha frente a una humilde vivienda. Golpeó las manos para pedir prestadas unas herramientas. Una joven de estatura baja, con varios kilos de más, desdentada, con el cabello desordenado y mal vestida, le preguntó, masticando un chicle: - ¿Qué buscás, chabón?
- Quisiera hablar con tu padre, para pedirle unas herramientas y de paso hacerle una pregunta.
- Ya te lo llamo. - Viejo, aflojale a la birra un momento. Llegó un coso que quiere hablar con vos.
-¿Qué busca? - preguntó el padre, que salió de la casa rascándose la prominente barriga. Vestía una raída camiseta malla y un jean cortado y desflecado a la altura de las rodillas.
-Busco la felicidad - respondió Hugo.
-¡¡¡Felicidad!!!: vení que el coso este quiere hablar con vos. Para qué me hacés levantar del sillón.
La muchacha que lo atendiera se acercó, lo tomó de las manos y le dijo: - Es la primera vez que viene un ñato y pregunta por mí. ¿Te gusto?
- A decir verdad, ni en lo más mínimo. Te voy a explicar qué es lo que busco realmente.
- Nada tenés que decirme. Yo soy como Fiona, la naifa de Shrek, y todo lo sé. Si me das un pico, romperás el hechizo y me convertiré en la más infartante de todas las vagas.
- ¿Estás segura?
- Más vale, haceme caso ¿querés?
Hugo cerró sus ojos, hizo de tripas corazón y le dio un prolongado beso. Mantuvo sus ojos cerrados luego de separar los labios, y los abrió al escuchar el estruendoso ruido de una moto de alta cilindrada. Vio entonces a una escultural joven de larga cabellera, que luego de girar su hermoso rostro para guiñarle un ojo, hizo un willy y se alejó como una exhalación por la ruta hacia el sur.
Subió a su ciclomotor y a duras penas lo hizo arrancar. Inútil resultó salir detrás de ella. Pronto, la portentosa moto y la muchacha se convirtieron en un punto negro que en cuestión de segundos desapareció en el horizonte.
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