Invierno, tarde tibia...
Invierno. Tarde tibia.
Como en una dicha diamantina todo.
Aéreos, casi, la hierba y el agua.
¿Será en la noche inquieta, aterida, un recuerdo
translúcido, esta tarde?
Un aroma infinito, tibio, debiera ser,
penetrando los sueños llenos de formas quietas
y como eternizadas.
Debiera ser. Como un vuelo se pierde, sin embargo.
—¿Pero se pierde un vuelo?—
Visita alada sin la mínima atención humana
a que tenía derecho.
Pienso. Oh, no sueño.
Entre la sangre y el fuego, quizás,
entre el dolor paciente,
se ganarán los estados necesarios a la cortesía con los
ángeles.
La cortesía de todos para que la gracia no sea un
privilegio,
y puedan las noches futuras delicadamente defendidas
para todos y para algo que será más que la dicha
—oh exquisitos a
quienes la dicha sola os hiere—
estremecerse, secretas, con el recuerdo aún vivo
de alas entrevistas y de nimbos extraños.
Juan L. Ortiz
De El ángel inclinado (1937)
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