Encaje de bolillos, Antón Chejov
El sacristán Otlukavin está en el coro, y sostiene entre
sus grasientos dedos una pluma de ganso. Las arrugas se reúnen en su pequeña
frente, en su nariz juguetean manchas de todo color, comenzando por el rosa y
terminando por el azul. Ante él, encima de la cubierta roja del Santo Triodio
hay dos papeles. En uno de ellos hay escrito:
«Por la salud»; en el otro: «Por los difuntos», y bajo ambos
rótulos una lista de nombres… Junto al coro, está de pie una pequeña viejecita
de rostro preocupado con una bolsa a la espalda. Pensativa.
–¿Quién va después? –pregunta el sacristán, rascándose la
oreja con dejadez–. Vamos, señora, piense que no tengo tiempo. Debo leer las
horas del Oficio.
–Ya, padre… Bien, escriba… «Por la salud» de los siervos
de Dios: Andréi y Daria con su descendencia… Mitri, otra vez Andrei, Antip,
María…
–Espera, no vayas tan rápido, que no estás corriendo
detrás de una liebre… Tienes tiempo.
–¿Anotó María? Bien, ahora Kiril, Gordéi, Guerasim, el
niño que acaba de morir, Pantaléi… ¿Apuntó al difunto Pantaléi?
–Espere, ¿Pantaléi ha muerto?
–Murió… –suspira la vieja.
–Pero entonces, ¿por qué me mandas anotarlo en «Por la
salud»? –el sacristán tacha enfadado a Pantaléi y lo pasa a la otra hojita–.
Entonces… Habla con propiedad y no me confundas. ¿A quién más «Por los
difuntos»?
–¿En «Por los difuntos»? Un momento, a ver… Bien,
escriba: Iván, Avdotia, otra Daria, Egor… Anote… al soldado Zajar… No se sabe
nada de él desde que se fue al servicio hace cuatro años…
–Es decir, ¿se murió?
–¿Quién lo sabe? Puede que haya muerto o puede que esté
vivo… Usted apúntelo…
–¿Pero dónde lo apunto? Si hubiese, digamos, muerto,
entonces en «Por los difuntos», pero si está vivo, entonces en «Por la salud»…
¡Comprenda a su hermano!
–Mmm… Pues, apúntelo en las dos hojas y ya se verá.
Además, a él le va a dar lo mismo dónde lo anote porque es un hombre
licencioso, un perdido… ¿Lo anotó? Ahora en «Por los difuntos» a Mark,
Lievonti, Arina… Ah, y a Kuzmá y Anna… A Fedosia, que está enferma…
–A Fedosia, que está enferma, ¿en «Por los difuntos»?
¡Uf!
–¿Qué tiene con los difuntos? ¿Se burla?
–¡Uf! ¡Me está usted enredando! No se ha muerto aún, lo
ha dicho, así que si no se ha muerto, no hay por qué meterla en «Por los
difuntos». ¡Me está confundiendo! Así que tendremos que tachar con una cruz a
Fedosia y ponerla en el otro sitio… ¡Ya he manchado todo el papel! Bueno,
escucha que te leo: «Por la salud» de Andréi, Daria y su descendencia, de nuevo
Andréi, Antip, María, Kiril, Guer… y
el niño que
acaba de morir… Espera, ¿por qué está aquí este
Guerásim? Recién fallecido y, ¡de pronto en «Por la salud»! ¡No, me ha enredado,
vieja!
¡Márchate con Dios! ¡Me ha enredado por completo!
El sacristán menea la cabeza, tacha a Guerásim y lo pasa
a la hoja de «Por los difuntos».
–¡Escúcheme! «Por la salud» de María, Kiril, el sol- dado
Zájar… ¿A quién más?
–¿A Avdotia la ha apuntado?
–¿A Avdotia? Mmm… Avdotia… Evdokia… –el sacristán vuelve
a examinarlas dos hojitas–. Recuerdo haberla anotado, pero el diablo sabrá… No
aparece por ningún sitio… ¡Ah, aquí está! ¡En «Por los difuntos» está anotada!
–¿A Avdotia en «Por los difuntos»? –se asombra la vieja–.
¡No hace apenas un año que se casó y usted ya quiere su muerte? Usted mismo,
querido, es el que se enreda, pero se enfada conmigo. Escriba con tranquilidad,
porque si siente rabia en el corazón el demonio se alegra. Es eso, el demonio
que le ronda y le enreda…
–Espera, no me moleste…
El sacristán frunce el ceño, piensa un poco y tacha
lentamente a Avdotia de la lista de «Por los difuntos». La pluma chirría en la
letra «d» y cae un borrón grande de tinta. Confundido, el sacristán se rasca la
nuca.
–Entonces, Avdotia fuera de aquí… –murmura algo turbado–,
y la apuntamos allí… ¿Así? Espera… Si la apuntamos aquí entonces es en «Por la
salud», pero si la apuntamos allí es «Por los difuntos»… ¡Esta mujer me ha
enredado por completo! Y al soldado este, Zájar, ya no sé dónde está… Que el
diablo me lleve… ¡No entiendo nada! Hay que empezar de nuevo…
El sacristán se estira hasta un armario pequeño y saca un
trozo de papel blanco.
–Si es por eso, quite de la lista a Zájar… –dice la vie-
ja–. Que vaya con Dios, quítalo…
–¡Cállese!
El sacristán moja la pluma despacio y copia los nombres
de los dos papeles en la hoja nueva.
–Los apuntaré todos seguidos –dice–, y se los llevará al
diácono… Deje que sea el diácono quien descubra quién está vivo y quién muerto.
Estudió en el seminario y es que yo de estos asuntos… no me mates, pero no en-
tiendo nada.
La vieja agarra el papelito, le da al sacristán un kopek
y medio de los antiguos y se marcha trotando hacia el altar.
Antón Chejov
En las habitaciones numeradas, Antón Chejov
–¡Escúcheme, querido! –la coronela Nashatírina, in-
quilina del número 47, se abalanzó enrojecida y alterada sobre el propietario–.
¡O me da otro número de habitación donde residir o me tendré que ir de sus
malditas habitaciones! ¡Esto es un pesebre! ¡Me perdonará usted, pero tengo
hijas grandes y aquí solo se escuchan porque- rías día y noche! ¿Qué le parece?
¡Día y noche! ¡A veces él suelta alguna cosas que se le atrofian a una las
orejas!
¡Es tan simplón como un carretero! Menos mal que mis
niñas aún no entienden nada, porque si no habría que huir con ellas a la calle…
¡Escuche! ¡Ahora está diciendo algo!
–Yo conozco, hermano
mío, un caso
aún mejor
–desde la habitación vecina llegaba una débil voz ronca–.
¿Te acuerdas del teniente Druzhkov? Pues el tal Druzhkov
realizó una vez una carambola con la bola amarilla a la esquina y, como suele
hacer, levantó la pierna… De repente hizo algo y… ¡zas! Al principio pensábamos
que había roto el tapete de la mesa de billar, pero cuando miramos, hermano mío,
¡sus costuras se parecían a los Estados Unidos! Tanto levantó la pierna el muy
bestia que no le quedó ni una costura… Jajajá. Pero es que en ese momento había
damas presentes… la esposa del baboso alférez Okurin… Okurin enfureció… ¿Cómo
se atreve a comportarse de esa forma indecente ante mi es- posa? Palabra por
palabra, ya sabes cómo son los nuestros… Okurin envió sus compinches a
Druzhkov, y Druzhkov, que no tiene ni un pelo de tonto, dijo: «No me los mande
a mí sino al sastre que cosió este pantalón. ¡Es él el culpable!». Jajajá…
Jajajá…
Las hijas de la coronela, Lilia y Mila, que estaban sentadas
junto a la ventana con los puños apoyados en
sus rollizas mejillas, bajaron los ojos, hinchados, y se ruborizaron.
–¿Lo ha escuchado? –prosiguió Nashatírina dirigiéndose al
casero–. ¿Según usted esto no es nada? ¡Muy señor mío, soy coronela! ¡Mi marido
es un mando militar! ¡No pienso permitir que un carretero diga estas abominaciones
prácticamente en mi presencia!
–Pero él no es un carretero, señora, sino el subcapitán
Kikin… Pertenece a la nobleza.
–¡Pues si se ha olvidado hasta tal punto de la nobleza
que se expresa como un carretero, aún merece mayor desprecio! ¡Pero no me
responda! ¡En dos palabras, tome medidas!
–¿Qué puedo hacer yo, señora? No es usted la única que se
queja, todos lo hacen. ¿Pero qué hago con él? Uno va a verle a su habitación y
comienza a avergonzarlo:
«¡Aníbal Ivánich! ¡Por Dios! ¡Esto es vergonzoso!», pero
él pone el puño frente a tu cara y con otras palabras te dice «Vete a freír
espárragos» o cosas así. ¡Un escándalo! Por la mañana se despierta y sale al
pasillo en ropa interior, con perdón. O coge su revólver cuando ha bebido y
comienza a disparar balas contra la pared. De día, se atiborra de vino, y por
la noche juega a las cartas… Y después de jugar arma el lío. ¡Vergüenza me da
por mis inquilinos!
–¿Y por qué no desahucia a este sinvergüenza?
–¿Cómo te tragas algo así? Debe ya tres meses, no le
reclamamos el dinero, solo que se vaya, por caridad… El juez de paz lo
sentenció a desalojar la habitación, pero él ha apelado, y esto se alarga…
¡Simplemente da pena!
¡Menudo hombre, Dios mío! Es joven, guapo, inteligente…
Si no ha bebido no hay hombre mejor. El otro día no estaba borracho y estuvo
escribiéndoles cartas a sus padres.
–¡Pobres de sus padres! –suspiró la coronela.
–¡Pobres, en efecto! ¿Es que es agradable tener un vago
como este? Lo reprenden, lo expulsan de las habitaciones, y no hay día que no
lo juzguen por algún escándalo. ¡Una lástima!
–¡Pobre de su infeliz mujer! –suspiró la coronela.
–No está casado, señora. ¡Cómo podría estarlo! Gracias a
Dios que tiene la cabeza intacta…
La coronela dio unos pasos de una esquina a otra.
–¿Dice usted que no está casado?
–En absoluto, señora.
La coronela volvió a pasearse de nuevo de una esquina a
otra y se quedó pensado.
–Mmm… No está casado… –dijo pensativamente–. Mmm… ¡Lilia
y Milia, no os sentéis junto a la ventana que hay corriente! ¡Qué pena! ¡Un
hombre joven y se echa a perder de esta forma! ¿Y todo por qué? ¡No tiene
buenas influencias! No tiene una madre que… ¿No está casado? Bueno, eso es
porque… por eso… Por favor, sea usted amable… –continuó la coronela, pensando–,
vaya a verlo y pídale en nombre mío que… bueno, absténgase de expresiones… Dígale que la coronela
Nashatírina rogó… Vive con sus hijas, dígale, en la número 47… vino desde sus
propiedades…
–Sí, señora.
–Dígale eso: la coronela con sus hijas. Que venga a pedir
disculpas… Estamos siempre en casa por la tarde.
¡Ah, Mila, cierra la ventana!
–¿Qué le ha dado a mamá con ese… perdido? –soltó Lilia
cuando salió el propietario–. ¡Ya ha encontrado a quién invitar! ¡A un
borracho, pendenciero y desastroso!
–Pero no digas eso, ma chere… Siempre estáis ha- blando
así, pero… ¡os quedáis aquí sentadas! ¿Entonces? Él será lo que sea, pero con
todo y con eso, no se le debe hacer de menos… No hay mal que por bien no venga,
¿quién sabe? –suspiró la coronela mirando preocupada a sus hijas–. Puedes que
este sea vuestro destino… Por si acaso, vestíos…
Antón Chejov
El encuentro de la primavera (razonamiento), Antón Chejov
Los bóreas cambiaron el céfiro. Sopla una brisa que no
viene del oeste ni del sur (estoy desde hace poco en Moscú y aún no conozco
bien este lugar del mundo), sopla levemente, que apenas levanta las faldas… No
hace frío, de tal manera no hace frío que uno puede atreverse a pasear con
sombrero, abrigo y bastón. Incluso no hiela de noche. La nieve se derritió,
volviéndose agua turbia, que fluye rumorosamente desde las colinas y los cerros
hasta los sucios canales; únicamente no se derritió en las calles estrechas y
en las callejuelas donde sosegadamente yace amontonada bajo una capa de tierra
y así permanecerá hasta mayo… En los campos, en los bosques y en los bulevares
tímidamente brota la hierba verde… Los árboles aún están completamente
desnudos, pero parecen como si estuvieran animados. El cielo es bonito, puro,
luminoso; solo raras veces pasan nubes que dejan caer a la tierra pequeñas
gotas… El sol brilla tan espléndido, tan cálido y tan tierno, que parece haber
bebido y comido hasta saciarse, como si hubiera visto a un viejo amigo… Huele a
hierba joven, estiércol, humo, moho, a todo tipo de basura, a la estepa y a
algo muy particular… Allá donde mires, en la naturaleza todo son preparativos,
la- bores, guisos sin fin… En esencia, llega la primavera.
El público, que ya se hartó terriblemente de gastar dinero
en leña, de andar con pesadas pieles y gruesos chanclos, de respirar aire helado,
húmedo y viciado, impetuosa, alegremente extiende los brazos para saludar la
llega- da de la primavera. La primavera es una invitada deseada, pero ¿acaso es
buena? ¿Cómo les diría? Para mí, no se trata de que sea demasiado buena, y no
se puede decir que sea demasiado mala. Sea como fuere, se la espera con impaciencia.
Los poetas, viejos y jóvenes, mejores y peores, dejan por
un tiempo en paz a cajeros, banqueros, ferroviarios y maridos cornudos, dejan
correr la pluma para componer madrigales, ditirambos, odas laudatorias, y demás
obras poéticas, cantando en ellas todos los encantos primavera- les… Cantan
habitualmente con poca fortuna (no hablo de los presentes). La luna, el aire,
la bruma, la lejanía, los deseos, «ella» está en ellos en primer plano.
Los prosistas también propenden a la armonía poética.
Todos los folletines, alabanzas y vituperios comienzan y terminan con la
descripción de sus propios sentimientos, a propósito de la inminente primavera.
Las señoritas y los caballeros… sufren mortalmente. Su
corazón late a 190 pulsaciones por minuto, la temperatura es ardiente. Los
corazones están llenos de dulces presentimientos… La primavera lleva consigo el
amor, y el amor lleva consigo «¡Tanta felicidad, tanto sufrimiento!». En
nuestro dibujo la primavera mantiene a los enamorados en la cuerda floja. Y
hace bien. También en el amor hace falta disciplina, ¿qué sucedería si ella
dejara caer el Amor, le diera, canalla, libertad? Yo soy un hombre más bien
serio, pero también a mí en virtud de los aires primaverales, acuden a mi
cabeza toda clase de diabluras. Escribo, y ante mis ojos hay paseos umbríos,
fuentes, pájaros, «ella» y todo lo demás. La suegra empieza a mirarme de manera
sospechosa, y la mujer se deja ver junto a la ventana…
Los médicos son gente muy seria, pero tampoco ellos
duermen tranquilos… Tienen pesadillas y les invaden los sueños más seductores.
Las mejillas de los doctores, los practicantes y los boticarios arden
sonrosadas y febriles. Y no sin motivo. Sobre las ciudades se extienden nauseabundas
nieblas, y esas nieblas están compuestas de microorganismos que producen enfermedades…
Duele el pecho, la garganta, los dientes… Se despiertan viejos reumatismos,
gotas, neuralgias. Los tísicos tosen sin pa- rar. En las farmacias hay
terribles tumultos. El pobre boticario nunca puede comer ni tomar té. El
clorato potásico, los polvos de Doverov, los ungüentos para el pecho, el yodo y
estúpidos productos para los dientes se venden a montones. Escribo y escucho
cómo en la farmacia vecina resuenan las monedas de cinco kopeks. Mi suegra
tiene flemones en los dos carrillos: un monstruo monstruoso.
Los pequeños comerciantes, las cajas de ahorro, los
caníbales prácticos, los judíos y los campesinos bailan la cachucha de la
alegría. También para ellos la primavera es una bendición. Miles de abrigos de
pieles van a las casas de empeños para dar de comer a los hambrientos. Toda la
ropa de invierno que aún tiene valor se lleva para bendición de los judíos. Si
no llevas el abrigo de piel a la casa de empeños, te quedas sin ropa de verano
y te pavonearás en la casa de campo con pieles de castor y mapa- che. Por mi
abrigo de piel que vale como mínimo 100 rublos, me dieron 32 en la casa de
empeños.
En las ciudades de Berdichev, Zhitomir, Rostov, Poltava,
el fango llega a las rodillas. Es un fango pardo, vis- coso, fétido… Los
transeúntes se sientan en casa y no asoman la nariz a la calle por si se hunden
en el diablo sabe qué. Te dejas en el fango no solo los chanclos, sino incluso
las botas y los calcetines. Sal a la calle en caso de necesidad, o descalzo o
en zancos, pero lo mejor es que no salgas en absoluto. En Moscú, a decir
verdad, no se deja uno las botas en el fango, pero es más seguro llevar
chanclos. Uno puede despedirse de los chanclos para siempre en muy pocos
lugares (a saber: en la esquina de las calles Kuznetski y Petrovka, en Truba y
casi en todas las plazas). De una aldea a otra no puedes ir.
Todos se disponen a pasear y regocijarse, excepto los
adolescentes y los jóvenes. No se ve a la juventud por los exámenes de
primavera. Todo el mes de mayo pasa obteniendo sobresalientes y suspensos. Para
los suspensos la primavera no es un huésped deseado.
Aguarden un poco, dentro de cinco o seis días, como mucho
dentro de una semana, los gatos maullarán más fuerte bajo las ventanas, la
hierba rala se hará espesa, en las aldeas los brotes se harán vellosos, la
hierba crecerá por todas partes, el sol calentará y la primavera será primavera
de verdad. De Moscú saldrán convoyes con muebles, flores, colchones y
doncellas. Pulularán hortelanos y jardineros… Los cazadores comenzarán a cargar
sus escopetas.
Aguarden una semana, tengan paciencia, y mientras tanto
pongan resistentes vendas en su pecho, para que no salgan de él sus
desenfrenos, las impacientes demoras del corazón…
Por cierto, ¿cómo desean representar en el papel la fi-
gura de la primavera? ¿De qué manera? En tiempos antiguos, la dibujaban en forma
de una bella doncella, tendida en un campo de flores. Las flores son sinónimo
de alegría… Ahora son otros tiempos, hay otros gustos, y otra primavera.
También se dibuja como una joven dama. No está tendida en las flores, puesto
que no hay flores, y tiene las manos metidas en los manguitos. Haría falta
representarla demacrada, delgada, esquelética, tísica, pero que sea comme il
faut (1). Le haremos esa concesión solo porque es una dama.
1. Como
es debido.
Antón Chejov
En la administración de correos, Anton Chejov
La joven esposa del viejo
administrador de Correos Hattopiertzof acababa de ser inhumada. Después del
entierro fuimos, según la antigua costumbre, a celebrar el banquete funerario.
Al servirse los buñuelos, el anciano viudo rompió a llorar, y dijo:
-Estos buñuelos son tan
hermosos y rollizos como ella.
Todos los comensales
estuvieron de acuerdo con esta observación. En realidad era una mujer que valía
la pena.
-Sí; cuantos la veían
quedaban admirados -accedió el administrador-. Pero yo, amigos míos, no la
quería por su hermosura ni tampoco por su bondad; ambas cualidades corresponden
a la naturaleza femenina, y son harto frecuentes en este mundo. Yo la quería
por otro rasgo de su carácter: la quería -¡Dios la tenga en su gloria!- porque
ella, con su carácter vivo y retozón, me guardaba fidelidad. Sí, señores; érame
fiel, a pesar de que ella tenía veinte años y yo sesenta. Sí, señores; érame
fiel, a mí, el viejo.
El diácono, que figuraba
entre los convidados, hizo un gesto de incredulidad.
-¿No lo cree usted? -le
preguntó el jefe de Correos.
-No es que no lo crea;
pero las esposas jóvenes son ahora demasiado…, entendez vous…? sauce
provenzale…
-¿De modo que usted se
muestra incrédulo? Ea, le voy a probar la certeza de mi aserto. Ella mantenía
su fidelidad por medio de ciertas artes estratégicas o de fortificación, si se
puede expresar así, que yo ponía en práctica. Gracias a mi sagacidad y a mi
astucia, mi mujer no me podía ser infiel en manera alguna. Yo desplegaba mi
astucia para vigilar la castidad de mi lecho matrimonial. Conozco unas frases
que son como una hechicería. Con que las pronuncie, basta. Yo podía dormir
tranquilo en lo que tocaba a la fidelidad de mi esposa.
-¿Cuáles son esas palabras
mágicas?
-Muy sencillas. Yo
divulgaba por el pueblo ciertos rumores. Ustedes mismos los conocen muy bien.
Yo decía a todo el mundo: «Mi mujer, Alona, sostiene relaciones con el jefe de
Policía Zran Alexientch Zalijuatski». Con esto bastaba. Nadie se atrevía a
cortejar a Alona, por miedo al jefe de Policía. Los pretendientes apenas la
veían echaban a correr, por temor de que Zalijuatski no fuera a imaginarse
algo. ¡Ja! ¡Ja!… Cualquiera iba a enredarse con ese diablo. El polizonte era
capaz de anonadarlo, a fuerza de denuncias. Por ejemplo, vería a tu gato
vagabundeando y te denunciaría por dejar tus animales errantes…; por ejemplo…
-¡Cómo! ¿Tu mujer no
estaba en relaciones con el jefe de Policía? -exclaman todos con asombro.
-Era una astucia mía. ¡Ja!
¡Ja!… ¡Con qué habilidad los llamé a engaño!
Transcurrieron algunos
momentos sin que nadie turbara el silencio.
Nos callábamos por
sentirnos ofendidos al advertir que este viejo gordo y de nariz encarnada se
había mofado de nosotros.
-Espera un poco. Cásate
por segunda vez. Yo te aseguro que no nos volverás a engañar-murmuró alguien.
Sin trama y sin final
ESCRITURA/ CONSEJOS DE ANTÓN CHÉJOV (1860-1904)
(25 fragmentos de cartas dirigidas a amigos,
escritores, familiares, etc.)
1/ Dios mío: no permitas que juzgue o hable de lo que
no conozco o no comprendo.
2/ Toma algo de la vida cotidiana sin preocuparte por
la trama y sin final.
3/ No se trata de lo que he visto sino de cómo lo he
visto.
4/ Escribe una crónica durante un año entero; luego
acórtala durante medio año y después publícala. Tú limas poco y un escritor,
más que escribir, debe aprender a bordar sobre el papel; el trabajo debe ser
minucioso y elaborado.
5/ No inventes sufrimientos que no has experimentado;
no describas paisajes que no has visto; la mentira, en la escritura, resulta
más molesta que en una conversación.
6/Nunca se debe mentir. El arte tiene esa grandeza
particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política,
en la medicina; se puede engañar a la gente, incluso a Dios; pero en el arte no
se puede mentir.
7/ Evitar descripciones rutinarias de los objetos:
“Los estantes de la pared estaban llenos de libros”, etc.
8/ Las descripciones de la naturaleza deben ser breves
y cumplir una función. Deben dejarse de lado lugares comunes del tipo: “El sol
poniente, sumergiéndose en las olas ya oscuras del mar, inundaba de un oro purpúreo, etc.”. O “las golondrinas,
volando sobre la superficie del agua, piaban alegremente”.
9/ Evitar el antropomorfismo: el mar respira, susurra,
está desconsolado, etc; esas asimilaciones hacen las descripciones bastante
monótonas, a veces empalagosas y otras oscuras; en las descripciones de la
naturaleza el color y la expresión se alcanzan solo con sencillez, con frases
simples del tipo “oscurece”, “llueve” y otras por el estilo.
10/Lo mejor es no describir el estado de ánimo de los
protagonistas de un relato; hay que tratar que dicho estado se desprenda de las
acciones de los protagonistas.
11/ Conviene no abundar con los detalles. Resulta más
efectivo sacrificarlos al conjunto. Los detalles, por muy interesantes que
sean, fatigan la atención del lector.
12/ La
abundancia de personajes en escena suele ser errónea. El centro de gravedad
deberían ser solo dos: él y ella…
13/ Puede llorar con un relato, puede sufrir con sus
personajes, pero debe hacerlo de tal modo que el lector no lo perciba. Cuanto
mayor sea su objetividad más fuerte será la impresión que produzca.
(recordar acá
el efecto de realidad en Barthes)
14/ Cuanto más sentimental sea la situación abordada,
más fría debería ser la escritura. No conviene azucarar.
15/ Nunca escribí directamente del natural. Sólo sé
escribir basándome en recuerdos. Necesito que mi memoria decante el motivo y
que en ella, como en un filtro, solo quede lo que es importante y
característico.
16/ Recuerda que las declaraciones de amor, la
infidelidad de maridos y esposas, las lágrimas de la viuda y los huérfanos,
cualquier tipo de lágrimas, vienen siendo descritas hace mucho tiempo. El
tratamiento del tema debe ser nuevo; podemos incluso prescindir de la trama.
17/ No seamos charlatanes y admitamos con franqueza
que en este mundo no se entiende nada. Sólo los imbéciles y los ignorantes
creen comprenderlo todo.
18/ Me reprocha usted mi inmoralidad, mi falta de
objetividad…Quizás querría que yo, al describir ladrones de caballos en un
cuento, dijera que “robar caballos está mal”. Pero eso ya se sabe desde hace
tiempo sin necesidad de que yo lo diga. Que se ocupen los jueces de eso. Admito
que sería agradable conciliar arte y predicación; pero en mi caso es imposible
por motivos técnicos.
19/ Es un buen hombre, no exento de ingenio, pero
literalmente inculto. Tiene una pasión por los lugares comunes, por las
palabras y descripciones altisonantes y cree que esos ornamentos son
indispensables a la hora de escribir. Se parece por momentos a esos creyentes
que no se atreven a rezar a Dios en ruso
y lo hacen en eslavo eclesiástico, aún sabiendo que el ruso está más cerca de
la verdad y el corazón.
20/ No temas escribir tonterías.
21/ No es la escritura en sí misma lo que me da náuseas
sino el entorno literario, del que no es posible escapar, y que te acompaña a
todas partes, como la atmósfera a la tierra.
22/ Se me reprocha que sólo escriba sobre
acontecimientos mediocres y que no presente héroes positivos en mis relatos.
¿De qué clase de héroes quieren que hable? Me limito a decir a los lectores:
¡miren que aburrida y tonta es la vida que llevan! Si los lectores entienden
seguramente se inventarán una vida diferente y mejor.
23/ Al corregir suprima adjetivos y adverbios que
sobren. Pone usted muchos adjetivos y eso cansa. Cuando escribo “el hombre se
sentó en la hierba” resulta comprensible: es claro y no fatiga. Por contrario
resulta pesado para la cabeza si escribo: “Un hombre alto, de pecho hundido,
estatura mediana y barba pelirroja, se sentó sobre la hierba ya pisada por los
paseantes; se sentó sin hacer ruido, tímidamente, mirando con temor a su
alrededor”. Este pasaje tarda en entrar en la cabeza y la literatura debe
entrar de golpe, en un instante”.
24/ Algunas noticias biográficas resultan inútiles. Si
escribo “en 1839” eso no le dirá nada a un francés. Tal vez quedaría mejor así:
“A la edad de veinte años Dostoievsky” tal y tal cosa. Para mí esas informaciones son más
importantes que las fechas. El público no retiene a estas últimas. Finalmente
se convierten en letra muerta.
25/ ¡Déjese de paréntesis y comillas! Las comillas las
emplean dos tipos de autores: los tímidos y los poco ingeniosos. Algunos ponen
una palabra entre comillas como diciendo: “¡Fíjate lector qué palabra tan
atrevida, original y nueva acabo de inventar!”