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Pertenezco a una generación que ha heredado la
incredulidad en la fe cristiana y que ha creado en sí una incredulidad de todas
las demás fes. Nuestros padres tenían todavía el impulso creyente, que
transferían del cristianismo a otras formas de ilusión. Unos eran entusiastas
de la igualdad social, otros eran enamorados sólo de la belleza, otros depositaban
fe en la ciencia y en sus provechos, y había otros que, más cristianos todavía,
iban a buscar a Orientes y Occidentes otras formas religiosas con que
entretener la conciencia, sin ella hueca, de meramente vivir.
Todo esto lo perdimos nosotros, de todas estas
consolaciones nacimos huérfanos. Cada civilización sigue la línea íntima de una
religión que la representa: pasar a otras religiones es perder ésta y, por fin,
perderlas a todas.
Nosotros perdimos ésta, y también las otras.
Nos quedamos, pues, cada uno entregado a sí mismo, en la
desolación de sentirse vivir. Un barco parece ser un objeto cuyo fin es
navegar; pero su fin no es navegar, sino llegar a un puerto. Nosotros nos
encontramos navegando, sin la idea del puerto al que deberíamos acogernos.
Reproducimos así, en la especie dolorosa, la fórmula aventurera de los
argonautas: navegar es preciso, vivir no es preciso.
Sin ilusiones, vivimos apenas del sueño, que es la
ilusión de quien no puede tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos, nos
disminuimos, porque el hombre completo es el hombre que se ignora. Sin fe, no
tenemos esperanza, y sin esperanza no tenemos propiamente vida. No teniendo una
idea del futuro, tampoco tenemos una idea de hoy, porque el hoy, para el hombre
de acción, no es sino un prólogo del futuro. La energía para luchar nació
muerta con nosotros, porque nosotros nacimos sin el entusiasmo de la lucha.
Unos de nosotros se estancaron en la conquista necia de
lo cotidiano, ordinarios y bajos buscando el pan de cada día, y queriendo
obtenerlo sin trabajo sentido, sin la conciencia del esfuerzo, sin la nobleza
de la consecución.
Otros, de mejor estirpe, nos abstuvimos de la cosa
pública, nada queriendo y nada deseando, e intentando llevar hasta el calvario
del olvido la cruz de existir simplemente. Imposible esfuerzo en quien no
tiene, como el portador de la Cruz, un origen divino en la conciencia.
Otros se entregaron, atareados por fuera del alma, al
culto de la confusión y del ruido, creyendo vivir cuando se oían, creyendo amar
cuando chocaban contra las exterioridades del amor. Vivir, nos dolía, porque
sabíamos que estábamos vivos: morir, no nos aterraba, porque habíamos perdido
la noción normal de la muerte.
Pero otros, Raza del Final, límite espiritual de la Hora
Muerta, no tuvieron el valor de la negación y el asilo en sí mismos. Lo que
vivieron fue en la negación, en el desconocimiento y en el desconsuelo. Pero lo
vivimos desde dentro, sin gestos, encerrados siempre, por lo menos en el género
de vida, entre las cuatro paredes del cuarto y los cuatro muros de no saber hacer.
4 «Primer artículo.» Pessoa no sólo hacía anotaciones en
inglés, sino que también escribió prosa y poesía en este idioma.
Libro del desasosiego de Bernardo Soares
Fernando Pessoa
Traducción del portugués, organización, introducción y notas
de Ángel Crespo
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