Tarde de verano
II
No se sabe por qué hay el perro cabizbajo que busca su
comida
entre las botellas vacías de la noche pasada
y aparta con paciencia la hoja de diario
y no hace caso
de la fotografía del ministro.
Hay el sereno olor
a muerte inmaculada de la carnicería.
Hay el llanto del bebé
en el umbral abandonado. Hay peones de la mudanza que
cargan la heladera
amorosamente abrigada con una frazada.
Hay los que esperan el salto del suicida
que amenaza desde la cornisa.
Hay la mezcla improbable del olor de los restoranes
el aullido histérico de las disquerías
y todas esas caras que sonríen desde los afiches sin
hacer caso
de su oreja arrancada
o de los bigotes pintados.
Y hay también
el guitarrista trabajoso sentado contra la pared
que jamás traiciona ni amenaza en el fuego tibio
de sus ojos confiados de un día más
un día más
una última tonada y que sabe que
él también ha de morir
para contribuir al orden de la naturaleza.
Y hay la pregunta nunca contestada de no se sabe por qué.
Gianni Siccardi
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