Papiro mortuorio
Que no pasen por nada los parientes, párenlos
con sus crisantemos y sus lágrimas
y aquellos acordeones para la fiesta
del incienso; nadie
es el juego sino uno, este mismo uno
que anduvimos tanto por error
de un lado a otro, por error: nadie
sino el uno que yace aquí, este mismo uno.
Cuesta volver a lo líquido del pensamiento
original, desnudarnos como cantando
de la airosa piel que fuimos con hueso y todo desde
lo alto del cráneo al último
de nuestros pasos, tamaña especie
pavorosa, y eso que algo
aprendimos de las piedras por el atajó
del callamiento.
A bajar, entonces, áspera mía ánima, con la dignidad
de ellas, a lo gozoso
del fruto que se cierra en la turquesa de otra luz
para entrar al fundamento, a sudar
más allá del sudario la sangre fresca del que duerme
por mí como si yo no fuera ése,
ni tú fueras ése, ni interminablemente nadie fuera ése,
porque no hay juego sino uno y éste es el uno:
el que se cierra ahí, pálidos los pétalos
de la germinación y el agua suena al fondo
ciega y ciega, llamándonos.
Fuera con lo fúnebre; liturgia
parca para este rey que fuimos, tan
oceánicos y libérrimos; quemen hojas
de violetas silvestres, vístanme con un saco
de harina o de cebada, los pies desnudos
para la desnudez
última; nada de cartas
a la parentela atroz, nada de informes
a la justicia; por favor tierra,
únicamente tierra, a ver si volamos
Gonzalo Rojas
Transtierro (1984)
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