31 de marzo de 2021

Miercoles, Witold Gombrowicz


 Miercoles, Witold Gombrowicz

Józefa Radzyminska me ha hecho llegar generosamente unos cuantos números de Wiadomości y de Życie [periódicos publicados por la emigración polaca en Londres.] y al mismo tiempo han caído en mis manos algunos periódicos publicados en Polonia. Leo esa prensa polaca como si fuera un relato sobre alguien muy próximo y perfectamente conocido que, sin embargo, hubiera partido repentinamente, por ejemplo, para Australia y viviera allí unas extrañas aventuras…; esas aventuras me resultan ya irreales por cuanto se refieren a alguien nuevo y diferente que queda, con la persona conocida anteriormente, en una relación de identidad algo diluida. La presencia del tiempo, en esas páginas, es tan fuerte que despierta en nosotros el deseo del contacto directo, el anhelo de vivir y de realizarnos aun de manera imperfecta. Pero la vida queda como detrás de un cristal, alejada; parece como si ya no nos perteneciera y lo observáramos todo desde un tren.
¡Si pudiera oírse en ese reino de la ficción pasajera una voz real! Pero no, son, o bien ecos de hace quince años, o bien cantinelas aprendidas de memoria. La prensa del país, al cantar del modo que le obligan hacerlo, calla como un sepulcro, un abismo, un misterio, y la prensa de la  exilio. La prensa de la emigración recuerda un hospital, donde a los convalecientes sólo se les sirven las sopitas más digestivas.
¿Para qué desgarrar las viejas heridas? ¿Por qué añadir severidad a la que nos ha sido impuesta por la vida?, y además, ¿no deberíamos portarnos bien, puesto que acabamos de recibir un buen sopapo…? De modo que lo que reina en esta prensa son todas las virtudes cristianas: bondad, humanidad, piedad, respeto hacia el hombre, moderación, modestia, decencia, sentido común, pero sobre todo lo que se escribe en ella es de carácter bonachón. ¡Cuántas virtudes! No éramos tan virtuosos cuando nos teníamos mejor de pie. No me fío de la virtud de los que han fracasado, de la virtud nacida de la desgracia, y toda esa moralidad me recuerda las palabras de Nietzsche: «La moderación de nuestras costumbres es consecuencia de nuestro debilitamiento.»
Al contrario que la voz de la emigración, la voz del País resuena tan dura y categórica que se hace difícil creer que no sea la voz de la verdad y de la vida. Aquí al menos sabemos de qué se trata —lo blanco y lo negro, lo bueno y lo malo—, aquí la moralidad grita a voz en cuello y golpea como un palo. Esta cantinela sería magnífica si no horrorizara a los propios cantantes y si en sus voces no se percibiera un temblor que da lástima… En medio de un gigantesco silencio se está formando nuestra inconfesada, muda y amordazada realidad.
 
 

 
Witold Gombrowicz
De Diario 1 (1953-1956)

 

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