Miercoles, Witold Gombrowicz
Józefa Radzyminska me ha hecho llegar generosamente unos
cuantos números de Wiadomości y de Życie [periódicos publicados por la
emigración polaca en Londres.] y al mismo tiempo han caído en mis manos algunos
periódicos publicados en Polonia. Leo esa prensa polaca como si fuera un relato
sobre alguien muy próximo y perfectamente conocido que, sin embargo, hubiera
partido repentinamente, por ejemplo, para Australia y viviera allí unas
extrañas aventuras…; esas aventuras me resultan ya irreales por cuanto se
refieren a alguien nuevo y diferente que queda, con la persona conocida anteriormente,
en una relación de identidad algo diluida. La presencia del tiempo, en esas páginas,
es tan fuerte que despierta en nosotros el deseo del contacto directo, el
anhelo de vivir y de realizarnos aun de manera imperfecta. Pero la vida queda
como detrás de un cristal, alejada; parece como si ya no nos perteneciera y lo
observáramos todo desde un tren.
¡Si pudiera oírse en ese reino de la ficción pasajera una
voz real! Pero no, son, o bien ecos de hace quince años, o bien cantinelas
aprendidas de memoria. La prensa del país, al cantar del modo que le obligan
hacerlo, calla como un sepulcro, un abismo, un misterio, y la prensa de la exilio. La prensa de la emigración recuerda un
hospital, donde a los convalecientes sólo se les sirven las sopitas más
digestivas.
¿Para qué desgarrar las viejas heridas? ¿Por qué añadir
severidad a la que nos ha sido impuesta por la vida?, y además, ¿no deberíamos
portarnos bien, puesto que acabamos de recibir un buen sopapo…? De modo que lo que
reina en esta prensa son todas las virtudes cristianas: bondad, humanidad,
piedad, respeto hacia el hombre, moderación, modestia, decencia, sentido común,
pero sobre todo lo que se escribe en ella es de carácter bonachón. ¡Cuántas
virtudes! No éramos tan virtuosos cuando nos teníamos mejor de pie. No me fío
de la virtud de los que han fracasado, de la virtud nacida de la desgracia, y
toda esa moralidad me recuerda las palabras de Nietzsche: «La moderación de
nuestras costumbres es consecuencia de nuestro debilitamiento.»
Al contrario que la voz de la emigración, la voz del País
resuena tan dura y categórica que se hace difícil creer que no sea la voz de la
verdad y de la vida. Aquí al menos sabemos de qué se trata —lo blanco y lo
negro, lo bueno y lo malo—, aquí la moralidad grita a voz en cuello y golpea como un palo. Esta cantinela sería magnífica si no horrorizara a los propios cantantes
y si en sus voces no se percibiera un temblor que da lástima… En medio de un
gigantesco silencio se está formando nuestra inconfesada, muda y amordazada
realidad.
Witold Gombrowicz
De Diario 1 (1953-1956)
El inasible Witold Gombrowicz, Bartolomé Leal desde
Santiago
Existe una calle en el barrio Flores de Buenos Aires,
llamada Bacacay, en recuerdo de una batalla del siglo XIX entre la República
Argentina y el Imperio del Brasil, por el control de la llamada Banda Oriental
(hoy Uruguay). La palabra viene del guaraní y son aceptados un par de
significados: quemazón y río de las vacas. Pues en esa calle vivió un escritor
mítico de la literatura latinoamericana: Witold Gombrowicz (1904-1968). Un
polaco que se vio obligado a quedarse por estos pagos, ya que durante un viaje
de literatos europeos a Buenos Aires, debió enterarse de la invasión de su
Polonia natal por parte de Hitler y los nazis. Empezaba la Segunda Guerra
Mundial. En espera de la liberación, Gombrowicz se quedó por 25 años en
Argentina, ignorado por el régimen comunista que los soviéticos impusieron en
Polonia; e ignorado también por los arrogantes medios intelectuales argentinos
de la época, salvo un pequeño grupo de iniciados.
Gombrowicz es el autor de novelas de culto como
Ferdydurke. Fueron sus amigos, los asiduos al café Rex y los ajedrecistas de
Buenos Aires, quienes hicieron una traducción colectiva de ésta su primera
novela, aparecida en 1937, crítica virulenta al nacionalismo polaco. Luego, ya
célebre, publica las novelas Transatlántico (1957), Pornografía (1960) y Cosmos
(1967), fascinantes y complejos laberintos literarios y estéticos que han
encantado sobre todo a los escritores, ya que muestra caminos de ruptura con la
narrativa convencional que permiten transitar por fuera de los senderos
trillados del realismo, bajo la forma encubierta que sea. Sin embargo,
Gombrowicz no ha sido tan apreciado por los lectores corrientes. Su anárquico
modo de contar deja a menudo perplejo; demasiado a menudo, digamos, para
lectores que buscan pasar el tiempo con una novela que contenga elementos
identificables. Un autor dudoso además: ¿un polaco en el exilio? ¿ni siquiera
católico o judío? ¿un aristócrata contrario a todo lo que pudiera sonar a
revolucionario? ¿un escritor elitista y distante sin la menor propensión a agradar? No gracias, seguramente fue la
reacción de muchos lectores en la segunda mitad del siglo XX.
Pero hay un libro que sí permite un acercamiento más
amable a este escritor fundamental, a los mundos extraños de su implacable
ajenidad existencial. Y este es el volumen de cuentos Bakakaï, publicado en parte
en Polonia en 1933. Su primera obra, maltratada por la crítica, luego reeditada
en 1957 tras el éxito de sus novelas iniciales. Y con este título un tanto
“exótico”, me imagino idea genial del editor que “polonizó” el nombre de la
calle de Buenos Aires donde Witold Gombrowicz vivió por tantos años, sus
cuentos terminaron editándose en castellano. La edición que consulto es una
traducción de Sergio Pitol, destacado narrador mexicano. Tal vez esta frase de
Gombrowicz explique el sentido (o el sinsentido) de muchos de sus cuentos: “El
lacayo maldecía su suerte, esa suerte que hacía que jamás podamos
desaparecer... que, aún en contra de nuestra voluntad, sin que nuestro cuerpo
lo desee, alguien puede exponernos a la vista de todos, y hacer algo de nosotros
que sobrepasa nuestra capacidad”.
“El banquete” es un cuento surrealista que sólo se puede
entender como una sátira feroz a las realezas europeas (todavía quedan
pingajos) y su intrínseca falsedad, con un rey vulgar y avaro enfrentado a su
corte, dispuesta a cualquier cosa con tal de mantener el statu quo. “La rata”
es un cuento de insoportable crueldad, las torturas que un juez obsesivo
infringe a un bandido irreductiblemente rebelde y enamorado, que tiene una sola
debilidad aprovechada por el poder: el miedo a los roedores. “Sobre las cosas
ocurridas a bordo de la goleta Branbury” es un cuento que narra una delirante
navegación que no conduce a ninguna parte, a menos que la locura sea entendida
como un destino. “El mundo exterior no es sino un espejo que refleja el
interior”, reflexiona el narrador.
“Aventuras” es un cuento cuyo título es irónico, puesto
que un personaje sin mayor propensión a aventurar se ve inmerso en situaciones
horrorosas que deberían llevarlo a le muerte, pero se lo aguanta: “Caminé, caminé
en distintas direcciones como un viajero, un turista, un explorador, por aquí,
por allá, siempre de prisa, como un hombre cargado de ocupaciones, pero
finalmente no supe ya hacia donde dirigir mis pasos”. “En la escalera de
servicio” es un cuento tragicómico acerca de un señor al que le gustan las
sirvientas, pero no cualesquiera, sino las más feas, viejas y deformes, todo relacionado
tal vez con la esposa demasiado perfecta que le tocó en suerte, pero él insiste
en que le gustaban de antes.
“La virginidad” es otro cuento irónico, esta vez contra
las convenciones sociales.
Así define la virginidad: “... una categoría de seres
encerrados, aislados, incontaminados, separados por una tenue membrana sin llegar al fondo, son
distintos de todos los que los rodean, están encerrados con llave contra la
obscenidad, sellados −y no se trata de una vana fraseología retórica− porque es
un sello tan real y válido como cualquier otro... De una pequeña articularidad
puramente corporal nace el inmenso mar de idealismo y de los milagros, en
evidente contraste con nuestra triste realidad”.
“El festín de la condesa Kotlubaj” es un cuento de
elegancia, simbolizada por una cena vegetariana. Dice la anfitriona: “... esa
eterna carne y esa sangre a la que sois tan afectos. ¡Sois demasiado
carnívoros! ¡Oléis demasiado a carne! No sabéis ser felices si no es frente a
un bistec sanguinolento, rechazáis la abstinencia. No hacéis sino engullir horripilantes
trozos de carroña de la mañana a la noche”. Los aristócratas terminan por transformar
su comida en una orgía caníbal.
En estos últimos dos cuentos son feroces los golpes que
Gombrowicz propina, de modo solapado e impúdico, a un par de tópicos de la
religión católica. Se ensaña también con el horror de la ideología de las
clases altas, en su Polonia natal (donde todos son, o se creen, nobles). En sus
relatos están presentes tozudamente lo absurdo, lo grotesco, lo subversivo,
como formas de entender lo intrincado de la naturaleza humana. La vida ordinaria
no es tal, lo bizarro y lo innombrable aparecen a cada momento, como monstruos
del subconsciente. Sus estudios de leyes le dieron seguramente argumentos contra
ese mundo de convencionalismos, en la línea de Kafka.
En la novela Ferdydurke define así su estética del
relato: “Edificar la obra sobre la base de artes sueltas −conceptuando la obra
como una partícula de la obra−... Pero si alguien me hiciese tal objeción: que
esta parcial concepción mía no es, en verdad, ninguna concepción, sino una
mofa, chanza, fisga y engaño, y que yo, en vez de sujetarme a las severas
reglas y cánones del Arte, estoy intentando burlarlas por medio de irresponsables
chungas, zumbas y muecas, contestaría que sí, que es cierto, que justamente
tales son mis propósitos”. Esto que parece enredado es clave en su estilo, ya que
permanentemente juega con las palabras, las repeticiones, las asociaciones no convencionales,
los infantilismos. Inventa palabras y nombres, no permite que el lugar común se
adueñe del relato.
Escritor para escritores, fue alabado por Milan Kundera,
Susan Sontag, John Updike, Julio Cortázar, Ernesto Sábato y muchos otros, que
han reconocido su influjo.
Hoy día, poco menos que elevado a los altares en Polonia,
constituye un valor mercantil... aunque seguramente son más los que lo conocen de nombre
que los que lo leen
Bartolomé Leal
Bartolomé Leal (25 de noviembre de 1946) es un escritor
chileno de novela policial y negra. Ha ejercido la crítica de cine, cerveza,
narrativa de ficción, relatos de viajes, libros de memorias, arte africano y
arte precolombino. Columnista de periódicos, revistas y sitios web en Bolivia y
Chile.
En Ramona, suplemento cultural dominical del diario
Opinión de Cochabamba, ha escrito más de dos centenares de textos en sus
columnas “Cuentos & Cuentistas”, “Memorialistas & Viajeros” y “Feria
Libre”. También es colaborador del blog literario Ecdótica, donde ha animado la
columna “El Cuento del Mes”.
Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) y
del colectivo Letras de Chile.
Bartolomé Leal es un seudónimo. Nació en Santiago de
Chile como José Enrique Leal Rodríguez y estudió en un colegio católico, de
donde egresó como Bachiller en Matemáticas en 1963. Hizo luego estudios de
ingeniería en la Universidad de Chile (1964-1969), recibiendo el título de
Ingeniero Civil Industrial. Tiene un Diploma de Estudios Superiores
Especializados (DESS) en Economía del Desarrollo en la Universidad de París,
Panthéon-Sorbonne (1977-1978).
Ha trabajado para las Naciones Unidas y para diversos
organismos internacionales y nacionales como experto en temas ambientales. Es
autor de estudios sobre Evaluación del Impacto Ambiental, Desarrollo Sostenible
y Economía Ambiental.
Ha residido en Francia, España, Kenia, Bolivia, Kosovo,
Panamá, México y ha hecho innumerables viajes por América Latina, el Caribe
(Haití), Asia y Europa.
La sin ventura
No se puede vivir
con una muerte dentro:
Hay que elegir
entre arrojarla lejos
como fruto podrido
o al contagio
dejarse morir.
Alaide Foppa
Tu boca
Entre labio y labio
cuánta dulzura guarda
tu boca abierta al beso,
estuche en que los dientes
muerden vívidos frutos,
cuenca que se llena
de jugos intensos
de ágiles vinos
de agua fresca,
donde la lengua
leve serpiente de delicias
blandamente ondula,
y se anida el milagro
de la palabra.
Alaide Foppa