23 de agosto de 2020

¿Qué dice de nosotros el código bíblico? Julio Requena



¿Qué dice de nosotros el código bíblico?  Julio Requena
 
 
NO se trata de creer en la Biblia, ni mucho menos de creer que existe en ella un escondido código de todos los sucesos de la humanidad, tanto los que ya fueron como los que vendrán, lo que de por sí constituye un hecho muy extraordinario. Sin embargo, y debido a la persuasión matemática de quienes aparentemente lo han descubierto, el tono profético exacto indicaría, directa y asombrosamente, que este código está escrito por el mismísimo Creador del Universo… En términos hebreos, por el iracundo Jehová, el Jehová de la Torá, exclusivamente, ya que los judíos han inventado la leyenda de que su Dios los ha elegido para guiar a la humanidad. Si no, que lo digan los desdichados palestinos, a quienes los sionistas, para justificar sus crímenes de lesa humanidad, los viven matando en nombre de Jehová…
En principio, la Biblia tiene la forma de un “gigantesco crucigrama”, “en donde están contenidos los hechos de más de 3.000 años de antigüedad, hechos cruciales para el mundo, desde la segunda guerra global hasta el escándalo de Watergate, la bomba de Hiroshima, la llegada del hombre a la Luna, o el reciente impacto de un cometa sobre la superficie de Júpiter”.
Más que asombroso, increíble.
¿Quiénes han sido estos matemáticos judíos que han causado sensación –y hasta no se han salvado del sensacionalismo debido a la truculencia de la noticia– por dar a conocer el descubrimiento asombroso e increíble?
El que dio a conocer a nivel mundial el Código Bíblico fue el periodista Michael Drosnin en 1997.
Drosnin fue el heraldo del Código. Lo difundió con fervor entusiasta, pero tampoco él pudo evitar que el libro que publicara fuera tildado de sensacionalista (o él, Drosnin) debido así a que ninguna profecía se ha cumplido.
Es el destino de toda profecía tremendista no cumplirse, según el síndrome de Casandra.
Casandra era una profetisa, a quien los dioses castigaron en su poder predictivo haciendo que nadie creyera en ella.
Aquí reside el eterno descrédito en que caen las profecías vaticinadoras, sobre todo, del fin del mundo. Drosnin no rehuyó la tentación de dar la suya: “el fin del mundo ocurriría en el año 2006 como consecuencia de una catástrofe nuclear”.
Uno respira aliviado después de que la profecía ha fallado (Casandra movió sus labios en vano). Pero pensemos cuál es el propósito de todo vaticinio terrorista. Es indudable que está en la índole de la mentalidad humana, desde los inicios históricos, profetizar el fin de la especie. La “doble visión” profética ha existido a lo largo de la historia humana. José, la figura bíblica; Cagliostro, el mago; Nostradamus, el “infalible”; Edgar Cayce, el profeta dormido; Solari Parravicini, con sus dibujos ilustrativos, Baba Vanga, la adivina búlgara ciega, que predijo el fin del mundo para el año 5079; y tantos otros… entre ellos nada menos que el contrahecho científico y físico teórico Stephen Hawking, quien vaticinara:
“Predigo con seguridad que el Universo no interrumpirá su expansión en 10.000 millones de años”.
Es claro que esta infantil predicción de un final, está también contaminada por la creencia de dominar el Tiempo, nada menos… Así que ¡pobre Stephen!
Yo deduzco que, más allá del miedo infundido a quienes leen las profecías y se sugestionan creyendo que, efectivamente, el final de los tiempos llegará, palpita toda una oscura concepción de resentimiento social. En el caso de Drosnin, por su condición de judío. Ya se sabe que el judío se siente víctima de una repulsa mundial. El famoso “judío errante”.
Cuando se vive pensando que el hombre es malvado (como lo hacen las religiones, paradójicamente volviéndose contra el propio Dios que han creado), y que este mundo está perdido por la degeneración incesante del maleficio diabólico, con todos los condimentos monstruosos que dan pábulo a los argumentos iracundos y tenebrosos, entonces el resentimiento se hace oír. Los oídos humanos, precisamente, actúan de manera muy cobarde frente a los acontecimientos abisalmente críticos. El augur se yergue en la sociedad como un mago o chamán infalible. Recordemos que las religiones siempre han echado mano a una palabra todopoderosa: el pecado, para justificar la desaparición del hombre. El augur se ha asociado al futuro como la dimensión en que transcurrirá el vaticinio.
 
La profecía nunca es hoy, siempre es mañana.
 
El engaño, así, es obvio. Como nadie conoce el futuro de nada, se intenta amilanar a la gente obligándola a creer -por el miedo al mañana- qué sucederá: ese inevitable y cruel qué sucederá con el futuro de la especie.
Bien, si la profecía de Drosnin no se ha cumplido, ¿deberemos por esto descreer del Código Bíblico? Seamos imparciales. Otras, parece que se han realizado..
El método computacional descubierto por Eliyahu Rips, el descubridor del Código oculto, tanto como sus seguidores Witztum y Gans, es arduo de describir; pero parece que al instalarse la polémica en el orbe científico los matemáticos judíos extremaron las investigaciones para no ser acusados, obviamente, de charlatanes.
Los objetores del Código Bíblico son también varios, y sobresale de entre ellos el australiano Brendan M’kay, quien dice haber encontrado muchas secuencias iguales en el libro Moby Dick.
Es decir, ¿qué es lo válido aquí a descubrir?
Indudablemente que una, una sola profecía se cumpla, pero dado que la Biblia hebrea tiene 304.805 letras, concedamos que pueden existir varias profecías.
La mente, nuestra mente, se complace tenazmente en querer ver el futuro, y siempre cae –relapsa al fin– en la tenebrosidad del pronóstico.
Es decir, ¿qué es lo legítimo aquí de recuperar?
Indudablemente el hecho de que todos somos cómplices de una conspiración mundial.
“Conspiración” significa “respirar con otros, junto a otros”. Y debido a que todos los habitantes del planeta estamos continuamente respirando por las narices de los otros, se deduce que toda profecía entra y sale no por los oídos sino de las narices…
Esto no es una ‘boutade’, una ocurrencia. Por eso profetizar es escandalizar la lógica y entregarse a un devaneo futuro especulativo.
Mejor: profetizar es no profetizar, pero hacer creer que la amenaza hará realidad lo que dice.
¡Qué pena, qué lástima que no haya un consenso universal científico acerca de los vaticinios del Código Bíblico, porque nada se compara a un grandioso relato de ciencia-ficción!
 
Julio Requena

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