María Angélica
En estas soledades estuviste:
París es un desierto para la timidez de los recién
llegados, remontando
el curso silencioso de la memoria, y caería la nieve
del otro lado de tu celda de vidrio: la habitación
a la que es inoportuno agregar: «para persona sola»,
—la conserje no tiene sentido del humor—. Pieza
con vista a otra sobre el patio lluvioso,
y los visillos que recuerdan la luz cuajada en ellos:
respirar de una arena movediza
a la que se mezclara, poco a poco, la sangre.
Mientras el mundo, afuera, absorbía la nieve,
del otro lado del ser que no alcanzabas a tocar
con las manos heladas, en su remota, alegre,
incalculable existencia,
ya no te preguntabas el porqué de tu viaje, obedecías
a la adivinación y a la fatiga
súbitamente cierta de haber vivido antes,
por espacio de siempre, ese mismo momento
como si los extremos de lo real se juntaran:
sólo una grieta para que el tiempo respire, y en el
muro continuo las sombras convertidas,
una vez más, en hojas de palmera.
Enrique Lihn
De Poesía de paso, Casa de las Américas, La Habana (1966)
No hay comentarios:
Publicar un comentario