25 de diciembre de 2019

Las avenidas (Dos versiones) Alejandro Nicotra



Las avenidas  (Nueva versión)

Las avenidas
silenciosas bajo los árboles y la luz de mercurio,
a las tres de la madrugada,
extienden el espacio de un poema
donde los pies monótonos
van midiendo la quietud y el cansancio.
       
Despiertas por tus pasos,
quizá te evoquen las imágenes del amor
en el susurro de las hojas
o en la cabellera más alta de la noche,
inclinada, a esa hora, hacia el reposo o el sueño.

O quizá sólo muestren
el desierto de asfalto,
con lámparas que alumbran el vacío
y árboles desterrados a su nada.

Las avenidas
igual se tienden a lo lejos,
más allá de tu casa,
hacia los límites de la ciudad, en donde
comienza el sitio de las sombras.



Ciudades,
avenidas perdidas en la madrugada
─luces frías, desiertos, árboles cabeceantes─,
avenidas
donde unos pasos buscan, vagamente,
un cuarto en que dormir la soledad.

(Frente al café,
la plaza vela sus espacios
y alguien sale a la noche
sin otro rumbo que el azar de las calles,
dédalo de todos y de nadie.)

Ciudades,
edificios de ventanas dormidas
y puertas apagadas,
avenidas en las que lleva el viento
los fantasmas del polvo pálido del asfalto.

(En las luces del centro
unas máscaras últimas ríen y se abrazan,
ronda la policía,
los semáforos guiñan ─rojo ─verde,
y unos papeles huyen
con su noticia indescifrada.)
 
Tal vez,
una ventana sobre un río,
con las luces de la ciudad en el agua,
o las avenidas
en las noches de marzo o de noviembre
(cuando algo comienza o algo termina),
lugares que lleves por el tiempo
y que, tal vez, pudiesen entregar a la página
lo que en ellos quería ser,
destino.

(Lo que fue y no sabrás nunca del todo,
inclinado sobre sus figuras
como sobre el poema que escribes,
en deriva hacia el alba.)

Sí, lugares que lleves por el tiempo,
ciudades como páginas
que nadie ha de leer,
avenidas nocturnas de marzo o de noviembre,
cuando algo comienza o
algo termina.


Alejandro Nicotra



Las avenidas (Versión publicada en Puertas apagadas, Ediciones La Ventana, Rosario, 1976
Página 63)



Las avenidas
silenciosas bajo los árboles y la luz de mercurio,
a las tres de la madrugada,
extienden el espacio de un poema
donde los pies monótonos
van midiendo la quietud y el cansancio.

Desveladas escritas por tus pasos,
quizá te evoquen las imágenes del amor
en el movimiento callado de las hojas
o en la cabellera más alta de la noche,
inclinada, a esa hora, hacia el reposo o el sueño.

O quizá sólo sientas
que no hay otra realidad sino el desierto
de asfalto,
con sus lámparas que alumbran el vacío
y sus árboles desterrados a la nada.

Las avenidas
igual se tienden a lo lejos,
más allá de tu casa,
hacia los límites de la ciudad, en donde
comienza el sitio de las sombras.



Ciudades,
avenidas perdidas en la madrugada
─luces frías, desiertos, árboles cabeceantes─,
avenidas
donde unos pasos buscan, vagamente,
un cuarto en que dormir la soledad.

(Frente al café,
las calles pasan sin descanso
y alguien sale a la noche
sin otro rumbo que el azar de las calles,
dédalo de todos y de nadie),

Ciudades,
edificios de ventanas dormidas
y puertas apagadas,
avenidas en las que coreere el viento
con los fantasmas del polvo pálido del asfalto.

(En las luces del centro
unas máscaras últimas ríen y se abrazan,
ronda la policía,
los semáforos guiñan ─rojo ─verde,
y unos papeles huyen
con su escritura rota indescifrada.)



Tal vez,
una ventana sobre un río,
con las luces de la ciudad en el agua,
o las avenidas
en las noches de marzo o de noviembre
(cuando algo comienza o algo termina),
lugares que lleves por el tiempo
y que, tal vez, podrían entregar a la página
no esta ciudad u otra, sino
lo que en ellas quería ser,
destino.

(Lo que fue y no sabrás nunca del todo,
inclinado sobre sus figuras
de reflejos y ondas, de árboles y pavimento
y lo que aún es el poema que escribes,
para los ojos de tu muerte).

Lugares que lleves por el tiempo,
ciudades como páginas
que nadie ha de leer,
avenidas nocturnas de marzo o de noviembre,
cuando algo comienza o
algo termina.

Alejandro Nicotra
Puertas apagadas, Ediciones La Ventana, Rosario, 197
Tapa de Gustavo de la Cruz

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