6 de septiembre de 2019

XIII, Horacio Preler


XIII


El suelo se seca, los bancos ofrecen
sus préstamos, cobran intereses y
arrastam sus plegarias hasta el cajero de turno.
La Confederación de Bancos fija sus horarios,
el arancel, el cauto sentimiento de la usura.
Ellos nacieron del regocijo de sus miembros,
del apoyo incondicional de los que hicieron
la libertad y el gozo.
Los bancos se refugian en sus oficinas de cobalto,
se mueven en sillones con su ritual de espera.
Hay salones dorados con viandas y refrescos,
pasillos infinitos, escaleras, barandas,
fumamos cigarrillos, rememoramos puertas abiertas,
un círculo dispuesto para hablar de riquezas,
de la penuria, de los bolsillos huecos.
Los créditos se otorgan por orden de llegada,
se numeran planillas, se estiran, se dispersan
por oficinas creadas para inculcar valores,
sobretasas, avales. Se saborea el té, se multiplican
horas, se junta todo
en un ciudades, se lo convierte en túmulo,
se reza, se lo adora, se besan los talones de Midas
antes que se hunda en las aguas del Pactolo.


Horacio Preler
Oscura Memoria, 1992

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