TODAS LAS GRACIAS...
Todas las gracias de la felicidad.
Un arroyo, un arroyito,
ondulando, medio escondido,
con árboles, un poco vanidosos, pero bellos.
Un arroyo, un arroyito,
en el mediodía de otoño.
Flores, flores, mirándose.
Islas, pequeñas islas, con arbustos
El mediodía tibio, el mediodía:
profundidad sensible.
Todas las gracias de la felicidad
agreste en el paisaje casi femenino
de nuestra tierra abierta a la pureza del cielo ubicuo.
Todas las gracias tiernas.
Y aquí cerca, ah, un rancho.
La miseria, aquí cerca, con sus huéspedes horribles.
Sería hermoso, oh, hermoso,
ver la tarde, la tarde, tímidamente alargar
sus sombras sobre el éxtasis
verde de las orillas ondulando entre los bosquecillos.
Las sombras alargarse, a pesar, ay! a pesar
del mirarse en sí mismo de este encanto.
Sería hermoso
ir hasta el fondo de esta dicha detenida
—¿detenida?—
y entrever la faz sonriente y mágica de los campos
como fueron dados a todos
en los días y los tiempos de su inocencia celosa.
Pero hay pálidas caras, y hay harapos, al lado.
¿Iremos hacia vosotros como con una brazada
de flores?
Oh, no, entraréis a lo vuestro como al propio jardín
sagrado, rescatado de sacrilegas manos,
después que hayáis desalojado a los horribles huéspedes,
y sean de vuestras casas al fin como los íntimos
los reflejos de los árboles y del cielo, cambiantes.
Juan L Ortiz
De El agua y la noche (1933)
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