16 de marzo de 2019

Luna y rocío, Juan L. Ortiz


LUNA  Y ROCIO...

Luna y roció.
Soledad.
La belleza llorando,
la belleza afligida.
¿Por qué en esta calma que apenas titila
de una gracia que cae
de las estrellas?
La belleza llorando.
Mujer, te veo
los ojos agrandados
y absortos
con un brillo de lágrimas aún.
¿Lloras porque no hay un corazón apacible
en esta noche
en que sólo el rocío
tiembla,
en que tu armonía
es toda de ceniza iluminada
y de grillos latentes?
Ah, lloras, mujer mía,
porque los corazones están desgarrados
y estás sola.
Manos ajenas
de muerte
los han desgarrado.
La muerte ha instalado en ellos
su dinastía brutal.
A través de tu faz
melancólica
los ojos del corazón, sí, los ojos,
ven el horror lívido
de la tormenta de hierro
que estalla sobre el sueño
y las risas más puros,
no lejos, oh  belleza, no lejos.
Las distancias, tú sabes,
para el corazón no existen.
Aquí, en esta noche,
en la paz húmeda
y apenas rítmica
de esta noche,
en el olvido apenas cantado
de esta noche
que parece recién nacida
en el creciente de Abril,
se oyen llantos de niños,
se oyen llantos de mujeres
porque los niños han quedado bajo los escombros
o sólo son un brazo o una piernecita
ensangrentados.
Lloras belleza
porque no hay
corazones apacibles.
¿Cómo puede haberlos?
Lloras tu soledad.
¿ Pero por qué te hicieron sola ?
Tú sales de las entrañas de la vida
y si las entrañas ahora sangran,
de la vida tú has nacido,
y bajo la muerte de ahora,
las fuerzas que te crearon
te modelaran con una fisonomía más fiel,
y no llorarás más como un ángel perdido,
porque los corazones, todos los corazones,
podrán mirarte de frente
y en todo momento.


Juan L. Ortiz
De El ángel inclinado (1937)

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