26 de mayo de 2018

El poema es la sed, Aldo Luis Novelli


El poema es la sed
Por Aldo Luis Novelli

La poesía, esa diosa oscura e inalcanzable, ha asumido para mí, la forma de una bella hembra, una hembra casquivana, voluptuosa y escurridiza, que me visita en ciertas noches de lujuria e insomnio y nunca logro atrapar, pero persevero en el intento, y eso, de alguna manera me mantiene vivo y excitado.
El poema es un artefacto que respira, siente, y se emociona, que ríe, llora y se excita.
La poesía es la región infinita de la libertad.
El poeta debe ser un buscador incansable de esa libertad del hombre.
Desde acá, desde los bordes del desierto, la poesía es como un lejano e inalcanzable oasis, el desierto es el territorio que hay que atravesar durante el sol agobiante del día y el frío insoportable de las noches, para llegar a ese ojo de agua.
El poema es la sed.
Seguramente, en el tercer milenio, y en los sucesivos, la poesía seguirá siendo desplazada, castigada, apaleada, encarcelada, y hasta asesinada, pero ella renace infinitamente, en cada poeta honesto, en cada luchador libertario, en cada hombre y mujer solidarios que resisten con fuerza y claridad, en esta sociedad capitalista corrupta y criminal, esta sociedad del mero espectáculo banal y degradante.
La poesía es también un espacio de resistencia social.
El poeta debe ser un combatiente incorruptible de la justicia, con el luminoso fusil de la palabra.
Pero a pesar de todo y de los malos tiempos por venir, en los milenios que siguen, o apenas en el próximo día de brahma, ese día que dura el tiempo que tarda en desgastarse una torre de piedra de 1000 metros de altura, que es rozada por el ala de un pájaro cada 100 años, habrá innumerables seres esperanzados y utópicos, que seguirán creyendo que la palabra es SANADORA, y que la poesía SALVA.
Y entonces, seguirán intentando lo imposible.
Seguirán intentando renacer el mundo, y renacerse a sí mismos, en ese gesto intrascendente pero necesario, como un cuenco de líquida salvación en medio del desierto
Seguirán escribiendo en el áspero pellejo del mundo, con estos signos deshabitados, para saciar la sed de la tribu, o al menos, de la pléyade de hombres y mujeres, que siempre habrá, sedientos de esa agua fresca y clara.

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