Los lamentos poéticos de este siglo son sólo sofismas.
Los primeros principios deben estar fuera de discusión.
Acepto a Eurípides y a Sófocles; pero no acepto a
Esquilo.
No deis muestra de carecer del más elemental decoro ni de
mal gusto hacia el creador.
Rechazad la incredulidad: será para mí un placer.
No existen dos géneros de poesía; sólo hay uno.
Existe una convención poco tácita entre el autor y el
lector, por lo cual el primero se llama enfermo y acepta al segundo como
enfermero. ¡El poeta es el que consuela a la humanidad! Los papeles se han
invertido arbitrariamente.
No quiero ser difamado con el calificativo de fanfarrón.
No dejaré Memorias.
La poesía no es la tempestad, como tampoco el ciclón. Es
un río majestuoso y fértil.
Sólo admitiendo físicamente la noche, se ha llegado a
hacerla admitir moralmente. ¡Oh Noches de Young! ¡Cuántas jaquecas me habéis
ocasionado!
No se sueña sino durmiendo. Palabras como sueño, nada de
la vida, pasó por la tierra, el adverbio quizás, el trípode desordenado, han infiltrado
en vuestras almas esa poesía húmeda de languideces similar a la podredumbre.
Sólo hay un paso de las palabras a las ideas.
Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones, la
muerte, las excepciones en el orden físico o moral, el espíritu de negación,
los embrutecimientos, las alucinaciones favorecidas por la voluntad, los
tormentos, la destrucción, las lágrimas, las insaciabilidades, las
servidumbres, las imaginaciones penetrantes, las novelas, lo inesperado, lo que
no debe hacerse, las peculiaridades químicas del buitre misterioso que acecha
la carroña de alguna ilusión muerta, las experiencias precoces y abortadas, las
oscuridades con caparazón de chinche, la terrible monomanía del orgullo, la
inoculación de los estupores profundos, las oraciones fúnebres, las envidias,
las traiciones, las tiranías, las impiedades, las irritaciones, los
despropósitos agresivos, la demencia, el soleen, los terrores razonados, las
inquietudes extrañas que el lector preferiría no sentir, las muecas, las neurosis,
las hileras ensangrentadas por las que se hace pasar la lógica que no tiene
salida, las exageraciones, la falta de sinceridad, los parloteos, las
vulgaridades, lo sombrío, lo lúgubre, los partos peores que los asesinatos, las
pasiones, el clan de los novelistas de tribunales, las tragedias, las odas, los
melodramas, los extremos presentados perpetuamente, la razón silbada
impunemente, los olores de gallina mojada, las insipideces, las ranas, los
pulpos, los tiburones, el simún de los desiertos, todo aquello que es
sonámbulo, turbio, nocturno, somnífero, noctámbulo, viscoso, foca parlante,
equívoco, tuberculoso, espasmódico, afrodisíaco, anémico, tuerto, hermafrodita,
bastardo, , albino, pederasta, fenómeno de acuario y mujer barbuda, las horas
repletas de desaliento taciturno, las fantasías, las acritudes, los monstruos,
los silogismos desmoralizadores, las basuras, lo que es irreflexivo como el
niño, la desolación, ese manzanillo intelectual, los chancros perfumados, los
muslos con camelias, la culpabilidad de un escritor que rueda por la pendiente
de la nada y se desprecia a si mismo con gritos jubilosos, los remordimientos,
las hipocresías, las perspectivas imprecisas que os trituran con sus engranajes
imperceptibles, los severos escupitajos sobre los axiomas sagrados, , la
piojería y sus cosquilleos insinuantes, los prefacios insensatos como los de
Cromwell, de la señorita de Maupin y de Dumas hijo, las caducidades, las
impotencias, las blasfemias, las asfixias, las sofocaciones, las rabias; frente
a esos inmundos osarios que con sólo nombrarlos enrojezco, es hora de
reaccionar contra lo que nos ofende y nos doblega autoritariamente.
Vuestro espíritu es arrastrado perpetuamente fuera de
quicio y sorprendido en la trampa de tinieblas construida con grosero artificio
por el egoísmo y el amor propio.
Soñé que había entrado en el cuerpo de un puerco, que no
me era fácil salir, y que enlodaba mis cerdas en los pantanos más fangosos.
¿Era ello como una recompensa? Objeto de mis deseos: ¡no pertenecía más a la humanidad!
Así interpretaba yo, experimentando una más que profunda alegría. Sin embargo,
rebuscaba activamente qué acto de virtud había realizado, para merecer de parte
de la providencia este insigne favor. Más ¿quién conoce sus necesidades
íntimas, o la causa de sus goces pestilenciales? La metamorfosis no pareció
jamás a mis ojos, sino como la alta y magnífica repercusión de una felicidad
perfecta que esperaba desde hacia largo tiempo. ¡Por fin había llegado el día
en que yo me convirtiese en un puerco! Ensayaba mis dientes sobre la corteza de
los árboles; mi hocico, lo contemplaba con delicia. No quedaba en mí la menor
partícula de divinidad: supe elevar mi alma hasta la excesiva altura de esta
voluptuosidad inefable.
Hay horas en la vida en que el hombre de melena piojosa
lanza, con los ojos fijos, miradas salvajes a las membranas verdes del espacio,
pues le parece oír delante de sí, el irónico huchear de un fantasma. El menea
la cabeza y la baja; ha oído la voz de la conciencia. Entonces sale precipitadamente
de la casa con la velocidad de un loco, toma la primera dirección que se ofrece
a su estupor, y devora las planicies rugosas de la campiña. Pero el fantasma
amarillo no lo pierde de vista y lo persigue con similar rapidez. A veces, en
noches de tormenta, cuando legiones de pulpos alados, que de lejos parecen
cuervos, se ciernen por encima de las nubes, dirigiéndose con firmes bogadas
hacia las ciudades de los humanos, con la misión de prevenirles que deben
cambiar de conducta, el guijarro de ojo sombrío ve pasar, uno tras otro, dos
seres a la claridad de un relámpago, y, enjugando una furtiva lágrima de
compasión que se desliza desde su párpado helado, exclama: Por cierto que lo
merece; no es más que un acto de justicia.
Después de haber dicho esto, recobra su actitud huraña, y
sigue observando, con un temblor nervioso, la caza de un hombre, y los grandes
labios de la vagina de sombra, de donde se desprenden incesantemente, como un
río, inmensos espermatozoides tenebrosos que toman impulso en el éter lúgubre,
escondiendo en el vasto despliegue de sus alas de murciélago, la naturaleza
entera, y las legiones de pulpos que se han vuelto taciturnos ante el aspecto
de esas fulguraciones sordas e inexpresables. "
Conde de Lautrémont
No hay comentarios:
Publicar un comentario