Los esclavos, Jacques Sternberg
En el comienzo, Dios creó al gato a su imagen y
semejanza. Y, desde luego, pensó que eso estaba bien. Porque, de hecho, estaba
bien. Salvo que el gato era holgazán y no deseaba hacer nada. Entonces, más
adelante, después de algunos milenios, Dios creó al hombre. Únicamente con el
objeto de servir al gato, de darle al gato un esclavo para siempre. Al gato
Dios le había dado la indolencia y la lucidez; al hombre le dio la neurosis, la
habilidad manual y el amor por el trabajo. El hombre se dedicó de lleno a eso.
Durante siglos construyó toda una civilización basada en la inventiva, la
producción y el consumo intenso. Una civilización que, en suma, escondía un
único propósito secreto: darle al gato cobijo y bienestar.
Es decir que el hombre inventó millones de objetos
inútiles, y por lo general absurdos, sólo para producir los contados objetos
indispensables para la comodidad del gato: el radiador, el almohadón, el tazón
para la leche, el tacho con aserrín, el tapiz, la alfombra, la cesta para
dormir y puede que incluso la radio, porque a los gatos les gusta mucho la
música.
Sin embargo, los hombres ignoran esto. Porque lo desean
así. Porque creen ser los bendecidos, los privilegiados. Tan perfectas son las
cosas en el mundo de los gatos.
Jacques Sternberg
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