APROXIMACIONES:
ESTRUCTURA Y MORFOLOGÍA DE LO SAGRADO
1. «SAGRADO»
Y «PROFANO»
Todas las definiciones del fenómeno religioso dadas hasta
ahora presentan un rasgo común: cada definición opone, a su manera, lo sagrado
y la vida religiosa a lo profano y a la vida secular. Las dificultades empiezan
cuando se trata de delimitar la esfera de la noción de «sagrado». Dificultades de
orden teórico, pero también de orden práctico. Porque, antes de intentar una
definición del fenómeno religioso, conviene saber dónde habrá que buscar loshechos
religiosos y, sobre todo, aquellos que puedan ser observados en «estado puro»,
es decir, los que sean «simples» y estén lo más próximo posible a su origen.
Desgraciadamente, hechos de este tipo no nos son accesibles en ninguna parte:
ni en las sociedades cuya historia se puede seguir ni entre los «primitivos»
menos civilizados. Nos encontramos casi siempre ante fenómenos religiosos
complejos que suponen una larga evolución histórica.
Por otra parte, el recopilar la documentación presenta también
importantes dificultades de orden práctico por dos razones:
1) porque aun contentándose con estudiar una sola
religión, apenas bastaría la vida entera de un hombre para llevar a cabo la
investigación.
2) porque si lo que nos proponemos es el estudio comparado de las religiones, resultarían insuficientes varias existencias para alcanzar el fin propuesto. Ahora bien, lo que nos interesa es precisamente este estudio comparativo, el único que puede revelarnos, por un lado, la morfología cambiante de lo sagrado, y por otro, su devenir histórico. Para emprender un estudio semejante nos vemos obligados, pues, a elegir ciertas religiones entre todas las que registra la historia o nos ha revelado la etnología, y dentro de ellas, algunos de sus aspectos o de sus fases.
2) porque si lo que nos proponemos es el estudio comparado de las religiones, resultarían insuficientes varias existencias para alcanzar el fin propuesto. Ahora bien, lo que nos interesa es precisamente este estudio comparativo, el único que puede revelarnos, por un lado, la morfología cambiante de lo sagrado, y por otro, su devenir histórico. Para emprender un estudio semejante nos vemos obligados, pues, a elegir ciertas religiones entre todas las que registra la historia o nos ha revelado la etnología, y dentro de ellas, algunos de sus aspectos o de sus fases.
Esta selección, por sumaria que sea, es siempre una
operación delicada. En efecto, si queremos delimitar y definir lo sagrado
necesitamos disponer de una cantidad suficiente de «sacralidades», es decir, de hechos sagrados. La
heterogeneidad de los «hechos sagrados», que turba desde un principio, llega
poco a poco a paralizarnos. Porque se trata de ritos, de mitos, de formas
divinas, de objetos sagrados y venerados, de símbolos, de cosmogonías, de
teologúmenos, de hombres consagrados, de animales, de plantas, de lugares
sagrados, etc. Y cada categoría tiene su morfología propia, de una riqueza
exuberante e intrincada. Nos encontramos así ante un material documental
inmenso y heteróclito, ya que un mito cosmogónico melanesio o un sacrificio brahmánico
no tienen menos derecho a ser tomados en consideración que los textos místicos de una santa Teresa
o de un Nichiren, que un tótem australiano, un rito primitivo de iniciación, el
simbolismo del templo Barabudur, la vestidura ceremonial y la danza de un
chamán siberiano, las piedras sagradas que encontramos por doquier, las
ceremonias agrarias, los mitos y los ritos de las grandes diosas, la
instauración de un rey en las sociedades arcaicas o las supersticiones
vinculadas a las piedras preciosas, etc. Cada documento puede ser considerado
como una hierofanía en la medida en que, a su manera, expresa una modalidad de lo
sagrado y un momento de su historia, es decir, una experiencia de lo sagrado
entre las innumerables variedades existentes.
Cada documento tiene para nosotros en este punto un valor
inestimable por la doble revelación que nos hace:
1) revela una modalidad de lo sagrado, en tanto que
hierofanía; 2) en tanto que momento histórico, revela una situación del hombre
respecto de lo sagrado. He aquí, por ejemplo, un texto védico que se dirige al muerto: «¡Arrástrate hacia
la tierra, tu madre! ¡Ojalá te salve ella de la nada!» (Rig Veda, X, 18,10).
Este texto nos revela la estructura de la sacralidad telúrica: la tierra está
considerada como una madre, Tellus Mater; pero al mismo tiempo nos revela un
cierto momento de la historia de las religiones indias: el momento en que —al
menos un cierto grupo de individuos— atribuía a esa Tellus Mater el valor de
protectora contra la nada, valor que caducará con la reforma
upanishádica y la predicación de Buda. Volviendo al punto de partida, todas las
categorías de documentos (mitos, ritos, dioses, supersticiones, etc.) tienen Estructura
y morfología de lo sagrado 25 para nosotros su valor, si lo que queremos es
llegar a entender el fenómeno religioso. Esta intelección se realiza constantemente dentro del cuadro de la historia. Por el mero
hecho de encontrarnos en presencia de hierofanías, nos encontramos ante
documentos históricos. Lo sagrado se manifiesta siempre dentro de una situación
histórica determinada. Las experiencias místicas, aun las más personales y las
más trascendentes, están influidas por el momento histórico. Los profetas
judíos deben mucho a los acontecimientos históricos que han justificado y
apoyado su mensaje; están en deuda también con la historia
religiosa de Israel, gracias a la cual pudieron formular ciertas experiencias, etc.
Como fenómeno histórico (no como experiencia personal), el nihilismo y el ontologismo de ciertos místicos
mahayánicos no hubiera sido posible sin la especulación upanishádica, sin la
evolución de la lengua sánscrita, etc. Lo cual no quiere decir en manera alguna
que cualquier hierofanía o cualquier experiencia religiosa sea un momento
único, sin repetición posible, en la economía del espíritu. Las-grandes experiencias
no se parecen sólo por su contenido, sino muchas veces también por su
expresión.
Rudolf Otto ha encontrado semejanzas sorprendentes entre el léxico y las fórmulas del Maestro Eckardt y las de Sankara. El hecho de que una hierofanía sea siempre histórica (es decir, se produzca siempre en situaciones determinadas) no invalida forzosamente su ecumenicidad. Hay hierofanías que tienen un destino local y otras que tienen o adquieren valencias universales. Los indios, por ejemplo, veneran un árbol llamado asvattha; la manifestación de lo sagrado en esta especie vegetal es para ellos transparente, porque para ellos es el asvattha una hierofanía y no simplemente un árbol. Esta hierofanía, por consiguiente, no es sólo histórica (como toda hierofanía), sino que es además local. Perolos indios conocen también el símbolo de un árbol cósmico (Axis Mundi), y esta hierofanía mítico-simbólica es universal: árboles cósmicos se encuentran en todas las antiguas civilizaciones. Hay que advertir que el asvattha es venerado tan sólo en la medida en que incorpora la sacralidad del universo en continua regeneración, lo cual quiere decir que se le venera porque incorpora, participa o simboliza el universo que los árboles cósmicos de las distintas mitologías representan (cf. § 99). Pero aunque el asvattha se justifique por el mismo simbolismo que aparece en el árbol cósmico, la hierofanía que transustancia una especie vegetal en árbol sagrado no resulta transparente más que a los ojos de los miembros de la sociedad india.
Citemos otro ejemplo —ejemplo esta vez de una hierofanía superada por la historia misma del pueblo en que tuvo lugar—: los semitas, en cierto momento de su historia, adoraron a la pareja divina integrada por el dios del huracán y de la fecundidad, Ba'al, y por la diosa de la fertilidad (sobre todo de la fertilidad agraria), Belit. Los profetas judíos consideraban sacrílegos estos cultos. Desde su punto de vista —es decir, desde el punto de vista de los semitas, que a través de la reforma mosaica habían llegado a una concepción más elevada, más pura y más completa de la divinidad—, esta crítica estaba plenamente justificada.
Sin embargo, el culto paleosemítico de Ba'al y de Belit no dejaba de ser, a su vez, una hierofanía; revelaba —hasta la exacerbación y hasta lo monstruoso— la sacralidad de la vida orgánica, las fuerzas elementales de la sangre, de la sexualidad y de la fecundidad. Esta revelación conservó su valor si no durante milenios, sí al menos a lo largo de muchos siglos. Siguió valorándose esa hierofanía hasta el momento en que fue reemplazada por otra, la cual —acontecida en la experiencia religiosa de una minoría selecta— demostraba ser más perfecta y más consoladora. La «forma divina» de Yahvé prevalecía sobre la «forma divina» de Ba'al; revelaba de manera más completa la sacralidad, santificaba la vida sin desencadenar las fuerzas elementales concentradas en el culto de Bacal, revelaba una economía espiritual dentro de la cual la vida del hombre y su destino se cargaban de nuevos valores; facilitaba asimismo una experiencia religiosa más rica, una comunión divina a la vez más «pura» y más completa. Al fin, triunfó esta hierofanía yahvista; como representante de una modalidad universalista de lo sagrado, resultaba accesible por su propia naturaleza a las demás culturas; a través del cristianismo, llegó a ser un valor religioso mundial. Hay, por consiguiente, hierofanías (ritos, cultos, formas divinas, símbolos, etc.) que son o llegan a ser así multivalentes o universalistas; otras siguen siendo locales e «históricas»: inaccesibles a lasdemás culturas, cayeron en desuso durante la historia misma de la sociedad en la que se habían realizado.
Rudolf Otto ha encontrado semejanzas sorprendentes entre el léxico y las fórmulas del Maestro Eckardt y las de Sankara. El hecho de que una hierofanía sea siempre histórica (es decir, se produzca siempre en situaciones determinadas) no invalida forzosamente su ecumenicidad. Hay hierofanías que tienen un destino local y otras que tienen o adquieren valencias universales. Los indios, por ejemplo, veneran un árbol llamado asvattha; la manifestación de lo sagrado en esta especie vegetal es para ellos transparente, porque para ellos es el asvattha una hierofanía y no simplemente un árbol. Esta hierofanía, por consiguiente, no es sólo histórica (como toda hierofanía), sino que es además local. Perolos indios conocen también el símbolo de un árbol cósmico (Axis Mundi), y esta hierofanía mítico-simbólica es universal: árboles cósmicos se encuentran en todas las antiguas civilizaciones. Hay que advertir que el asvattha es venerado tan sólo en la medida en que incorpora la sacralidad del universo en continua regeneración, lo cual quiere decir que se le venera porque incorpora, participa o simboliza el universo que los árboles cósmicos de las distintas mitologías representan (cf. § 99). Pero aunque el asvattha se justifique por el mismo simbolismo que aparece en el árbol cósmico, la hierofanía que transustancia una especie vegetal en árbol sagrado no resulta transparente más que a los ojos de los miembros de la sociedad india.
Citemos otro ejemplo —ejemplo esta vez de una hierofanía superada por la historia misma del pueblo en que tuvo lugar—: los semitas, en cierto momento de su historia, adoraron a la pareja divina integrada por el dios del huracán y de la fecundidad, Ba'al, y por la diosa de la fertilidad (sobre todo de la fertilidad agraria), Belit. Los profetas judíos consideraban sacrílegos estos cultos. Desde su punto de vista —es decir, desde el punto de vista de los semitas, que a través de la reforma mosaica habían llegado a una concepción más elevada, más pura y más completa de la divinidad—, esta crítica estaba plenamente justificada.
Sin embargo, el culto paleosemítico de Ba'al y de Belit no dejaba de ser, a su vez, una hierofanía; revelaba —hasta la exacerbación y hasta lo monstruoso— la sacralidad de la vida orgánica, las fuerzas elementales de la sangre, de la sexualidad y de la fecundidad. Esta revelación conservó su valor si no durante milenios, sí al menos a lo largo de muchos siglos. Siguió valorándose esa hierofanía hasta el momento en que fue reemplazada por otra, la cual —acontecida en la experiencia religiosa de una minoría selecta— demostraba ser más perfecta y más consoladora. La «forma divina» de Yahvé prevalecía sobre la «forma divina» de Ba'al; revelaba de manera más completa la sacralidad, santificaba la vida sin desencadenar las fuerzas elementales concentradas en el culto de Bacal, revelaba una economía espiritual dentro de la cual la vida del hombre y su destino se cargaban de nuevos valores; facilitaba asimismo una experiencia religiosa más rica, una comunión divina a la vez más «pura» y más completa. Al fin, triunfó esta hierofanía yahvista; como representante de una modalidad universalista de lo sagrado, resultaba accesible por su propia naturaleza a las demás culturas; a través del cristianismo, llegó a ser un valor religioso mundial. Hay, por consiguiente, hierofanías (ritos, cultos, formas divinas, símbolos, etc.) que son o llegan a ser así multivalentes o universalistas; otras siguen siendo locales e «históricas»: inaccesibles a lasdemás culturas, cayeron en desuso durante la historia misma de la sociedad en la que se habían realizado.
Mircea Eliade
de Tratado de historia de las religiones
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