28 de septiembre de 2017

El ombligo de los limbos, Antonin Artaud



El ombligo de los limbos


Allí donde otros proponen obras yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu.
La vida es un consumirse en preguntas.
No concibo la obra como separada de la vida.
No amo la creación separada. No concibo tampoco el espíritu separado de sí mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los planes de mí mismo, cada una de las floraciones heladas de mi vida interior echa su baba sobre mí.
Me reconozco tanto en una carta escrita para explicar el encogimiento íntimo de mi ser y la castración insensata de mi vida, como en un ensayo exterior a mí mismo, y que aparece en mí como un engendro indiferente de mi espíritu.
Sufro que el Espíritu no esté en la vida y que la vida no esté en el Espíritu, sufro del Espírituórgano, del Espíritu-traducción, o del Espírituintimidación- de-las-cosas para hacerlas entrar en el Espíritu.
Yo pongo este libro suspendido en la vida, deseo que sea mordido por las cosas exteriores y antes que nada por todos los sobresaltos en acecho, todas las oscilaciones de mi yo por venir.
Todas estas páginas se arrastran como témpanos en el espíritu. Disculpen mi absoluta libertad. Me rehuso a hacer diferencias entre cada uno de los minutos de mí mismo. No reconozco el espíritu planificado.
Es necesario terminar con el Espíritu como con la literatura. Digo que el Espíritu y la vida se comunican en todos los grados. Yo quisiera hacer un Libro que trastorne a los hombres, que sea como una puerta abierta y que los conduzca donde ellos no habrían jamás consentido llegar, simplemente una puerta enfrentada a la realidad.
Y esto no es un prefacio de un libro como no lo son los poemas que lo jalonan ni la enumeración de todas las furias del malestar.
Esto no es más que un témpano mal tragado.
Un gran fervor pensante y superpoblado llevaba a mi yo como un abismo pleno. Un viento carnal y resonante soplaba, y el azufre mismo era denso.
Y raicillas ínfimas poblaban ese viento como una red de venas y su entrecruzamiento fulguraba.
El espacio era medible y crujiente, pero sin forma penetrable. Y el centro era un mosaico de fragmentos, una especie de duro martillo cósmico, de una pesadez desfigurada, y que recaía sin cesar como un frente en el espacio, pero con un ruido como destilado. Y la  envoltura algodonosa del ruido tenía la instancia obtusa y la penetración de una mirada viva.
Sí, el espacio devolvía su pleno algodón mental donde ningún pensamiento era aún nítido ni restituía su descarga de objetos. Pero, poco a poco, la masa giró como una náusea fangosa y potente, una especie de inmenso influjo de sangre vegetal y retumbante. Y las raicillas que se estremecían en el borde de mi ojo mental, se separaban con una velocidad de vértigo de la masa crispada del viento. Y todo el espacio se estremeció como un sexo que el globo del cielo ardiente saqueaba. Y una especie de pico de paloma real horadó la masa confusa de los estados, todo el pensamiento profundo en ese momento se estratificaba, se resolvía, se hacia transparente y reducido. 
Y nos era necesario entonces una mano que se transformara en el órgano mismo del  prehender.
Y dos o tres veces todavía la masa entera y vegetal giró, y cada vez, mi ojo se reubicaba en una posición más precisa. La oscuridad misma se hacía profusa y sin objeto. El hielo entero ganaba la claridad.




Doctor,
Hay un punto sobre el cual habría querido insistir: es el de la importancia de la cosa sobre la cual actúan sus inyecciones; esta especie de relajamiento esencial de mi ser, esta reducción de mi estiaje mental, que no significa como podría creerse una disminución cualquiera de mi moralidad (de mi alma moral) o siquiera de mi inteligencia, sino más bien de mi intelectualidad utilizable, de mis posibilidades pensantes, y que tiene que ver más con el sentimiento que tengo yo mismo de mi yo, que con los que muestro de él a los demás.
Esta cristalización sorda y multiforme del pensamiento, que encoge en un momento dado su forma. Hay una cristalización inmediata y directa del yo en el centro de todas las formas posibles, de todos los modos del pensamiento.
Y ahora, señor Doctor, que ya está usted bien al tanto de lo que en mí puede ser alcanzado (y curado por las drogas), del punto de litigio de mi vida, espero que sabrá darme la cantidad de líquidos sutiles, de agentes especiosos, de morfina mental, capaces de elevar mi abatimiento, de equilibrar lo que cae, de reunir lo que está separado, de recomponer lo que está destruido. 
Mi pensamiento le saluda.




               Antonin Artaud

De Carta a los Poderes


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