HISTORIA DE LA
LITERATURA
Se ha visto al
viejo triste, cansado de existir,
quizá nunca de
amar, pasar despacio.
A veces alguien
piensa: ¿Sería o fuese
un nombre
señalado? ¿Duque de Rivas? Pompas
casi fúnebres,
recogidas en vida, pesan mucho,
pero las turbias
luces
quebrándose en sus
ojos, nunca acaso saciados
de los vivos
destellos.
Si no el duque,
sería... éste no llegó a viejo.
Espronceda murió
en la flor, quizá cuando doblábase
bajo el peso del
tiempo, de su rutina incierta,
que hasta eso
puede el curso sobre un corazón ínsito.
En su juventud
fuese, primera, el terso rostro
apenas superficie
de otro volcán hirviente.
Palabras... el
verbo o lava rompióse en los Madriles,
como en Londres o
en Francia o en la primer Lisboa.
Un sueño o
cabellera rodaba sobre la frente erguida.
El pecho, una
materia pretensa, prolongada
nerviosamente en
ese brazo súbito,
que apenas fuerzas
halla
para irrumpir
delgadamente en mano, dedos... muere.
Pero el talle se
cimbra, y el levitín tornea
la voluntad. Aquí
está erguido el pábulo.
Sobre el tallo se
eleva la fuerza rompedora
que estalla en
flor, mejor en frente, en brillos.
¿Aromas? El
perfume romántico es el trasunto último
de lo que fue,
desleído el ser, para otros pechos
que lo aspiran, se
embriagan. Por él juran.
¿Entonces`? Un
poeta no son sólo sus versos.
Figuras tristes
pasan,
que imitan su
propia verdad desconocida, y ponen
su mano en la
blancura como traición y mienten.
Lamidas
cabelleras, flacos bultos caídos,
ayes en el vacío,
cual si gritase el mudo,
y nunca aire, y
sonrisa cual si imitar bastase.
Vivir... «Mi
corazón, un poco
de agua pura»,
dijo quien pudo y supo.
Y era turbio de
vida, verdad y fuerza, y barro,
arcilla trabajada,
como en materia hermosa.
Quebrada pronto:
un golpe. Y trizas, llamas.
Porque sus lumbres
siguen quemando. Y algo ardiera.
Pero el poeta a
veces, una conciencia erguida.
Alguien lo dijo:
«Un poeta: una conciencia puesta
en pie hasta el
fin». Y cuántas veces arduo
es existir
cumpliendo. Libertad, ¡cuál tu nombre!
Servir es
liberarse, yendo hacia el fin cual corre
el río al mar, y
allí cumpliendo nace.
Libertad: nombre
humano. «En los demás libértome,
pues en ellos me
encuentro, con sucesión rompiéndome
en ¡limitación
final, la sola. ¡Y libre!»
Escribir es poner
en el papel un nombre
como quien pone un
hombre, de pie. De carne y hueso.
«La mejor musa es
la de carne y hueso», dijo otro,
y verdad es:
la vida total de
carne y hueso, veraz, tangible o cierta,
conducente e
histórica, con voluntad
moral, y ojos que
miran, bajo esa luz
que tiene ocaso, y
alba.
Espronceda cantó y
murió. El día antes
de caer para no
levantarse corrió, corrió en caballo,
hasta más allá del
confín, traspasó el límite.
Volvió como de un
infinito viaje y se postró
para morir. Ya
sabio definitivo, él, que quemara
su voluntad a
diario para hirviente levantarse a diario
con grito o con
antorcha. Y otros pensaron: Verbo,
bah, palabras... y
aún arde . Aunque también se apague.
Mas no importa:
que otras lumbres le heredan.
De Vicente
Aleixandre. Antología Poética
por Leopoldo de
Luis
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