Noche con la realidad guardada
y todo suceso suspendido:
nada podía tocarme. Pero el fluir
de un alma ahogándose subió
desde el gran lecho donde el rey yacía.
Girando entre lengua y paladar,
apuntando a los dientes, hacia afuera,
aire y labios lo libraban en lo oscuro:
el llanto brotaba bajo mantas
y caía sobre el destino del oyente.
Conozco el ruido del que acaba de entender,
de carne separándose, de cimientos.
Pero aquél subía desde otro círculo
cruzado por ríos de azufre y barro
y roca líquida encendida.
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