Conocí a un guitarrista que decía que la radio era su «amiga».
Se sentía emparentado no tanto con la música como con la voz de la radio. Su
carácter sintético. Su voz, que no había que confundir con las voces que salían
de ella. Su capacidad para transmitir la ilusión de personas a grandes
distancias. Dormía con la radio. Creía en un Lejano País de la Radio. Creía que
jamás encontraría ese país, de modo que se conformaba con limitarse a
escucharlo. Creía que había sido expulsado del País de la Radio y estaba
condenado a rondar eternamente por las ondas, buscan do una emisora mágica que
le devolvería la herencia perdida.
22/12/79 Homestead Valley, Ca.
Sam Shepard de Crónicas de motel, editorial Anagrama (1982)
Traducción de Enrique Murillo
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