La cebra cuentista , Spencer Holst
“... que, en
general, de la violación de unas pocas leyes simples de humanidad nace la
desdicha del hombre: que como especie tenemos en nuestro poder los todavía no
elaborados elementos de gratificación: y que, aún hoy, en las presentes
oscuridad y locura de todo pensamiento acerca de la gran cuestión de la
condición social, no es imposible que el hombre, bajo ciertas condiciones
inusuales y altamente fortuitas, pueda ser feliz”.
EDGAR ALLAN POE El dominio de Arnheim
La cebra cuentista
Hubo una vez un gato de Siam que pretendía ser un león y
que chapurreaba el cebraico. Este idioma es relinchado por la raza de caballos
africanos a rayas. He aquí lo que sucede: una cebra inocente está caminando por
la jungla y por el otro lado se aproxima el gatito; ambos se encuentran.
“¡Hola! —dice el gato siamés en cebraico pronunciado a la perfección—.
Realmente es un lindo día, ¿no? ¡El sol brilla, los pájaros cantan, el mundo es
hoy un hermoso lugar para vivir!” La cebra se asombra tanto de escuchar a un
gato siamés que habla como una cebra, que queda en condiciones de ser
maniatada. De modo que el gatito rápidamente la ata, la asesina y arrastra los
despojos mejores a su guarida. El gato cazó cebras con éxito durante muchos
meses de esta manera, saboreando filet mignon de cebra cada noche, y con los
mejores cueros se hizo corbatas de moño y cinturones anchos, a la moda de los
decadentes príncipes de la Antigua Corte de Siam. Empezó a vanagloriarse ante
sus amigos de ser un león y como prueba les ofrecía el hecho de que cazaba
cebras. Los delicados hocicos de las cebras les advirtieron que en realidad no
había león alguno en las cercanías. Las muertes de cebras provocaron que muchas
de éstas soslayaran la región. Supersticiosas, resolvieron que la selva estaba
hechizada por el espíritu de un león. Un día, la cebra cuentista deambulaba por
ahí, y en su mente se cruzaban argumentos de historias para divertir a las
otras cebras, cuando repentinamente sus ojos se iluminaron y exclamó: “¡Eso es!
¡Contaré la historia de un gato siamés que aprende a hablar en nuestro idioma!
¡Qué historia! ¡Esto las hará reír!”. En este preciso momento apareció ante
ella el gato siamés y le dijo: “¡Hola! ¡Qué lindo día es hoy!; ¿no es cierto?”.
La cebra cuentista no quedó en condiciones de ser atrapada al escuchar un gato
que hablaba su idioma, porque había estado pensando justamente en eso. Miró
fijamente al gato y, sin saber por qué, hubo algo en su aspecto que no le
gustó, de modo que le dio una coz y lo mató. Tal es la función del cuentista.
Spencer Holst de El idioma de los gatos (1972)
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