28 de febrero de 2016

Emprendiendo el viaje definitivo, El salto al abismo (2 parte), Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Emprendiendo el viaje definitivo, El salto al abismo (2 parte), Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Emprendiendo el viaje definitivo

El salto al abismo (2 parte) 

Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

La segunda persona con la cual don Juan pensaba que tenía que estar agradecido era con un niño de mi misma edad que conocí a los diez años. Se llamaba Armando Velez. Tal como su nombre, era extremadamente elegante, tieso, en resumen, un niño viejo. Me gustaba porque era seguro en lo que hacía y a la vez muy amigable. Era alguien a quien no se lo podía intimidar fácilmente. Se metía a pelearse con cualquiera si era necesario y sin embargo no era para nada un bravucón.
Los dos salíamos a pescar juntos. Pescábamos peces muy pequeños, de los que vivían bajo las piedras, y teníamos que agarrarlos con las manos. Los poníamos a secar al sol y nos los comíamos crudos, algunas veces todo el día.
Me gustaba además el hecho de que era muy ingenioso y listo, a la vez que ambidiestro. Podía lanzar una piedra con la izquierda más lejos que con la derecha. Sabía de incontables juegos competitivos en los que, para mi desilusión, siempre me ganaba. Me ofrecía una especie de disculpa, diciéndome: «Si voy más lento y te dejo ganar, me vas a odiar. Lo verás como un insulto a tu hombría. Así es que esfuérzate más”.
Debido a su comportamiento extremadamente digno, lo llamábamos «Señor Velez», pero el «Señor» se abreviaba a «Sho», una costumbre típica de la región de Sudamérica de donde vengo.
Un día Sho Velez me preguntó algo fuera de lo común. Empezó como siempre, desde luego, como un desafío.
Te apuesto lo que quieras me dijo , que yo sé algo que no te atreverías a hacer.
¿De qué hablas, Sho Velez?
¿A que no te atreves a bajar por el río en una balsa?
Por supuesto que lo haría. Lo hice una vez en un río acrecentado. Me quedé varado una vez durante ocho días. Tuvieron que flotarme alimentación.
Era la verdad. Mi otro mejor amigo era un niño que llevaba el mote de Pastor Loco. Nos quedamos varados en una inundación sobre una isla sin que hubiera manera de rescatarnos. La gente del pueblo esperaba que el agua subiera y nos matara a los dos. Flotaron cestas de alimentación por el río con la esperanza de que llegaran a la isla y así fue. Así nos mantuvieron vivos hasta que bajó el agua lo suficiente para que llegaran a nosotros con una balsa y nos subieran a la ribera del río.
No, esto es otro asunto continuó Sho Velez con su aire de erudito . Esto implica bajar en balsa a un río subterráneo.
Me recordó que una enorme parte del río local pasaba por debajo de un monte. Esa parte subterránea siempre me había intrigado sobremanera. Su entrada al monte era una terrible cueva de buen tamaño, siempre llena de murciélagos y de olor a amoníaco. A los niños de la región se les decía que era la boca del infierno: azufre, humos, calor, olor.
¡Te apuesto tu culo pestífero que no me voy a acercar a ese río mientras esté vivo, Sho Velez! le grité . Aunque viva diez vidas. Tienes que estar loco del todo para hacer algo así.
La cara seria de Sho Velez se volvió aún más seria.
Ah dijo Entonces tendré que hacerlo yo solo. Pensé por un instante que podía empujarte a ir conmigo. Me equivoqué. La pérdida es mía.
Ey, Sho Velez, ¿qué te pasa? ¿Por qué demonios quieres ir a ese lugar infernal?
Tengo que hacerlo dijo en su vocecita baja y ronca . Ves, mi padre es tan loco como tú, pero es padre y esposo. Hay seis personas que dependen de él. De otra manera, sería tan loco como una cabra. Mis dos hermanas, mis dos hermanos, mi madre y yo dependemos de él. Él es todo para nosotros.
No sabía quién era el padre de Sho Velez. Nunca lo había visto. No sabía a qué se dedicaba para ganarse la vida. Sho Velez me reveló que su padre era un hombre de negocios y que todo lo que tenía estaba en riesgo.
Mi padre ha construido una balsa y quiere ir. Quiere hacer esa expedición. Mi madre dice que es puro humo, pero yo no me fío continuó Sho Velez . Le he visto esa mirada de loco en los ojos. Uno de estos días lo va a hacer, y estoy seguro de que va a morir. Así es que voy a tomar la balsa para ir al río yo mismo. Sé que voy a morir, pero mi padre no morirá.
Sentí que me pasaba como una corriente eléctrica por el cuello, y me oí decir en el tono más agitado que uno pueda imaginar:
¡Lo hago, Sho Velez, lo hago! ¡Sí, sí va a ser estupendo, yo voy contigo!
Sho Velez hizo una mueca. La comprendí como una mueca de alegría porque iba con él, no porque él había conseguido convencerme. Expresó ese sentimiento en su siguiente frase:
Sé que si tú me acompañas voy a sobrevivir.
No me importaba que sobreviviera Sho Velez o no. Lo que me había galvanizado era su valor. Sabía que Sho Velez tenía tripas de acero para hacer lo que decía. Él y Pastor Loco eran los únicos del pueblo con tripas de acero. Los dos poseían algo que yo consideraba único y desconocido: valor. Nadie más en el pueblo lo tenía. Los había puesto a todos a prueba. A mi manera de ver, todos estaban muertos, incluyendo el amor de mi vida, mi abuelo. Sabía esto sin duda alguna a la edad de diez años. La valentía de Sho Velez fue una comprensión abrumadora para mí. Quería estar con él hasta el fin, fuera como fuera.
Hicimos planes para encontrarnos al primer rayo, que es lo que hicimos, y los dos cargamos la ligera balsa de su padre por cuatro o cinco kilómetros fuera del pueblo, a unas montañas bajas y verdes a la entrada de la cueva, donde el río se volvía subterráneo. El olor a guano era insoportable. Nos subimos a la balsa y empujamos dentro de la corriente. La balsa llevaba linternas eléctricas que tuvimos que encender inmediatamente. Dentro de la montaña todo era negrura, y estaba húmedo y caluroso. La profundidad del agua era suficiente para que la balsa flotara, y la corriente bastante rápida para no tener que remar.
Las linternas creaban sombras grotescas. Sho Velez me susurró al oído que lo mejor sería no ver porque era más que aterrador. Tenía razón; era nauseabundo, opresivo. Las luces despertaron a los murciélagos, que comenzaron a volar alrededor de nosotros, aleteando caóticamente. Al penetrar más profundamente en la cueva, ya ni había murciélagos, sólo un pesado aire fétido, difícil de respirar. Después de lo que me parecieron horas, llegamos a una especie de estanque de gran profundidad; casi no se movía. Parecía como si la corriente mayor hubiera sido represada.
Estamos atascados me susurró de nuevo Sho Velez al oído . No hay manera de que pase la balsa, y no hay manera de regresar.
La corriente estaba demasiado fuerte para intentar un viaje de regreso. Decidimos que teníamos que encontrar salida. Me di cuenta de que si nos parábamos encima de la balsa podíamos alcanzar el techo de la cueva, lo cual significaba que el agua estaba represada casi hasta el techo. La entrada se parecía a una catedral, y tenía unos quince metros de tamaño. Mi conclusión fue que estábamos encima de un estanque como de quince metros de profundidad.
Atamos la balsa a una roca y empezamos a nadar hacia abajo, buscando movimiento de agua, una corriente. Todo estaba húmedo y caluroso en la superficie, pero muy frío hacia abajo. Mi cuerpo sintió el cambio de temperatura y me asusté, un extraño terror animal que nunca había experimentado. Sho Velez debió haber sentido lo mismo. Chocamos al llegar a la superficie.
Creo que nos acercarnos a la muerte me dijo con solemnidad.
No compartía yo ni su solemnidad ni su deseo de morir. Frenéticamente, busqué una apertura. Las aguas de las inundaciones debían haber llevado rocas que formaron la represa. Encontré un agujero de suficiente apertura para que pasara mi cuerpo de diez años. Agarré a Sho Velez y se lo mostré. Era imposible que pasara por allí la balsa. Sacamos la ropa de la balsa, la hicimos una bola y nadamos hacia abajo cargándola hasta que volvimos a encontrar el agujero y pasamos por él.
Terminamos en un tobogán de agua, como los que hay en los parques de diversión. Rocas cubiertas de alga y musgo nos permitieron deslizarnos por una enorme distancia sin hacernos daño. Entonces llegamos a una cueva como catedral, donde continuaba fluyendo el agua hasta el nivel de la cintura. Vimos la luz del cielo al final de la cueva y salimos a pie. Sin decir ni una palabra, extendimos la ropa al sol para que se secara, y regresamos al pueblo. Sho Velez estaba casi inconsolable por haber perdido la balsa de su padre.
Mi padre hubiera muerto allí reconoció finalmente . Su cuerpo nunca hubiera podido pasar por el agujero por donde pasamos nosotros. Es demasiado grande. Mi padre es un hombre gordo y grande -dijo . Pero hubiera sido suficientemente fuerte para volver caminando a la entrada.
Lo dudaba. Mi recuerdo era que por momentos, a causa de la inclinación, la corriente era brutalmente fuerte. Reconocí que, posiblemente, un hombre grande y desesperado podría haber caminado hacia fuera finalmente con la ayuda de cables y un gran esfuerzo.
La cuestión de si el padre de Sho Velez hubiera muerto allí o no no se resolvió entonces, pero no me importaba. Lo que me importó por primera vez en mi vida, es que sentí el veneno de la envidia. Sho Velez era la primera persona a quien había envidiado yo en toda mi vida. Él tenía alguien por quien dar la vida y me había comprobado que lo haría. Yo no tenía a nadie, y no había comprobado nada.
De forma simbólica, le otorgué todos los laureles a Sho Velez. Su triunfo era total. Yo me retiré. Ése era su pueblo, ésa era su gente, y él era el mejor de todos ellos. Cuando nos despedimos ese día, di voz a una banalidad que resultó ser la profunda verdad cuando dije:
Sé el rey de todos ellos, Sho Velez. Eres el mejor.
Nunca volví a hablar con él. A propósito terminé con nuestra amistad. Sentía que era el único gesto con que podía demostrar cuán profundamente él me había afectado.
Don Juan creía que mi deuda con Sho Velez era imperecedera porque él era el único que me había enseñado que tenemos que tener algo por qué morir antes de pensar que tenemos algo por qué vivir.
Si no tienes nada por qué morir me dijo don Juan una vez , ¿cómo puedes sostener que tienes algo por qué vivir? Los dos van mano a mano y la muerte lleva el timón.


Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

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