Emprendiendo el viaje
definitivo, El salto al abismo (2 parte), Carlos Castaneda del Libro El Lado
activo del infinito (1998)
Emprendiendo el viaje
definitivo
El salto al abismo (2 parte)
Carlos Castaneda del Libro El
Lado activo del infinito (1998)
La segunda persona con la cual
don Juan pensaba que tenía que estar agradecido era con un niño de mi misma
edad que conocí a los diez años. Se llamaba Armando Velez. Tal como su nombre,
era extremadamente elegante, tieso, en resumen, un niño viejo. Me gustaba
porque era seguro en lo que hacía y a la vez muy amigable. Era alguien a quien
no se lo podía intimidar fácilmente. Se metía a pelearse con cualquiera si era
necesario y sin embargo no era para nada un bravucón.
Los dos salíamos a pescar
juntos. Pescábamos peces muy pequeños, de los que vivían bajo las piedras, y
teníamos que agarrarlos con las manos. Los poníamos a secar al sol y nos los
comíamos crudos, algunas veces todo el día.
Me gustaba además el hecho de
que era muy ingenioso y listo, a la vez que ambidiestro. Podía lanzar una
piedra con la izquierda más lejos que con la derecha. Sabía de incontables
juegos competitivos en los que, para mi desilusión, siempre me ganaba. Me
ofrecía una especie de disculpa, diciéndome: «Si voy más lento y te dejo ganar,
me vas a odiar. Lo verás como un insulto a tu hombría. Así es que esfuérzate
más”.
Debido a su comportamiento
extremadamente digno, lo llamábamos «Señor Velez», pero el «Señor» se abreviaba
a «Sho», una costumbre típica de la región de Sudamérica de donde vengo.
Un día Sho Velez me preguntó
algo fuera de lo común. Empezó como siempre, desde luego, como un desafío.
Te apuesto lo que quieras me
dijo , que yo sé algo que no te atreverías a hacer.
¿De qué hablas, Sho Velez?
¿A que no te atreves a bajar
por el río en una balsa?
Por supuesto que lo haría. Lo
hice una vez en un río acrecentado. Me quedé varado una vez durante ocho días.
Tuvieron que flotarme alimentación.
Era la verdad. Mi otro mejor
amigo era un niño que llevaba el mote de Pastor Loco. Nos quedamos varados en
una inundación sobre una isla sin que hubiera manera de rescatarnos. La gente
del pueblo esperaba que el agua subiera y nos matara a los dos. Flotaron cestas
de alimentación por el río con la esperanza de que llegaran a la isla y así
fue. Así nos mantuvieron vivos hasta que bajó el agua lo suficiente para que
llegaran a nosotros con una balsa y nos subieran a la ribera del río.
No, esto es otro asunto
continuó Sho Velez con su aire de erudito . Esto implica bajar en balsa a un
río subterráneo.
Me recordó que una enorme
parte del río local pasaba por debajo de un monte. Esa parte subterránea
siempre me había intrigado sobremanera. Su entrada al monte era una terrible
cueva de buen tamaño, siempre llena de murciélagos y de olor a amoníaco. A los
niños de la región se les decía que era la boca del infierno: azufre, humos,
calor, olor.
¡Te apuesto tu culo pestífero
que no me voy a acercar a ese río mientras esté vivo, Sho Velez! le grité .
Aunque viva diez vidas. Tienes que estar loco del todo para hacer algo así.
La cara seria de Sho Velez se
volvió aún más seria.
Ah dijo Entonces tendré que
hacerlo yo solo. Pensé por un instante que podía empujarte a ir conmigo. Me
equivoqué. La pérdida es mía.
Ey, Sho Velez, ¿qué te pasa?
¿Por qué demonios quieres ir a ese lugar infernal?
Tengo que hacerlo dijo en su
vocecita baja y ronca . Ves, mi padre es tan loco como tú, pero es padre y
esposo. Hay seis personas que dependen de él. De otra manera, sería tan loco
como una cabra. Mis dos hermanas, mis dos hermanos, mi madre y yo dependemos de
él. Él es todo para nosotros.
No sabía quién era el padre de
Sho Velez. Nunca lo había visto. No sabía a qué se dedicaba para ganarse la
vida. Sho Velez me reveló que su padre era un hombre de negocios y que todo lo
que tenía estaba en riesgo.
Mi padre ha construido una
balsa y quiere ir. Quiere hacer esa expedición. Mi madre dice que es puro humo,
pero yo no me fío continuó Sho Velez . Le he visto esa mirada de loco en los
ojos. Uno de estos días lo va a hacer, y estoy seguro de que va a morir. Así es
que voy a tomar la balsa para ir al río yo mismo. Sé que voy a morir, pero mi
padre no morirá.
Sentí que me pasaba como una
corriente eléctrica por el cuello, y me oí decir en el tono más agitado que uno
pueda imaginar:
¡Lo hago, Sho Velez, lo hago!
¡Sí, sí va a ser estupendo, yo voy contigo!
Sho Velez hizo una mueca. La
comprendí como una mueca de alegría porque iba con él, no porque él había
conseguido convencerme. Expresó ese sentimiento en su siguiente frase:
Sé que si tú me acompañas voy
a sobrevivir.
No me importaba que
sobreviviera Sho Velez o no. Lo que me había galvanizado era su valor. Sabía
que Sho Velez tenía tripas de acero para hacer lo que decía. Él y Pastor Loco
eran los únicos del pueblo con tripas de acero. Los dos poseían algo que yo
consideraba único y desconocido: valor. Nadie más en el pueblo lo tenía. Los
había puesto a todos a prueba. A mi manera de ver, todos estaban muertos,
incluyendo el amor de mi vida, mi abuelo. Sabía esto sin duda alguna a la edad
de diez años. La valentía de Sho Velez fue una comprensión abrumadora para mí.
Quería estar con él hasta el fin, fuera como fuera.
Hicimos planes para
encontrarnos al primer rayo, que es lo que hicimos, y los dos cargamos la
ligera balsa de su padre por cuatro o cinco kilómetros fuera del pueblo, a unas
montañas bajas y verdes a la entrada de la cueva, donde el río se volvía
subterráneo. El olor a guano era insoportable. Nos subimos a la balsa y
empujamos dentro de la corriente. La balsa llevaba linternas eléctricas que
tuvimos que encender inmediatamente. Dentro de la montaña todo era negrura, y
estaba húmedo y caluroso. La profundidad del agua era suficiente para que la
balsa flotara, y la corriente bastante rápida para no tener que remar.
Las linternas creaban sombras
grotescas. Sho Velez me susurró al oído que lo mejor sería no ver porque era
más que aterrador. Tenía razón; era nauseabundo, opresivo. Las luces
despertaron a los murciélagos, que comenzaron a volar alrededor de nosotros,
aleteando caóticamente. Al penetrar más profundamente en la cueva, ya ni había
murciélagos, sólo un pesado aire fétido, difícil de respirar. Después de lo que
me parecieron horas, llegamos a una especie de estanque de gran profundidad;
casi no se movía. Parecía como si la corriente mayor hubiera sido represada.
Estamos atascados me susurró
de nuevo Sho Velez al oído . No hay manera de que pase la balsa, y no hay
manera de regresar.
La corriente estaba demasiado
fuerte para intentar un viaje de regreso. Decidimos que teníamos que encontrar
salida. Me di cuenta de que si nos parábamos encima de la balsa podíamos
alcanzar el techo de la cueva, lo cual significaba que el agua estaba represada
casi hasta el techo. La entrada se parecía a una catedral, y tenía unos quince
metros de tamaño. Mi conclusión fue que estábamos encima de un estanque como de
quince metros de profundidad.
Atamos la balsa a una roca y
empezamos a nadar hacia abajo, buscando movimiento de agua, una corriente. Todo
estaba húmedo y caluroso en la superficie, pero muy frío hacia abajo. Mi cuerpo
sintió el cambio de temperatura y me asusté, un extraño terror animal que nunca
había experimentado. Sho Velez debió haber sentido lo mismo. Chocamos al llegar
a la superficie.
Creo que nos acercarnos a la
muerte me dijo con solemnidad.
No compartía yo ni su
solemnidad ni su deseo de morir. Frenéticamente, busqué una apertura. Las aguas
de las inundaciones debían haber llevado rocas que formaron la represa.
Encontré un agujero de suficiente apertura para que pasara mi cuerpo de diez
años. Agarré a Sho Velez y se lo mostré. Era imposible que pasara por allí la
balsa. Sacamos la ropa de la balsa, la hicimos una bola y nadamos hacia abajo
cargándola hasta que volvimos a encontrar el agujero y pasamos por él.
Terminamos en un tobogán de
agua, como los que hay en los parques de diversión. Rocas cubiertas de alga y
musgo nos permitieron deslizarnos por una enorme distancia sin hacernos daño.
Entonces llegamos a una cueva como catedral, donde continuaba fluyendo el agua
hasta el nivel de la cintura. Vimos la luz del cielo al final de la cueva y
salimos a pie. Sin decir ni una palabra, extendimos la ropa al sol para que se
secara, y regresamos al pueblo. Sho Velez estaba casi inconsolable por haber
perdido la balsa de su padre.
Mi padre hubiera muerto allí
reconoció finalmente . Su cuerpo nunca hubiera podido pasar por el agujero por
donde pasamos nosotros. Es demasiado grande. Mi padre es un hombre gordo y
grande -dijo . Pero hubiera sido suficientemente fuerte para volver caminando a
la entrada.
Lo dudaba. Mi recuerdo era que
por momentos, a causa de la inclinación, la corriente era brutalmente fuerte.
Reconocí que, posiblemente, un hombre grande y desesperado podría haber
caminado hacia fuera finalmente con la ayuda de cables y un gran esfuerzo.
La cuestión de si el padre de
Sho Velez hubiera muerto allí o no no se resolvió entonces, pero no me
importaba. Lo que me importó por primera vez en mi vida, es que sentí el veneno
de la envidia. Sho Velez era la primera persona a quien había envidiado yo en
toda mi vida. Él tenía alguien por quien dar la vida y me había comprobado que
lo haría. Yo no tenía a nadie, y no había comprobado nada.
De forma simbólica, le otorgué
todos los laureles a Sho Velez. Su triunfo era total. Yo me retiré. Ése era su
pueblo, ésa era su gente, y él era el mejor de todos ellos. Cuando nos
despedimos ese día, di voz a una banalidad que resultó ser la profunda verdad
cuando dije:
Sé el rey de todos ellos, Sho
Velez. Eres el mejor.
Nunca volví a hablar con él. A
propósito terminé con nuestra amistad. Sentía que era el único gesto con que
podía demostrar cuán profundamente él me había afectado.
Don Juan creía que mi deuda
con Sho Velez era imperecedera porque él era el único que me había enseñado que
tenemos que tener algo por qué morir antes de pensar que tenemos algo por qué
vivir.
Si no tienes nada por qué
morir me dijo don Juan una vez , ¿cómo puedes sostener que tienes algo por qué
vivir? Los dos van mano a mano y la muerte lleva el timón.
Carlos Castaneda del Libro El
Lado activo del infinito (1998)
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