29 de enero de 2016

El Surrealismo y el fin de la era Cristiana, Antonin Artaud

EL SURREALISMO Y EL FIN DE LA ERA CRISTIANA

Hay una historia del surrealismo, y yo la conozco muy bien en efecto, pero no es lo que se piensa. Para todo el mundo el surrealismo no es más que un ismo más añadido a todos los ismos que se pudren en los libros; y que torpemente se hacen leer eh las clases de todos los organismos de hombres como hierbas buenos para florecer y morir con un ismo más para pudrirlos en su tumba. Clasicismo, romanticismo, simbolismo, futurismo, cubismo, cuál es la muerte que todavía recuerda vuestros muertos y qué habéis hecho con vuestros muertos: ¡libros! Todos aquellos que vivieron no están ya allí. Incluso en fuerzas fuisteis sino rizos, rizos aceptados del ser, como se riza una cabellera con tenacillas con el fin de marcarla, modas en
modas como modas de sombrerero o de costura, modas tono de música y modas como modalidades. El clasicismo, el romanticismo, el simbolismo fueron esos rizos encima y que en un momento creyeron captar el corazón pero no supieron amotinar la vida. El motín es un motín del yo dentro del alma y del alma en medio del yo. A espíritus muertos-nacidos se les hace la boca agua y el anarquismo y sueñan con una insurrección en la calle, cuando ni siquiera han sabido amotinarse en contra de la eterna estupidez del espíritu; quién ha sabido su yo hasta sacarle la sangre de una lágrima en pintura o poesía. Para encontrar un poema que me hiciese llorar esas lágrimas rituales de los padres en torno a un ataúd, sino lágrimas intestinales que se tienen para llorar a la Belle Heaulmière, me remonto hasta la Edad Media y ahí encuentro a François Villon. ¿Quién era usted François Villon? ¿Qué alma de sexualidad tenía usted, qué abismo de sangre y de esperma que revolvía su abdomen, le dictó ese poema de lágrimas, ese poema de un combate interno donde es el alma la que se llora en ella dentro del desastre de su cuerpo y se llora más lejos que el cuerpo, pero en el cuerpo, a borbotones en la actitud del alma muerta y que sondea su sexualidad? Pues el alma está en esa actitud sentada con su cabeza entre las rodillas y los brazos rodeando las piernas como para recoger las tibias y ponerse a andar en la muerte. Pues el alma es un sexo pero que se esconde en la columna de las tibias condensadas hasta su medida y no se mostrará desnuda más que a su elegido, y hasta entonces será repelente y acartonada como un cuerpo de vieja despreciado, que se transferirá al elegido y ante él se metamorfoseará. Este fue entonces el problema de fondo que planteó la Belle Heaulmière, y es el de la inquietud de todos nosotros.
¿Dónde está el alma en nuestro cuerpo y qué es el alma para nuestro cuerpo? Está en todas partes, no es nada y es todo, ya que es este cuerpo por dentro y por fuera. El dolor no escribe sino para quemar los libros con hierro candente y no habla sino para aniquilar el lenguajdel motín del yo en el alma y del alma en todo el cuerpo, he aquí en lo que basar una revolución capital que e, y manifestar estados del corazón, no como la sonrisa de un soplo, sino como el borborigmo básico donde se expectora un corazón que incendia. Hacer surrealismo no es traer lo surreal a lo real, donde llegará a enmohecerse y a dormir, a pilarse y depositarse, en los cristales empotrados de los libros, sino elevar materialmente lo real hasta ese punto en que el alma debe salir en el cuerpo y no dejar de amotinar al cuerpo.
Es lo que el mundo todavía no ha conocido y lo que el surrealismo no ha podido hacer. Pues el alma del hombre actual está prisionera de un cuerpo malo que le prohíbe toda poesía, y lo obliga a vivir bajo el 'yugo irremisible de las leyes, ya sean del ejército, de la policía, de la iglesia, de la justicia o de la administración. Y principalmente son las leyes de la iglesia.
Fue en 1918 cuando sentí en mí las primeras mordeduras de esas nostalgias del alma que nos atormentan para tomar cuerpo. Música, teatro, pintura, poesía, comprendía que eso no eran ya concreciones suficientes, concreciones destinadas a perecer un día a perder fuerza, y que el fuego que ardía dentro de mi necesitaba muy otras corporízaciones. Pero cómo conmover a lo real hasta llegar a esa encarnación mayor de un alma que en un cuerpo encarnado le impondrá la penosa carne sexual, la carne de alma de su verdadero cuerpo.
Sabía que había pasado el tiempo de los magos, de los ensalmadores, de los escamoteadores, de los médicos, de los charlatanes, de los faquires, de los embaucadores, de los malabaristas y los hechizadores. También el tiempo de los ilusionistas y los brujos, y que no se hacen las cosas de golpe, sacramentalmente y mediante subterfugio como en la misa, sino paso a paso y por  escalones como un albañil ante su pared o un campesino tras su arado. La materia cuando es buena es reacia y se niega a realizarse hasta que su ser está satisfecho, su ser cuerpo de su moralidad, digo moralidad interna en medio de las exigencias de todo.
Te adoro, le dice a su creador, pero ser, no lo soy, no yo no soy un ser, y si tú no me das plena satisfacción en medio de las exigencias del ser, ineluctablemente yo también antes de ser, en el ser te traicionaré. Y la materia tiene razón en desobedecer tanto a dios que le niega toda satisfacción para nacer y que lo pare con las angustias extrauterinas del esfínter (con el fin de reservarse para él y sus ángeles todas las insondables delicias totemizantes, tumuluarios del parto) como, digo, esta materia, desobedecer a los ángeles en un bienestar que le hace creer que él es la vida, cuando jamás ha hecho otra cosa que hacer reírse burlonamente de la vida con ilusiones y prestigios que descentran mediante inmundas titilaciones, que descentran igual que readaptan el alma al yugo de un ser, fuera del ser de su propia vida.
Este fue todo el tenebroso trabajo que el surrealismo cuando nació no quiso imponerle a la materia, para precipitarla prematuramente a las delicias de la calidad del ser; no entregarse la magia, seguir la vía uterina y anal de las cosas, la vía de la libido auténtica, sondear toda la libido tanto con el automatismo despierto, como con el autoelectrismo de los sueños, y no hacer estallar fuera el resultado de estos terribles sondeos ante de que la angustia interna del buscador, por hambre y por dolor enamorada, no le haya impuesto por fin ser ese ser que se sondeaba, y se deseaba así, no como su enamorada en él, sino como su más auténtica e insondable voluntad de vida, y que el alma no ha dejado de imantar en el fondo de la libido del sexo, y de llamar flor para la eternidad.
Es lo que yo buscaba hacia 1918 y un día me di cuenta de que otras almas como la mía buscaban la misma cosa que yo, salir del mundo como se entra en el mundo, pues en el mundo no somos.


ANTONIN ARTAUD

De Cartas desde Rodez, Editorial fundamentos (1980)

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