27 de enero de 2016

Antígona entre los Franceses, Antonín Artaud

ANTIGONA ENTRE LOS FRANCESES

a Gaston Ferdíére

El nombre de la Antígona real que se encaminó al suplicio en Grecia 400 años antes de Jesucristo es un nombre de alma que ya no lo pronuncio dentro de mí más que como un remordimiento y como un canto.
¿Me he encaminado yo suficientemente hacia el suplicio para tener el derecho de enterrar a mi hermano el yo que Dios me había dado y del que jamás he podido hacer lo que quería porque me lo impedían todos los yo distintos a yo-mismo, insinuados en el mío propio como no sé qué insólito parásito desde mi nacimiento?
Quién me volverá a dar a mí también mi Antígona para ayudarme en este último combate. El nombre de Antígona es un secreto y un misterio, y para llegar a tener piedad de su hermano hasta el punto de correr el riesgo de la muerte y encaminarse hacia el suplicio por él, ha sido preciso que Antígona mantuviese en ella un combate que nadie ha dicho jamás. Los nombres no proceden de la casualidad ni de nada y todo nombre hermoso es una victoria que ha conseguido nuestra alma contra ella en el absoluto inmediato y sensible del tiempo.
Para que ese nombre indescriptible de victoria vuelva a mí en la encarnación personal y formal de una mujer y de una hermana es preciso que la haya merecido como ella y que ella lo haya merecido como yo.
No se es hermano y hermana sin haber mantenido ese supremo combate interno de donde el yo personal ha salido como una victoria cercana y familiar sobre las fuerzas de no sé qué abominable infinito.
El hermano de Antígona murió en la guerra luchando contra sus enemigos y mereció que Antígona lo acercase al momento de enterrarlo pero a su vez ella no pudo merecer enterrarlo
sin un combate parecido al de su hermano, no en el plano de la vida real sino en el del eterno infinito.
Ahora bien el infinito no es más que ese más allá que siempre quiere sobrepasar nuestra alma y nos hace creer que está en una parte distinta a nuestra alma, mientras que es el inconsciente de nuestra alma el que es ese más allá de infinito. '
Antígona es el nombre de esa terrible victoria que el yo heroico del ser ganó sobre las fuerzas obtusas y huidizas de todo lo que en nosotros no es ni ser ni yo, pero que se obstina en querer hacerse tomar por el ser de nuestro yo.
Nadie ha podido jamás ser Antígona sin primero haber sabido disociar en su alma la fuerza que la empujaba a existir, y haber sabido encontrar la fuerza contraria de reconocerse como diferente del ser que ella vivía y que la vivía.
El ser que yo vivo no me cogerá, y yo no cogeré a ese ser para morir y para irme, sino para lograr liberarme de él y no hundirme en la última ilusión que consiste en creer que no soy mas que el cuerpo en que me había enterrado la vida, necesito esa mano de piedad que la fuerza Antígona del ser supo separar de su ser contra el ser en el que ella se veía.
Pues nadie ha podido llorar sobre un muerto si no lloró antes sobre si' mismo, y si no supo enterrar su si mismo como lo otro de su yo: la muerte.
Esta fuerza de piedad es francesa. Es una fuerza de honradez interna que nos empuja a conservarnos francos con nosotros mismos, y no mentirnos jamás a nosotros mismos, en el tormento del inconsciente y de los cuerpos.
A todas horas llegan hasta nosotros muchos cuerpos extranjeros que quieren ocupar el lugar intocado de nuestra alma, y el francés es ese yo eterno que jamás ha abandonado su alma, y como San Luis ha preferido morir de peste que ceder a sus enemigos.
Y nosotros no tenemos peor enemigo en el mundo que nuestro cuerpo en el momento de la muerte. Nadie ha podido ser francés y nacer en Francia si no ha sabido un día disociarse de ese cuerpo que nos constriñe como un enemigo extranjero, y contra el que ha ganado su naturaleza, y todo lo que es francés en Francia es la consecuencia de ese combate; pero quién lo sabe todavía hoy.
La tierra de Francia fue teatro de un extraño y misterioso combate que tuvo lugar en realidad y que tiene su fecha en la historia pero la historia no habla de él. ¿Y por qué?
Miles de hombres han muerto en Francia en grupo y por sus ideas y la historia jamás ha hablado de ellos.
Antaño se hicieron quemar héroes como soldados que se encaminan al fuego, y lo hicieron para perder su cuerpo y con el fin de encontrar otro que la Antígona de la piedad eterna pueda acercar para enterrarlo, y darle algo con qué resucitar.
Y esto pasó en una época cercana a Juana de Arco y su suplicio, pues el suplicio de Juana de Arco es todo lo que la historia escrita ha sabido conservar y relatar de esa voluntad de combustión corporal por la que el yo francés del hombre se libera del enemigo extranjero.
Murieron para remontar su cuerpo francés, ¿pero dónde están y dónde esperan ahora a que vuelva su hermana Antígona que los hará volver del fuego a un cuerpo, y dará una tierra a ese cuerpo reconquistado a través del fuego para que su alma pueda habitarlo siempre?
Están en Francia, y es en cuerpos de franceses vivos donde han esperado hasta hoy a que la Antígona delo Eterno volviese la cual les permitirá revivir su muerte. Esto con el fin de recuperar la vida. No sin una razón extraordinaria ha sido Francia llamada la tierra de los héroes, y porque ha sido la tierra de aquellos que prefirieron ir al fuego y bajo tierra a consentir a ese cuerpo extraño que vive sobre nuestra alma como un extranjero. De esa tierra de donde cayeron, descenderá la Antígona de la eterna luz para volverlos a levantar.

ANTONIN ARTAUD

De Cartas desde Rodez, Editorial fundamentos (1980)

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