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28 de marzo de 2024

12 de diciembre, 1917 Buenos Aires 2:00 a. m. Teresa Wilms Montt


 
12 de diciembre, 1917 Buenos Aires
2:00 a. m.

 
Sin filosofía y sin ilusiones me embarco mañana,(1) huyendo de una pena negra y tan negra, como que emana de una fosa recién abierta en cuyo fondo he desgarrado mi corazón.
En el naufragio de mi vida, aférreme desesperadamente al cue-llo juvenil de un hombre que, después de salvarme, se dobló con la gracia de un olímpico sobre mi pecho y entregó su bello espíritu al eterno.
 
Teresa Wilms Montt
 
 
 
(1)   Teresa Wilms Montt se embarcó en el Vestris, camino a Nueva York, el 13 de diciembre de 1917. Su idea era alistarse en la Cruz Roja y colaborar con los aliados en la Gran Guerra.

27 de marzo de 2024

Noviembre, 1917 Buenos Aires, Teresa Wilms Montt

 

Noviembre, 1917 Buenos Aires
 
Mi cama ancha, toda blanca y fría como las avenidas heladas por la nieve, me hace desear con vehemencia el estrecho y amoroso ataúd.
He cavado, cavado con la constancia de un sepulturero, las tie-rras de mi corazón.
Dolor, quien lo sufre y lo busca ha descubierto el fervor de los iluminados mártires y el secreto de la eternidad.
 
Teresa Wilms Montt


26 de marzo de 2024

6 de abril, 1917 Buenos Aires, Teresa Wilms Montt


 
6 de abril, 1917 Buenos Aires
 
Darling (1)
Los hombres, como los astros, tienen una ruta señalada y son perfectamente sabios los encuentros de estos en el espacio, como el de las almas en el mundo.
Hay en la tierra un delicioso estremecimiento que anuncia la llegada de la hora azul, hora en que se duermen los pájaros y se aquietan los árboles desvanecidos de ensueños. También el amor tiene su hora azul que se anuncia en la expresión intensa de nues-tros ojos y en los labios un ansia infinita de caricias.
Mientras abrazados esperábamos en medio del campo la ago-nía del sol, tu boca dejó en palabras, en besos dentro de mi alma, la huella de tu espíritu dulcemente silencioso. Y como son tan pocos los recuerdos gratos que proporciona la vida, quiero advertirte que ayer me regalaste uno que guardaré como un beso en la cuna del corazón.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 
1 Se refiere a Horacio Ramos Mejía (1895-1917), joven poeta argentino, que conoció a Teresa en su estadía en Buenos Aires. Ramos Mejía —apodado por Teresa como Anuarí— se enamoró de ella y se supone que Wilms Montt no pudo prometerle nada más que una amistad o un amorío lejos del compromiso que él esperaba. Murió en 1917 y, aunque en la prensa de la época se habló de un ataque repentino, se cree que se suicidó por amor. Desde esa pérdida, Teresa escribe el libro Anuarí: «Llega todas las noches a mi alcoba. / Sin tener ojos me mira, sin tener boca me habla, y su mirada y su voz son tan hondas como el silencio de los sepultados».
 

 

25 de marzo de 2024

Este es mi diario:, Teresa Wilms Montt


 Este es mi diario:
 
En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila clara frente a los horizontes.
Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito…
Soy y…
 
TERESA DE LA +
 
Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el más nítido espejo. A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas se ilumina mi rostro al reír, como encendido al rescoldo de una santa alegría.
Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una fuerza extraña, para ofrendar sus preces en una bendición al Omnipotente.
Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso, un sencillo y enjugando mis ojos me dice: ­¡Qué buena eres! Llora, que esta agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge Él, que está más alto- ­y señala los espacios.
No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Paréceme que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazón.
Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí y anegue generosa en frescura mi interior carcomido. ¡O h siglo agonizante de humanas vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.

 
Teresa Wilms Montt

24 de marzo de 2024

¿Quién eres?, Teresa Wilms Montt

¿Quién eres?
 
Una noche de esas noches cálidas de verano, en que todo el cuerpo se vuelve pulmón para respirar, buscando fresco, con la dificultad del que busca oro, me dirigí con paso lento a las afueras de la ciudad.
Después de mucho caminar y maldecí la temperatura, di con un rincón a mi gusto. Era éste una hondonada en medio de un rústico jardín. Verde abajo, blando musgo, azul arriba, incendio de astros, y como orquesta, una fuente deslizante entre las piedras.
Libre de inquietudes, suspirando de bienestar, despójeme de mis atavíos, –ridículos atavíos de moderno peregrino— y tendida de cara a los espacios, me dispuse a soñar, dormir o espantar los mosquitos, que es la diversión obligada de todo paseo campestre.
No lejos ranas, sapos, y otros molestos animaluchos, oficiaban sabatinas en el saxófono de sus gargantas, cobijados bajo la espesura de las plantas enanas. Pardos murciélagos dibujaban misteriosos círculos en el aire, y las luciérnagas chisporroteaban en la sombra, zafiros y esmeraldas.
Desnuda, la noche abanicábase en la corona de los árboles, lanzando a los cielos su respiración agitada. A sus pies, las rosas exhalaban el perfume de la tierra fecunda.
¡Qué beatitud seráfica dentro de mi ser! ¡Ah! ¡si llegué a creer que había muerto!
Adoro la noche que nos hace sentir la placidez del alma naturaleza; la santidad de tanto ser que vive más allá del pensamiento; y, como os decía, tal era mi paz interior, que imaginé había muerto.
Profundo fue mi letargo. No supe darme cuenta de si aquella voz que hablara a mi oído, era voz humana o voz de presentimiento. Comenzó así:
—Vengo desde muy lejos a reposarme y encuentro que has usurpado mi sitio. Pero no importa, quédate; desahogaré contigo, criatura mortal, el secreto amargo que traigo de mis andanzas por esos mundos de seres intangibles.
Presta atención —susurró la extraña voz.— Los hombres del siglo pasado me llamaron genio; si te acercas a mi fosa, verás sobre ella, la insignia del búho sapiente. No desdeñaron elogios; también leerás en las preliminares páginas de mis obras la palabra inmortal. —Sentí que la voz se hacía irónica, despedazada.— Engreído en mis saberes todo penetré: ciencia, liturgia, magia, química, física, poesía, filosofía. ¡Oh loco delirio de soberbia! creí que en mi cabeza la verdad encendía su tea. Me proclamaron apóstol, quemando ante mí ¡humano Icono! los inciensos y mirras destinados a los dioses paganos. Bajo el sayal de humildad, rebelde a la modestia, pavoneábase erguido mi espíritu fatuo. Infeliz de mí. Hueca estaba mi mente como espiga sin grano.
En el apogeo de este nefasto esplendor, llegó la inevitable. Irritada sin duda de tanta falsedad, de un solo tirón, despójame de la mísera vestidura que ahora pudre entre laureles, allá en el rincón del campo santo.
Separado bruscamente del mundo de los hombres, contémpleme desnudo ante los implacables ojos de mi conciencia. En un instante, la muerte habiame transformado en juez de mi propia causa. Tuve horror de ver tanta bajeza reunida; enrojecí, vergüenza sentí de mezclarme con las otras almas errantes del espacio, y hui del fulgor de los astros hasta perderme en la nebulosa.
Interesadas mis compañeras en el fallo de mi conciencia, único arbitro de ambos mundos, siguieren mi vuelo. Yo me esforzaba por aventajarlas. Una de ellas, la más frágil de todas, comprendiendo la tristeza que me embargaba, me siguió llena de solicitud.
Al oír junto a mí el ruido de sus alas, apresuré la fuga, y de un solo envión me hundí en las frías sombras.
“Detente hermana, gritaba mi perseguidora, detente, alma temeraria. Esa región del Saos donde te lleva tu fatal vuelo, está inexplorada. Grave peligro te amenaza. Por Dios, retrocede, Te lo suplico”.
Como hacía poco había perdido mi humana envoltura, aun perduraba en mi los instintos, y movido de curiosidad le interrogué.
Afable, plena de gracia, respondiome:
“Vas hacia lo ignoto, hermana. Desde hace muchos siglos nadie ha penetrado el paraje donde diriges el vuelo. Hay en él algo inexplicable, en vano yo y mis compañeras hemos tratado de indagarlo; tal vez ocultó allí el creador el arcano que rige los mundos; tal vez sea la nada… No sé, no sé, pero no intentes penetrar la nebulosa …”
Yo escuchaba y en mi espíritu nacía una esperanza. Quizá encontraría en aquel sitio la expiación de mis pasadas flaquezas, ¡qué grande alivio! Sin pensarlo más, seguí avanzando en las tinieblas.
¿Cuánto tiempo estuve allí?, lo ignoro. El silencio me envolvía en fajas de hielo, iba petrificándome como pedazo desprendido de planeta muerto.
Desesperadamente trataba de luchar contra el sopor que embargaba mis alas, creí sucumbir. Jamás olvidaré aunque atraviese los siglos, jamás, la dulce sensación que experimenté cuando una mano de mujer, mano blanda cual las blandas manos de las madres humanas, tomándome como un pajarillo entre sus dedos cobijome en el tibio hueco de las palmas.
Luego, con una voz que no escuché tan armoniosa en los tiempos de mi juventud, me habló de esta manera:
“Paz, hijo mío, paz. Muy osado debiste ser en el mundo, cuando en esta región para ti desconocida te aventuras a tan arriesgadas empresas. ¿Qué te ha traído hasta mi solitario albergue? Después de Cristo no ha venido alma alguna a golpear mi puerta. Habla hijo mío, acaso seas el mensajero del mundo que ha tanto tiempo aguardo”.
Nada respondí, inmenso dolor hizo inclinar mi frente.
“Ven apóyate en mi corazón, hijo de la tierra amada, yo calmaré la angustia que leo en tus ojos, te daré serenidad”.
—Oh mortal, si tuvieses la inefable dicha de escuchar la delicia de esa voz, pasarías los tiempos de rodillas, sumido en éxtasis. Pero esa voz se escucha más allá de la muerte, y es sólo para aquellos que saben encontrarla.
No continuaré hablándote de esa noble mujer ella es modesta, las alabanzas hieren su oído.
Confiada, llena de fervor pasé entre sus manos los umbrales de una mansión incomparable. No creas que en ella había fastuosidad, tono aperlado velaba las cosas, que eran pocas. Había allí flores, las más humildes que nacen en la praderas, pájaros de todos los climas; libros, todas las obras modestas que en el mundo desdeñamos, y sobre una piedra de granito, abiertos los viejos brazos, un volumen donde resaltaba profundamente grabado en letras de oro este nombre. Salomón.
Observando ella que fijaba mi atención en esa páginas cuya escritura y lenguaje no conocía, díjoe:
“Este libro y todos los que ves en esta estancia, son de mi hermana menor que alberga conmigo”.
—Ya puedes imaginar tú que me oyes; mi extrañeza al encontrar tan lejos de la tierra a esa criatura rodeada de cosas familiares, extrañeza que aumentaba al darme cuenta del interés no disimulado, que sentía por los habitantes del pequeño planeta.
Me interrogó sobre los asilos de menesterosos, de huérfanos, de idiotas; preguntome por las ambiciones y afanes del siglo; pero, llegó al coludo mi estupor, cuando la vi entristecerse y dejar caer sobre su pecho la cabeza orlada de albos cabellos.
“Tengo muchos enemigos en tu planeta –díjome, suspirando. A los hombres les debo mis cabellos nevados.
—¿Cómo, interrumpí yo; cómo tu que vives tan lejos del mundo, puedes ser maltratada allí?
“Así es, —dijo ella, inclinando la frente.— No puedo explicarte, hijo mío; es demasiado doloroso, pero es así”.
—Dime, te lo suplico ¿quién eres, misteriosa señora, que tan afable acogida me has hecho? ¿Por qué vives tan sola y retirada con tu hermana?
“Ella y yo estamos desterrados desde hace veinte siglos. Cuando se consumó la tragedia del Gólgota, escarnecidas por los hombres, huimos de esa inhospitalaria tierra”.
“Pero —agregó, reprimiéndose,— no seas curioso, hijo mío. Harto has penado purgando tus vanidades, no quiero que sufras por las miserias de los que aún vagan engañados en el mundo”.
—Gentil señora; dulce amiga, te estoy agradecido. Quiero saber a quién debo la paz.
“Sea como gustes, díjome severamente triste. Y plegando los labios en una sonrisa que dibujó un tenue refleja de ironía, me susurró quedamente: Mi hermana es la Sabiduría y yo soy la Bondad”.
Terminando su relato, sollozó la extraña voz de la aparición, y sin decirme adiós, se alejó pausadamente de mi oído.
Me levanté de un salto; esas revelaciones hundiéronse perforando agudamente mi cerebro.
Cogí con precipitación mis atavíos de moderno peregrino, y, sin mirar, salí al camino.
Interrogué a la noche en un afán incontenible de persuadirme que había soñado: ¿Es cierto que la bondad no existe?
Y llegó hasta mi la silenciosa respuesta, en la palidez de las estrellas, en el llorar infantil de la fuente, en el chillar siniestro de las aves nocturnas.
Cuál reina empuñando su cetro, apareció tras la montaña, la luna, torvo el ceño, roja de ira, castigando al mundo en un azote de sangre.
 
Teresa Wilms Montt
 


 

23 de marzo de 2024

Londres, Septiembre 191… Teresa Wilms Montt

Londres, Septiembre 191…

A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué.
Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.
Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo mirando el techo: el amor, el dolor y la muerte.
Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.
Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.
En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo.
Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios.
Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana. (p. 19-20).
En algunas ocasiones, esas observaciones llegan a ser obsesivas, pero acentuadas por una mirada vanguardista, escudriñadora de los matices de su ser:
Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, 3 y media madrugada.
No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me dí cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.
Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.
No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.
Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras el noveno espejo.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 

22 de marzo de 2024

Autodefinición, Teresa Wilms Montt


 Autodefinición
 
Soy Teresa Wilms Montt
y aunque nací cien años antes que tú,
mi vida no fue tan distinta a la tuya.
Yo también tuve el privilegio de ser mujer.
Es difícil ser mujer en este mundo.
Tú lo sabes mejor que nadie.
Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.
Destilé mujer.
Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada,
por mi familia y la sociedad.
 
Nací cien años antes que tú
sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt,
y no soy apta para señoritas.
 
 
Teresa Wilms Montt
 
 

21 de marzo de 2024

EL padre de Teresa Wilms era buenmozo, Teresa Wilms Montt


 
EL padre (1) de Teresa Wilms era buenmozo. Su madre, altiva, arrogante. Ambos tenían reflejos azules en los ojos. Es en la playa bordeada por un mar verde donde transcurrió la niñez de Teresa,(2) edificando castillos de arena dorada, los que adornaba con rosas en el extremo del asta de la bandera.
Los vientos del sur, los temblores del norte y el aliento de una tierra fecunda alimentaban su febril imaginación con un ritmo loco e intenso.
¡Creció sorprendiéndose al darse cuenta que no se abrían las flores en sus manos!

 
 
1             Federico Guillermo Wilms y Brieba (1867-1943), supuesto descendiente de la realeza prusiana y esposo de Luz Victoria Montt y Montt (1870-1917), bisnieta del presidente de la república Manuel Montt. Se casaron el 25 de octubre de 1891 en Valparaíso. De ese matrimonio nacieron siete hijas: Luz Teresa Rosa, María Inés, Carolina Isabel, Carmen, Victoria Margari-ta, Ana Esperanza y María Teresa de las Mercedes (Teresa Wilms Montt). Teresa era la segunda hija y la preferida de su padre, quien la llamaba «mi Tereso», en alusión al hijo que no tuvo. Y, como se desprende del relato, la primera de ellas era la predilecta de la madre.
 
2     La familia vivía en Viña del Mar, en la calle Viana.
 
 
Teresa Wilms Montt
De Diarios íntimos

20 de marzo de 2024

VI, Teresa Wilms Montt

 

María Teresa de las Mercedes Wilms Montt, conocida como Thèrése Wilms Montt nació en Viña del Mar el 8 de septiembre de 1893 y murió en París el 24 de diciembre de 1921), fue una escritora chilena considerada una precursora del feminismo, tuvo una vida novelesca.
Rebelde a los valores burgueses de su sociedad, fue internada a la fuerza en un convento por Gustavo Balmaceda, su esposo que era funcionario de la Hacienda chilena ocho años mayor que ella debido a una infidelidad con su primo carnal. Antes de la llegada del invierno, aún con 22 años, Wilms Montt intentó suicidarse. La dosis de morfina que consumió no logró acabar con su vida.
En junio, el poeta Vicente Huidobro la ayudó a escapar del convento. La vistió de negro y, como si acompañara a una viuda, viajó con ella hasta Buenos Aires.
En Buenos Aires, la escritora, de tendencias anarquistas, entró en contacto con el feminismo. Y con un joven poeta chileno que, frustrado ante la falta de correspondencia sentimental de la escritora, se quitó la vida frente a ella. A Horacio Ramos Mejías le dedicó el poemario Anuarí, del que Ramón del Valle-Inclán, su prologuista, escribió: “Estos poemas, como versículos de un libro sagrado, hacen sonar la cadena de los siglos y tienen la misteriosa resonancia de las voces elementales”. La crítica celebró a la poeta a los dos lados del Atlántico.
Intentó ser enfermera en Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial, pero fue confundida y apresada como espía alemana.
En Europa, París fue su parada final. Allí la chilena logró ver de nuevo a sus hijas. El trabajo de su exsuegro las había destinado, al menos durante un año, al corazón de Francia. Cada semana, la escritora conseguía pasar con ellas un puñado de horas. La tristeza que le arrancó la separación definitiva la condujo a la depresión. En la Nochebuena de 1921, tras un par de días bajo observación en el hospital Laennec, Teresa Wilms Montt falleció. Había ingerido una dosis letal de veronal, un derivado del ácido barbitúrico ahora ilegalizado que se empleaba entonces como somnífero.
Fue amiga de los escritores Gómez de la Serna, Enrique Gómez Carrillo, Joaquín Edwards Bello, Víctor Domingo Silva y Ramón María del Valle-Inclán.

VI
 
Traigo del fondo del silencio tu mirada; evoco tus ojos… y me estremezco. Aun apagados por la muerte, me producen el efecto del rayo. No ha perecido en ellos el poder fascinador.
Son dos faros azules, que me muestran las irradiaciones magníficas del Infinito; son dos estrellas de primera magnitud, que miran hondo sobre mis penas, perforándolas y agrandando la huella, hasta abrir una brecha infinita como un mundo.
Tus ojos adorados, que fueron reflejos de esa bellísima alma tuya, viven ahora en mi mente nutridos de mi propia vida, adquiriendo brillo en la fuente inagotable de mis lágrimas.
Anuarí. Así como tus ojos me encadenaron a tu vida, ahora me arrastran en tu fosa, invitándome con tentaciones de delirio. Tus ojos son dos imanes ante un abismo. Yo siento la
atracción feroz…
 
 
Teresa Wilms Montt
De En la quietud del mármol, Casa Ed. Blanco, Madrid, 1918.

 


18 de marzo de 2024

Osvaldo Guevara recita su soneto Esta manos.

 Osvaldo Guevara recita su soneto Esta manos.

Martes 12 de marzo de 2024, Café Literario "De Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Memoria.

El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento. Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.

 

Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.

16 de marzo de 2024

Osvaldo Guevara lee sus poemas El caballo de espuma, Racimos y Poema sin evasión

 Osvaldo Guevara lee sus poemas El caballo de espuma, Racimos y Poema sin evasión

Videopoético del Café Literario del martes 2 de mayo de 2023, Ciclo Literario 2023. Cuyo tema fue Los Oficios. Lecturas en Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento, Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.

15 de marzo de 2024

Cantico, Osvaldo Guevara

CANTICO
 
Traslasierra, tu copa de frescura serena
el corazón, chorreando claridades, levanta.
Transitando tus piedras, tus árboles, tu arena,
la sangre en vacaciones desnudamente canta.
 
Bajo tus verdes no hay sombra para la pena.
Tu aire es un vino fuerte que alumbra la garganta.
Tu azul deja en la piel una euforia morena
y el pecho, lunto al cielo, de tu agua, se abrillanta.
 
Paisaje que ahondándose gana emoción de altura;
comarca en que la luz como un rezo murmura;
valle en que se iluminan la sed y la ansiedad.
 
Traslasierra cercana que es. lejanía errante:
cuando una torre suelta su can ambulante
tu silencio, elevándose, gotea eternidad.
 
 
Osvaldo Guevara de Niña Carmen, Maccio hermanos editores (1983)
 

14 de marzo de 2024

Tu risa de y por Osvaldo Guevara

 Tu risa de y por Osvaldo Guevara
Martes 5 de marzo de 2024, Café Literario "De Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Poesía Femenina.
El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento. Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
 
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Tu risa
 
Tu risa de espumosa gargantilla
riega en mis huesos mieles y metales
y como un claro jugo de vocales
en el racimo de tus dientes brilla.
 
Cascanueces fosfórico que astilla
uvas de sol y piedras musicales
y como un crespo asedio de rosales
prende pequeñas bocas en mi arcilla.
 
Risa audaz, risa infiel, risa menuda
en que tu carne eréctil se desnuda
caracoleando tornasoles de agua.
 
Sonido que mi lengua gusta y huele
y que contra mi voz golpea y duele
como el temblor llovido de tu enagua.
 
Osvaldo Guevara
De La sangre en armas

 
 


12 de marzo de 2024

Casa de ejercicios (Cura Brochero) de y por Osvaldo Guevara

 Casa de ejercicios (Cura Brochero) de y por Osvaldo Guevara

Martes 5 de marzo de 2024, Café Literario "De Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Poesía Femenina.

El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento. Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.

 

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CURA BROCHERO
 
Carmen sabe si un pájaro grita herido en la noche
y se estremece
como una mariposa con la salpicadura de una lágrima
 
cuando escucha el clamor de la vida con sed.
 
En la Casa de Ejercicios, en Villa Cura Brochero,
Carmen salió al patio con flores,
miró las flores,
miró el azuL
Y miraron con ella y rezaron con ella
las plantas,
las lajas calladas y sonoras,
los adobes ingenuamente encalados de la capilla,
los cuartos de retiro, rumorosos de oraciones y penumbras,
los insectos
mareados
por el zumo zumbante de la luz.
 
La tarde, como una paloma, vino a dormirse en su hombro.
 
Yo, que hace mucho que no me hablo con Dios
y hasta cambié de calle cuando pude encontrarlo,
cuando la toco a Carmen
siento que toco al Dios que de ella fluye,
que en ella se demora
como las madrugadas en los árboles de flores azules.
 
Sé que hay odios, rugidos, humaredas, cenizas, maldiciones.
Pero para salvarme de mis uñas de antaño
tiznadas de palpar corazones sombríos
o de rodear los pocillos del café de la pena y el miedo
me bastan sus ojos con claroscuros de pesebre,
sus palabras más dulces que el rozar de un arroyo en la memoria,
sus besos con aroma a patio con sol,
a fruta cortada por un niño,
a jazmines tiernamente colocados en los cabellos de la lluvia,
su manera de hablar con el paisaje de montaña y tañidos
haciendo que las piedras se emocionen con ella.
En Villa Cura Brochero, pueblito dé Córdoba
cuyo nombre evoca a un sacerdóte con poncho,
resero de almas chúcaras,
gaucho con un afilado crucifijo a la cintura,
Carmen me convirtió -o me devolvió- al azul con su gracia,
me inició en las fiestas de un cielo con Dios
entre los pastizales dorados de la altura.
 
Olvidé todo lo que sabía, todo lo que ignoraba,
para aprender tan sólo que nombrarla es como rezar,
que llamarla es desatar un viento piadoso entre los pétalos
y que aun callándolo
su nombre
suena a pisada descalza por un país de lumbres y asombros,
a alegría de agua que lava los pecados del mundo.
 
Yo desterré palabras, gestos, ademanes,
comparaciones torpes como máscaras bailoteantes
en la tarde de Cura Brochero
en que ella salió al patio con plantas de la Casa de Ejercicios
y logró que el azul se viniera a mi pecho
bajado por sus ojos.
 
Y me quedé con el silencio de Carmen para siempre,
con el resplandor de plegaria que le ronda los labios.
 
Y cuando es muy furiosa la hoguera de la sangre
o cuando todo está tan negro
que pienso que mi mano
no va a encontrar ya nunca
la llave de la luz,
grito
o digo
o murmuro
o simplemente callo:
Carmen.
 
Y los humos del odio y miedo se azulan
y una frescura de música me enjuga la frente
y la sombra se va de mi garganta y de mis uñas
y descubro en las calles rostros como campanas
y la vida, cantando, viene a dormirse en mi hombro
y no soy más que un nombre
su nombre
en el fragor del mundo
  
una palabra nueva pronunciada por Dios.

 Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)


11 de marzo de 2024

El adiós, Olga Orozco

El adiós, Olga Orozco
 
 
La sentencia era como esos calcos en que el relieve del amor
deja un vacío semejante a sus culpas.
Me arrojaron al mundo en mi ataúd de hielo.
Una tierra sin nombre todavía corrió sobre este rostro
con que habito en la desconocida:
era la tierra del castigo.
Era la hora en que comienzo a despertar entre los muertos
con la evidencia de un anillo roto,
un vestido de momia desprendido de las vendas del cielo
y un espejo de sal donde puede leerse mi destino.
El porvenir no es nada más que mirar hacia atrás.
 
Debajo de esas nubes desgarradas
hay una casa en llamas
en donde los amantes trasmutaban en oro de eternidad el resplandor de un día,
o tomaban las apariencias de ladrones de pájaros
aprisionando entre los hilos del ocio las metamorfosis de sus propias imágenes.
Hay una luz dorada que hiere hasta las lágrimas;
hay un lecho también
como una barca invadida por el follaje del deseo
-unas hojas carnosas que exhalan el perfume de los más largos viajes-.
 
Y había siempre y nunca
como ahora vueltos de pronto boca abajo.
Corazón repudiado,
animal aterido en uno de los dos costados de tu sangre,
ignorabas entonces que tendrías la forma de un retablo de la creación hecho pedazos,
que alguna vez la noche del adiós te nombraría en voz muy baja
como nombra la soledad a sus testigos,
o como llaman aquellos que se van a los que nunca vuelven.
 
Ahora, de espaldas contra el muro que custodia el guardián de todo nacimiento,
sólo te quedan las apariciones,
el fantasma de un tiempo que gritará contigo en el estanque muerto de algún sueño,
cuando él duerme, tan lejos en su adiós.
Un soborno de plumas para una ley de fuego.
 
Olga Orozco

 

10 de marzo de 2024

En un país que amaba ya estará anocheciendo… Olga Orozco


 
En un país que amaba ya estará anocheciendo… Olga Orozco
 
 
En un país que amaba ya estará anocheciendo.
Coronados por sus mustias guirnaldas,
esos pequeños seres creados cuando la oscuridad
vuelven a poblar con sus tiernas músicas,
a golpear con sus manos de brillantes estíos
ese rincón natal de mi melancolía.
 
Sonríen los inasibles huéspedes,
las criaturas largamente buscadas en las secretas ramas,
en lo más escondido de las piedras,
en la sombra abandonada del que salió de ella eternamente joven.
Desde la lejanía me sonríen.
 
Qué inútiles sus gestos, sus caricias,
cuando algún largo tiempo nos conoce calladamente ajenos,
cuando ya no hay temor por el huyente roce de los muertos que amamos,
ni por el musgo que crece murmurando sobre el corazón,
ni por las voces nocturnas de los que se despiden sollozando:
-¡Yo te esperaré siempre allá, doliente desaparecida!
 
Vosotros,
que habitáis en mí la región desmoronada del miedo,
de las ansiadas compañías terrestres:
¿A qué volvéis ahora
como un sueno demasiado violento que la infancia ha guardado?
 
Apenas si un recuerdo os reconoce,
cada vez más lejanos.
 
Olga Orozco

9 de marzo de 2024

Cantata sombría, Olga Orozco

 

Cantata sombría, Olga Orozco
 
 
Me encojo en mi guarida; me atrinchero en mis precarios
bienes.
Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena juventud por un
huracán de fuego
antes de convertirme en un bostezo en la boca del tiempo,
me resisto a morir.
Sé que ya no podré ser nunca la heroína de un rapto
fulminante,
la bella protagonista de una fábula inmóvil en torno de la
columna milenaria
labrada en un instante y hecha polvo por el azote del relámpago,
la víctima invencible —Ifigenia, Julieta o Margarita—,
la que no deja rastros para las embestidas de las capitulaciones
y el fracaso,
sino el recuerdo de una piel tirante como ráfaga y un perfume
de persistente despedida.
Se acabaron también los años que se medían por la rotación
de los encantamientos,
esos que se acuñaban con la imagen del futuro esplendor
y en los que contemplábamos la muerte desde afuera, igual
que a una invasora
—próxima pero ajena, familiar pero extraña, puntual pero
increíble—,
la niebla que fluía de otro reino borrándonos los ojos, las
manos y los labios.
Se agotó tu prestigio junto con el error de la distancia.
Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la mordedura de los años.
Ahora soy tu sede.
Estás entronizada en alta silla entre mis propios huesos,
más desnuda que mi alma, que cualquier intemperie,
y oficias el misterio separando las fibras de la perduración y
de la carne,
como si me impartieran una mitad de ausencia por apremiante
sacramento
en nombre del larguísimo reencuentro del final.
¿Y no habrá nada en este costado que me fuerce a quedarme?
¿Nadie que se adelante a reclamar por mí en nombre de otra
historia inacabada?
No digamos los pájaros, esos sobrevivientes
que agraviarán hasta las últimas migajas de mi silencio con su
escándalo;
no digamos el viento, que ser precipitará jadeando en los
lugares que abandono
como aspirado por la profanación, si no por la nostalgia;
pero al menos que me retenga el hombre a quien le faltará la
mitad de su abrazo,
ese que habrá de interrogar a oscuras al sol que no me alumbre
tropezando con los reticentes rincones a punto de mirarlo.
Que proteste con él la hierba desvelada, que se rajen las piedras.
¿O nada cambiará como si nunca hubiera estado?
¿Las mismas ecuaciones sin resolver detrás de los colores,
el mismo ardor helado en las estrellas, iguales frases de Babel
y de arena?
¿Y ni siquiera un claro entre la muchedumbre,
ni una sombra de mi espesor por un instante, ni mi larga
caricia sobre el polvo?
Y bien, aunque no deje rastros, ni agujeros, ni pruebas,
aun menos que un centavo de luna arrojado hasta el fondo
de las aguas
me resisto a morir.
Me refugio en mis reducidas posesiones, me retraigo desde mis
uñas y mi piel.
Tú escarbas mientras tanto en mis entrañas tu cueva de raposa,
me desplazas y ocupas mi lugar en este vertiginoso laberinto
en que habito
—por cada deslizamiento tuyo un retroceso y por cada zarpazo
algún soborno—,
como si cada reducto hubiera sido levantado en tu honor,
como si yo no fuera más que un desvarío de los más bajos
cielos
o un dócil instrumento de la desobediencia que al final
se castiga.
¿Y habrá estatuas de sal del otro lado?
 
Olga Orozco


8 de marzo de 2024

Al pájaro se lo interroga con su canto, Olga Orozco

Al pájaro se lo interroga con su canto
 
Hay en algunos ojos esas borras de añil que dejan los crepúsculos
al evaporarse
–un ala que perdura, una sombra de ausencia–
Son ojos hechos para distinguir hasta el último rastro de la
melancolía,
para ver en la lluvia el inventario de los bienes perdidos,
así como hace falta un invierno interior
“para observar la escarcha y los enebros erizados de hielo”
dijo Wallace Stevens congelando el oído y la pupila,
convertido tal vez en el hombre de nieve que contempla la nada
con la nada
y que oye sólo el viento,
sin ningún evangelio que no sea ese sonido único del viento
(aunque tal vez hablara de la más extremada desnudez;
no de la transparencia).
Pero yo sé que cada tiniebla se indaga solamente con la noche que
llevo,
que la piedra se entreabre ante la piedra
de la misma manera que se tantea el corazón con el abismo.
¿Hay alguna otra forma de asomarse hasta el fondo del subsuelo,
el fondo de otra herida, el fondo de otro infierno?
No hay ninguna otra lámpara para reconocer lo próximo, lo ajeno,
lo distante.
Lo atestigua la esquiva intención de la rata chillando entre los
vidrios,
resbalando en la rampa de una impensable luz;
lo proclama la estrella con su remoto código adherido a un temblor,
tal vez a una agonía que ya fue;
lo confirma ese yo que camina contigo y es memoria dondequiera que
olvides,
y ese otro, inabarcable, centelleante,
que le sale al encuentro bajo el agua de las transformaciones,
y a veces ni es persona, ni color, ni perfume, ni huella de este
mundo.
Ambos están tejidos con la sustancia misma del silencio.
Se parecen a Dios en su versión de huésped reversible:
el alma que te habita es también la mirada del cielo que te incluye.
 
 
Olga Orozco


 

6 de marzo de 2024

En el final era el verbo, Olga Orozco

En el final era el verbo
 
Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo para sustituir los jardines
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás
todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.
 
Olga Orozco
 

5 de marzo de 2024

La casa, Olga Orozco


 La casa

 
Temible y aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas nuestras
lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.
 
Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto contenido
hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las que acaso
dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.
 
Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la señal convenida
para restituir cada mirada a su propio destino;
y a través de las ramas soñolientas el primer huésped
de la memoria nos saluda:
el pájaro del amanecer que entreabre con su canto las
lentísimas puertas
como a un arco del aire por el que penetramos a un
clima diferente.
 
Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha
lo mismo que a un disperso jardín que el viento recupera.
Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el halo de la luz
como las mariposas de la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre en los espejos de implacable
destierro,
las flores que murieron por sí solas para rememorar el
fulgor inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin duda a nuestro
paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un
instante del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y envolvente
de un día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre
el aire.
 
Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá de
la tierra.
Mas nosotros sabemos que ella existe, como nosotros
mismos,
por el sólo deseo de volver a vivir, entre el afán del
polvo y la tristeza,
aquello que quisimos.
 
Nosotros lo sabemos porque a través del resplandor
nocturno
el porvenir se alzó como una nube del último recinto,
el oculto, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.
 
Acaso lo sabían ya nuestros corazones.
 
 
Olga Orozco
1946

4 de marzo de 2024

Canción del muchacho asustado, Miguel Angel Bustos

Canción del muchacho asustado
 
Qué golpea
bajo la tierra?
Lejanas bombas
lejanos llantos.
Qué llevan
los vientos negros?
Soles pequeños
átomos inmensos.
Quién me asusta?
El pez herido
la flor enferma.
Qué grito
en la noche abierta?
Ven
y tiembla
corazón
 
Miguel Angel Bustos
 

3 de marzo de 2024

Oleo único, Miguel Angel Bustos

Oleo único
 
Ante el enigma que me representa la vida de un instante, la extraña multiplicación que une las cosas y los hombres, sólo puedo proceder plantándome justo en el filo de todo, tratar de tomar el bulto irradiante de la existencia con el peso exacto del sonido y del color, construir con mi carne y con todo lo que me es exterior estos murales.
Ante todo ver más allá.
Hacer murales con el alma del hombre.
 
 
Miguel Angel Bustos
(Buenos Aires, marzo 1957) De Cuatro Murales, 1957

 
 



 

2 de marzo de 2024

Casa de silencio, Miguel Ángel Bustos


 

Casa de silencio
 
Un niño y un cuchillo, enamorados carne y hierro, buscan en el alma la selva que los salve.
Aromas y llantos boca de hielo sobre cicatriz de pureza. Irá a devorar temblores irá la tierra alzando mares.
Sueño del niño que muere en su Casa de Silencio en el cielo del espanto, hierba de tristeza amor de nadie. 
 
Miguel Ángel Bustos
De : Fragmentos Fantásticos (1965)

29 de febrero de 2024

Luna de Herodes, Miguel Ángel Bustos

Luna de Herodes
 
Si en la noche inmóviles policías sujetan perros de boca en piedra, yo tiemblo. Quiero alejarme no puedo, como en sueños.
Entonces alzo la mano a mi pecho el traspasado. No sea que a lo lejos entre selvas de hueso y aliento salga el aullido de aquel que devora mis entrañas. Y aullando prolongue en los perros guardianes un odio en silencio y dientes, que por milenios me persigue.
 
Miguel Ángel Bustos
 
De Visión de los hijos del mal, 1967

 

28 de febrero de 2024

Elementos, Miguel Ángel Bustos

Elementos
 
Todo lo que ves es simple
unas pocas cosas
unas pocas palabras
el fuego en el agua.
Mi lengua
en tu lengua
el sol es simple.
Tu cuerpo lo cubre.
Tu cuerpo lo aclara.
 
Miguel Ángel Bustos

 


Miguel Ángel Bustos Von Joecker nació en Buenos Aires en 1932. Fue declarado desaparecido por la dictadura militar el 30 de mayo de 1976.
Cursó estudios de Derecho y Filosofía y Letras. Viajó por el norte de su país, Brasil, Bolivia y Perú en una búsqueda de la identidad continental que se refleja mágicamente en poemas y dibujos suyos vinculados al surrealismo y la literatura fantástica. Estaba casado con Iris Enriqueta Alba de Bustos.
Entre 1966 y 1967 el dibujo comenzó a ocupar un espacio tan absoluto como el de su poesía; cuatro de sus libros están ilustrados por él. En 1968 obtuvo el Segundo Premio Nacional de Poesía por Visión de los hijos del mal. Cuatro años después nació su único hijo, Emiliano. Era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Colaboró como crítico literario en las revistas Panorama y Siete Días, y en los diarios La Opinión y El Cronista Comercial. También fue un asiduo colaborador del equipo periodístico que editaba el quincenario político Nuevo Hombre, que, luego de Silvio Frondizi, dirigía Rodolfo Mattarollo.
Fue secuestrado en su domicilio, ubicado en la calle Hortiguera N° 1521 piso 6° departamento "B", de Buenos aires. El 30 de mayo de 1976 a las 22:30 un grupo de personas que se identificaron con unas Tarjetas Amarillas como pertenecientes a la Policía Federal golpearon la puerta del domicilio de Miguel Ángel y su esposa. Luego ingresaron al inmueble entre cuatro y seis personas vestidas de civil, encerraron a Iris en la cocina junto con su hijo Emiliano Bustos, mientras destruían el lugar y tras media hora se fueron llevándose a Miguel Ángel Bustos. No hay testimonio de su paso por un Centro clandestino de detención. Su caso fue tratado en la Causa Primer Cuerpo de Ejército.
En mayo de 2014, el Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó que los restos del periodista y escritor secuestrado durante la última dictadura cívico militar estaban en un sector con once fosas individuales NN del cementerio de Avellaneda, halladas hace 15 años. Los análisis determinaron que Bustos fue fusilado de, al menos, dos disparos en la cabeza en junio de 1976, un mes después de haber sido desaparecido.
 


 

27 de febrero de 2024

Arreglo con frutas e instrumentos de viento, Miguel Ángel Bustos

Arreglo con frutas e instrumentos de viento
 
Naranjos
hasta cuándo serán naranjos las calles del Tigre
y no el corazón de mi amor.
Pulpa de tu tremenda boca la toqué y se me fue por la noche entre
los naranjos volvió para pegarme como la rama más débil
o la ola más fría iniciando la tormenta
Y yo que creí que nos pondríamos juntos en nuestra vida de mil
años.
Trompa apaga la luz que desciendo solo a la ciudad de los
hombres. Apaga lamento de hierro y bronce entre los
naranjos.
Ahí voy lava tu cuerpo y vamos. Ah santa piel joven el mundo
será nuestro.
Silencio con la sorda alegría. Ahora duerme al fin. Clarín
entre los naranjos.
 
Miguel Ángel Bustos
 

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