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Mostrando entradas con la etiqueta José María Castellano. Mostrar todas las entradas
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6 de febrero de 2023

El cabrito, José María Castellano

                                                                                                               
               EL CABRITO
 
A la memoria de Rodolfo Ortiz.       

 
Aquella nublinosa mañana en un destartalado camión Rodolfo y yo llegamos al puesto de su campo de Santa Rita, que esté entre Condorhuasi y Altautina, al pie de una loma bravía, poblado de garabatos espinosos y rastreras chéguaras puntiagudas. Milagro de Dios fuese caminar por esas serranías tan solo cien pasos y no espinarse hasta sangrar.
El motivo expresado del viaje era la necesidad de mi amigo de echarle una mirada a sus vacas, pero el tapado comer un cabrito rociado con algo de vino. Nos anunció y recibió el agudo coro de los perros, a manera de saludo campesino, hasta que apareció Merlo, el puestero, que nos estaba esperando. Próximo al rancho se advertía una fogata chisporroteante vigilada por dos niños. El hombre nos saludo cortés y parcamente. Merlo es delgado, reseco como el paisaje,
con cuerpo fibroso como vara de jarilla, de cara huesuda, bigotes singularmente claros y patilla prócer. Hay esquividad en su mirada tímida, y al sonreir se derrama por su rostro el candor de un alma triste.
Rodolfo y el puestero charlaron un rato sobre vacas, pariciones, novillos, y convinieron sobre una próxima yerra. Finalmente callaron, se miraron en silencio y se entendieron. Entonces Merlo llamo a los niños y les hablé con palabra juiciosa y confidente. Les indicé que atrapasen un cabrito de la veintena que había encerrados en las ruinas de lo que hubo de ser la última habitación del rancho que, por no tener techo, servía de corral a los mamones. Saltaron dentro por un vano donde quizá. alguna vez una ventana lo ocupaba. Allí principiaron a retozar fraternos con los animalitos. Urgidos, pillaron uno cualquiera.
Era el único de pelo chasco, renegrido y lustroso. El cabrito forzaba zafarse de los brazos infantiles, balando lastimero. Acaso presentía...
Lo alcanzaron por el pedazo de la pared más derruido.
Una vez salidos del corral, sin que se les ordenase, como si fuese una costumbre con sabor a rito, corrieron en busca de un facón de filo cortante y de una fuente grande. Mientras tanto el hombre había llevado a su víctima bajo la ramada. Sentándose en cuclillas, la inmovilizo tomándola de las patas con ambas manos. El cabrito se contrajo arqueando el lomo y tornando a balar. Puede que clamara por su madre. Luego calló y comenzó a suspirar con espasmódicos
resoplidos, mientras los perros excitados por los balidos y por la inusual actividad rondaban curiosos.
Así se abrió un compás presagiante en el cual se escuchaban los resuellos de la víctima, el crujido de la chala que comía un caballo y la crepitación del fuego. Al volver los niños con el arma de acero bruñido sustituyeron a Merlo. Este, libre de las manos, le palpo el cogote al cabrito con parsimonia de cirujano. Aquellas toscas palmas terminaron el examen con blanda caricia a manera de despedida.
Luego, quizá ansioso por su sino de verdugo de un capullo, de improviso le hundió el cuchillo en la garganta que, jabonoso, se deslizo como culebra.
Hubo un doloroso gemir y un manantial do sangre broto salvaje acompañado de ásperos y sordos ronquidos, cálido y humeante chorro que llenaba el fuentón. La sangre surtía y surtía con intensidad intermitente, al ritmo de una respiración entrecortada y gemebunda.
El cabrito revolviase, desesperado, impotente, ante la mirada curiosa de los niños que lo apretaban con fuerza. Los perros, fija la vista en la sangre, movían la cola vertiginosamente.
Un gato, arriba, encogido en el sobrante de Ia cumbrera, relamía su bigote.
La herida continuaba vertiendo.
Todo parecía teñirse de rojo, menos los ojillos de la víctima, entornados hasta casi quedar blancos. De cuando en cuando hipaba, arrancando exclamaciones a los niños. Únicamente Merlo estaba retraído vuelto sobre si mismo, en aquella escena donde el ritmo vital de la gente y animales allí convocados a esa ceremonia primitiva y bárbara, se acercaba a expensas de una muerte. A mí se me antojaba que el sacrificado expiaba la culpa de haber nacido en un paraje tan bello, agreste e impregnado de paz.
En ese momento el rojo, pincelaba las expresiones, las cosas y hasta el aire mismo.
—Ta muy sangriento esta maula.
Nueva cuchillada y crujieron los huesos.
Se escuchó entonces un roncar sordo - quizá postrer ensayo de un balido - y en la mirada del cabrito se durmió la luz de la vida.
Ya casi no manaba sangre. Luego estiró las patas con total distensión. Brevísimo temblor le recorrió el cuerpo. Se produjo el estertor final.
Después...iNada! Había muerto.
El degollador limpió el facón sobre el lomo del animal. Los niños retiraron la fuente llena de un coágulo temblante.
Alzó Merlo al cabrito y lo puso sobre un tronco. La cabeza cayó hacia atrás mostrando la herida enorme. Finos hilos sanguinolentos comenzaron a descender por la corteza. Un perro los lamié con fruición; otro mes atrevido hizo lo mismo con la herida.
—iSalgan, che!—, les gritó enérgico el matador, dándoles un planazo con el facón.
Alejados los perros colgó al cabrito sobre la viga costanera dela enramada y comenzó a  cuerearlo con habilidad consumada.
Resonaron sordamente los primeros tajos. Abierto el vientre se vio la carne. Habló para si Merlo:
— No está muy gordo. Esté. apenas... apenas...
En breve tiempo al rasguear del facón siguió un sonoro quebrantamiento de huesos y, envueltos en una nubecita vaporosa, comenzaron a caer las tibias entrañas, algunas de las cuales Merlo arrojó a los perros hambrientos. El gato, sin duda por temor a los colmillos de aquellos, no bajó, y comenzó a maullar lastimero.
Poco a poco el cuero se fue desprendiendo y cayendo hasta casi tocar el suelo. Cuando lo sacó totalmente y quedó limpia, monda la cabeza, los ojos de la víctima, antes suaves y tiernos, se veian enormes, desorbitados, como una visión febril, semejante a la impresión que dejan en el alma de los niños los cuentos de ultratumba.
Merlo, mirando esos despojos con candor caviloso de poeta, musitó:
—¡Pensar que era tan bonito!
Y sonrió con su sonrisa triste.
 
José María Castellano
-1954-

 

 

 

 


 

5 de febrero de 2023

Homenaje al escritor José María Castellano a cargo de Beatriz Tombeur y José Luis Colombini. 05/09/2014

 



Homenaje al escritor José María Castellano a cargo de Beatriz Tombeur y José Luis Colombini. (video)


Con motivo de cumplirse el primer aniversario del fallecimiento del gran Escritor José María Castellano y en homenaje al gran narrador de Traslasierra, los Profesores Beatriz Tombeur y el Gestor Cultural José Luis Colombini expusieron un breve análisis sobre su obra, abordando dos aspectos: La narrativa e historia y tradición, en sus textos, el acto se llevó a cabo en el Salón del Colegio de Escribanos el día 5 de septiembre de 2014. Sarmiento 217 Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. El evento estuvo auspiciado por el “Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento” y la “Junta Municipal de Historia de Villa Dolores”


4 de febrero de 2023

El chivo de las Uliarte (Carta), José María Castellano




 

EL CHIVO DE LAS ULIARTE (Carta)
 
Querida comadre:
 
Esto lo escribo para usted, que espero que San Cayetano no me la desproteja y que ande bien de salud, igualmente de amores. . . con su marido, ¡por supuesto!, como también ruego que esté sanito mi ahijado que ya veré crecidito y emplumándose por los encuentros delanteros y, de ser así las cosas, andará hondeando palomitas. Si de esos afanes se ocupa, aflójele la rienda. Déjelo que aprenda a hacer buen uso de lo que Dios le dio para diferenciarlo de las mujeres, por nos libre el Cristo de Renca de que le suceda lo mismo que al personaje del verídico que le voy a contar.
A lo que sigue me lo contó un "don" ¡hace años!, un día íbamos en sulqui ya no me acuerdo donde.
Se dio en oportunidad que comentaba el próximo casamiento de un familiar , un solterón mas desabrido que caldo de choclo, cumplidor de los diez mandamientos, muy especialmente del sexto, solterón que a la fecha no conocía el rastro de cabra, que jamás hizo trotar la vizcacha, es decir que llegaba inexperto y casto al matrimonio, igualito que don Virgencita, Su Señoría.
Disculpe, comadre, no me tome por zafado y boca suelta. Si hay alguien a quien respeto es a usted, ¿sabe... ?
El caso es que para el lado del Bajo, póngale San Vicente, La Concepción o en Las Toscas, para el caso es igual, vivían en santa paz tres niñas, pero de las "niñas" de antes, de esas mujeres mas maduras, que alguna vez merecieron varón que les echara una zancadilla entre los yuyos, lo que nunca ocurrió, y se quedaron para vestir santos en lugar de vestir niños.
Estas abajeras, conocidas como las Niñas Uliarte, un tranco antes de la vejez, por miedo a la soledad se amucharon en un rancho de cierta jerarquía campesina, revocado con cal y con cocina de fierro.
Dado su condición y forzada virtud el cura de San Pedro las nombro algo así como fideicomisarias de una Virgen del Carmen, no de las de bulto, sino de las vestidas. Un típico exponente de la imaginería criolla.
¡Viese como se amuchaba la gente en ese rancho en ocasión del mes de María! Las dueñas dirigían las devociones durante ese lapso.
Se desempeñaban como sacerdotisas vicarias del cura italiano de San Pedro.
Para el día de la Inmaculada que usted bien sabe, comadre, cae el 8 de diciembre, una vecina les regalo un cabrito de la parición reciente, blanquito, bonito y gordito, para que con su carne pascuasen en la Navidad cercana.
_ Llego la fecha y las Niñas Uliarte, ¡tantísimamente buenas!, de corazón más blando que miga de pan recién horneado, llegado el momento no se animaron a cortarle el pescuezo al  animalito.
— ¡Pobrecito! Mejor lo criamos.
Eso dijo una y las otras asintieron. Dicho y hecho. Durante unas semanas le dieron leche con una mamadera improvisada, trabajo que fueron dejando a medida que el cabrito comenzó a pastear. El animal comenzó a crecer mansito, mimoso y querendón. Para suerte de todos los perros de la casa lo aceptaron como a un camarada mas.
Las Niñas Uliarte estaban más que satisfechas. Creían honradamente haber hecho una obra de bien que les seria recompensada por el Supremo Juez y con ello amortizarían algún comprensible y cándido mal pensamiento.
Como es natural al niño de la casa pronto comenzaron a  asomarle lo cuernitos. Y al llegar el noviembre siguiente festejaron su natalicio regalándole un cencerro. Se lo ataron el cogote muy emocionadas con un lacito de cuero crudo mandando a trenzar especialmente. Para la ocasión los cuernitos se estaban convirtiendo en astas.
Pocos meses más, para asombro de sus dueñas, poco restaba de aquel cabrito, blanco y tierno como el cordero pascual, dado que comenzó a remanecer en un chivato garboso, medio confianzudo, que de puro macho y carismático acaudillaba a los perros. Cuando ladraban, ese taita los apoyaba con un balido ecudo, resonante, mismo que pitara tabaco criollo.
¡Chivo lindo e inteligente! Le faltaba hablar para ser cristiano.
Vea, mi comadre, si en lugar de un meee... ! hubiera , por ejemplo, balado algún sonido parecido a "mama" , le juro que las Niñas Uliarte le hubieran consultado al cura si era licito bautizarlo. Como no todo es virtud y belleza, algo de olor chivatuno comenzó a desparramar.
Para aplacar un poco el tufo todas las mañanas y cuando recibían visitas lo rociaban con agua de albahaca. Se lo trataba como al hombre de la casa.
¡Viese las barbas que echo! Sin querer faltarle el respeto a las Sagradas Escrituras, creo que el mismísimo patriarca Abraham se las hubiera envidiado. Y ya que andamos por el Antiguo Testamento, si el chivo hubiera tenido mujer, - ¡perdón!-, quise decir cabra, su descendencia hubiera sido tan numerosa que cerros enteros habrían estado cubiertos por caprinos blancos. A tal patriarcal atributo se lo peinaban todos los días. En los domingos, en las fiestas de guardar y en los días patrios se las enrulaba con una pinza de alzar brasas prudentemente calentada al rescoldo. No exagero, comadre. El amor es ciego usted sabe muy bien, mi cuma. Se comprende con solo mirarle la cara a su marido... y ¡disculpe!
El tiempo fue pasando. A un año siguió otro, y otro, y otro. . . las Niñas Uliarte comenzaron a envejecer en serio y el animal, si bien comido y tratado, siete noviembres no le habían pasado en vano. Un chivo de esa edad, disimule la mala comparanza, es más o menos como un hombre de cincuenta años. (Vea qué casualidad: la misma edad del pariente de mi compañero, el que iba a casoriarse. Ese que no conocía lo que le dije al principio.)
A pesar de esa vida regalona y bien aforrada, casi todas las tardes, al caer la oración, se echaba bajo un tala grande que había cerca de las casas, y se quedaba pensativo, como filosofando. Las niñas al verlo así se afligían, preguntándose preocupadas qué le pasaría al mimoso.
Si el chivo les hubiera podido explicar, cosa que al parecer intentaba porque las olisqueaba tupido y a veces las cargoseaba dándoles hocicazos cerca de las partes femeninas, que el tenía una añoranza, una necesidad que le nacía de muy adentro, y que muchas noches en sus sueños se le aparecían cabritas saltarinas que retozaban entre los poleos, las matas de peperina o de yerba buena y todas las flores fragantes que hay en el campo, que se le arrimaban y refregaban su cuerpito tibio en sus paletas o en el costillar. Intentaba
franquearse con las niñas, pero era nada más que un chivo. Le brotaba solo un ¡meee. . . ! lastimero y en el que había algo del bufido del toro de aspas caidas, el marido do todititas las vacas do los cercos.
iViese qué torazo y que manera de ejercer! ¡Era de admirar, mi cuma, como se comportaba con las vacas! Un día le tocaba a una y el otro a otra, y las vaquitas muy satisfechas y ¡meta parir terneritos. . .! El chivo observaba los ejercicios amatorios del toro y en sus ojos aparecía algo como un ramo do envidia. Las niñas lo advirtieron.
Usted que es mujer sabe que el hembraje es como rayo para pialar esas situaciones. Entonces cuando calculaban que el toro se iba a poner atropellador porque alguna esposa le menudeaba las ancas cerca del hocico, encerraban al regalón para que no recibiera malos ejemplos y no tuviera de esos pensamientos de juventud que acarrean remordimientos de conciencia.
Si, comadre, si... El chivo cincuentón y virgo siguió envejeciendo, pero las cabritas de sus sueños no. Hasta se había puesto más arrempujadoras y se le acostaban una de cada lado, mordisqueándole las orejas. Cuando eso sucedía, el chivo se levantaba muy nervioso y, enderezándose sobre las patas traseras, ponía las delanteras sobre el pecho de las niñas. Estas buenas mujeres se entumecían al verlo tan cariñoso para saludar y dar los buenos días.
Mi cuma, dejemos a un lado la afectividad filial para con las patronas y seamos claros en cuanto al problema existencial del patriarca. Entiéndame bien: nunca, nunca, nunquita, jamás de los jamases, ese varón, no digo olido, ni siquiera visto una cabra de carne y hueso.
Rengo, rengo, pero vengo. . ., como se dice. Al final todo se da y lamentablemente hasta la muerte. Si me llega a mi primero le encargo una novena. No se olvide.
Ocurrió que una tarde un paisano del lado de El Medanito, en una época do seca y en busca de mejores pasturas, venia arreando por el camino una majadas de chivas tan flacas que se les podía contar las costillas. Se semejaban al arpa del maestro Maldonado, ese amigo mío de Las Tapias, al casado con la señora Jorja, esa doña del Pozo de la Pampa. El padrillo consorte de la tal majada era un desvencijado chivato que de puro viejo y averiado ya había perdido un cuerno. De tan arruinado que estaba era el último de aquella procesión.
¡Qué no le digo que el tal arreo de andrajos venia en derecera de la casa de las Niñas, meta balar de hambre y levantando nubes de guadal justito a la hora en que nuestro chivo solterón filosofaba bajo el tala. Cuando vio el tierral, sintió el tropel y, sobre todo, cuando escuchó los balidos, se le hizo un nudo en la garganta. Se enderezó bravío y paro las orejas. También pestañeo fuerte y medio le entro un mareo o cosa parecida, mas enseguidita se repuso. Mismito semejaba un centinela alertado por el toque del clarín.
El arreo se acercaba cada vez más. El tierral se espesaba y los balidos se escuchaban claritos como el canto del gallo a la madrugada.
El filósofo abandono sus pensamientos y tranqueo hasta un bordo para divisar mejor esa inesperada novedad. Allí carraspeó para componer el gañote que se le había resecado de golpe, porque sospechaba que algo importante venia llegando.
Cuando los viajeros estaban como a una cuadra, el corazón del chivo entro a corcovear y a la distancia de un tiro de piedra las distinguió, ¡vaya si las vio!, y conoció por vez primera, no a las
cabritas de sus sueños, si no a las mendigas del arreo, pero cabras al fin. ¡Peor era chupar arena!.
Luego el viento le trajo un aroma que lo aflojo, lo desvencijo por dentro.
¡Cuanto asombro! ¡Qué alegría! ¡Que emoción!
Balo fuerte, pero tan fuerte, que las niñas muy sorprendidas salieron en tropel a averiguar qué pasaba. Lo capujaron en el acto. Y, cosa rara, cuma, a ellas, a las tres, se les amontonaron de golpe aquellos pensamientos que en sus lejanas juventudes solían tener cuando veian pasar a algún criollo joven y bien montado. De a una comenzaron a exclamar implorantes:
—¡Santo Dios!
—¡Santo Fuerte!
—¡Santo inmortal!
—Libranos Señor de todo mal!—, corearon las tres .
Vieron rondar alrededor del regalón al fantasma de la tentación.
Esperaron que ocurriera un milagro. Que, por ejemplo, apareciera San Jorge, santo jinetazo, y que desde su zaino con la lanza atravesara al Maligno. Una, la más renitente, suplicó
—¡Jesús te detenga, Satanás!—
Mientras, ese arreo ya pasaba frente a las casas. Entonces sucedió lo increíble. El regalón, el chivo de las Niñas, con una agilidad y fuerza desconocidas, salté de un brinco el cerco de ramas y se acercó resuelto a las viajeras con intenciones muy claras. Horrorizadas las santas mujeres observaron que el macho de la majada no salía a defender sus derechos conyugales. Despavoridas se persignaron porque el adulterio era inevitable.
El chivo se acercó a la cabra que tenia más cerca y la entró a olfatear desde el hocico hacia atrás: cabeza, cogote, arpa del costillar, ancas y . . ., al llegar al encuentro trasero, justito en el lugar donde Dios tajea el sexo a los animales hembra de cuatro patas, no se sabe ni se sabrá nunca si el chivo, acaso por acostumbrado al agua de albahaca, le desagradó y asqueó el perfume que de allí salía o de lo contrario —lo que mucho colegimos— le gustó y ¡muchísimo!.
El hecho es que el recio varón de las Niñas Uliarte ahí nomás blanqueo los ojos, echó la cabeza para atrás, se guastó al suelo, estiró las patas y, sin decir ni siquiera un ¡meee. . .! quedé seco, muerto, ni que un rayo lo hubiera partido. Así de grande y repentino fue elsincope que le dio de purita emoción.
¡Lo que es el destino!
Reciba saludos de su compadre que mucho la estima.
 
José María Castellano
-1986-

 

3 de febrero de 2023

El tic Tac, José María Castellano

EL TIC-TAC
 
¿Se acuerda, amigazo, de Pedro Bulla?
Si es muy pichón y todavía esté emplumando, probablemente no, porque resulta que Pedro se fué de Villa Dolores hace como veinte años. Endilgó para la ciudad de Córdoba y allí ancló, para
perderse entre la riada de gente siempre apurada que trota por las calles.
Nos dejo de a poco. Primero se alejo, tomando distancia.
Después, a ese alejamiento le añadió tiempo. Se fué del todo. Se fue para siempre. Se murió Pedrito, llevándose su vozarrón, y, con él, sus dicharachos, ocurrencias y pintorescas exageraciones.
Contados por Pedro con su voz ecuda todos, absolutamente todos los lances de su vida fueron singulares y, muchas veces, insólitos. Y, si alguien dudaba de su palabra, le refregaba por la cara un testigo de fierro: el finado Servando, su tío, que estaba enterrado en el cementerio de San Pedro, que allí fuera el incrédulo y sin prejuicios ni ceremonia alguna preguntara al muerto.
Entre sus mas memorables hazañas se halla aquella de su juventud, cuando trabajaba aún con su padre.
Un otoño le encargé que arreara una punta de vacas desde Chancani hasta la estancia cercana a Chuna. Como la hacienda estaba flacona por la escasez de pasto, no había que exigirla mucho.
Así las cosas, y como la distancia entre los dos lugares suma mas leguas que dedos de las manos, ayudado por dos peones, salió una madrugada de esa yesca que es Chancanl y se vino por el camino costero a las lomas que apuntalan la Pampa de Pocho.
A mediodía, mientras daba un resuello y bebida a la tropa en una represa, mandé encender una fogata a la sombra de un algarrobo para echar medio costillar sobre las brasas y despenar tres botellas de vino.
Mientras asaba la carne entraron a conversar. Mejor dicho, solo hablo Pedrito de muchas y de cualquier cosa: del senador, de las cabras de doña Celaudina, de una maestrita que andaba caroneando para que perdiera las cosquillas. En fin, de todo un poco, pero muy especialmente de su reloj de bolsillo de plata, de los de doble tapa, del que por ser herencia do su abuelo nunca se desprendía y orgulloso mostré a los peones ponderando sus excelencias.
Comido el costillar y ultimadas las botellas, se acostaron un rato sobre los cojinillos a descabezar una siestita.
Cuando despertaron el sol comenzaba a bajar y reiniciaron la marcha.
Al llegar a la estancia hacia el anochecer, Pedro se bolsiqueó para ver la hora. ¡Cuál no sería su asombro, angustia y dolor, al comprobar que el muy ladino del reloj lo había abandonado! ¡0 se le había perdido? Para Pedro daba lo mismo. El reloj faltaba. Había dejado do ser un apéndice de su cuerpo. No son de repetir las zafadurías que le enjareté a las vacas, al azulejo que montaba, al camino y todo cuanto le rodeaba, con el agravante de que el eco devolvía, amplificadas, las dos o tres últimas silabas de cada desbocamiento. Los peones y, sobre todo, la hija del puestero trataron de calmarlo.
Cuando so aplaco su colera cayo en honda pena. Quedose triste por mucho tiempo y lucio pañuelo negro al cuello en señal de duelo.
—¡Que reloj, mi amigo! ¡Que perdida¡ Si es para llorar...
Paso el invierno con sus fríos, la primavera con sus flores y el verano con sus solazos y, precisamente, al otoño siguiente, ni que fuera cosa del Uñudo, su padre le encargo otro arreo entre Chancani y la estancia. Fue algo así como si una espina de penca le enconara de nuevo su dolor, ya casi cicatrizado: inconscientemente se palpo el bolsillo..., ¡pero el reloj no estaba!
Esta vez el arreo no era de vacas, sino de una tropilla de mulas chúcaras, labor más peliaguda. A mediodía llegó a la misma represa, acompañado por los mismos peones, reiterándose el asado y la bebida consabida. Pedrito echaba sus parrafadas no dando tiempo a sus compañeros ni siquiera para estornudar. Pero él si, él estornudo fuerte como fuelle de herrero. Mientras componía el apero de su nariz, el silencio, sin el vozarrón de Pedro, parecía más espeso, como si se pudiera tocar.
Cuando los peones esperaban que el monologo continuase, vieron sorprendidos que el patrón, enmudecido, prestaba atención a algo que ellos no veían ni oían en cambio Pedro sentía, percibía, oía, un suave golpeteo que venía desde abajo: tic-tac... tic-tac... tic-tac...
El corazón le latió como garganta de chelco. Rápido como saludo de tero escarbo la tierra con el cuchillo y, cuando el hoyo alcanzaba como medio palmo, ¿a qué no sabe quién estaba muy
orondo? ¡El reloj, señor! ¡El reloj de plata perdido un año atrás cuando churrasqueo en el otro arreo. Todavía marchaba y para no desacreditar el dueño marcaba la hora exacta.
Ah..., ¿no me cree?
Entonces vaya, ¡vaya...! al cementerio de San Pedro y pregúntele al finado Servando, el tío de Pedro que allí está enterrado.
Le contestara que le he contado la pura verdad. Palabra de Pedro.
 
José María Castellano
-1985 —

 

2 de febrero de 2023

La broma, José María Castellano


 LA BROMA
 
Cerca de Pozo de La Pampa, en campo abierto, a orillas del camino vivía de prestado en un rancho muy tosco y casi de la caridad publica un viejo miserable, a quien no se le conocía familia ni allegado alguno. El hombre era tan pobre que ni siquiera un perro tenía con eso esté dicho todo.
Un mal día cayó muerto frente al ranchito. Por suerte un vecino lo vio. Aviso a otros, y todos se conmiseraron con la situación de ese ser abandonado.
Los caritativos deliberaron qué hacer. Resolvieron construir un cajón con los precarios medios habientes, pues ellos también eran pobres, y velarlo esa noche para enterrarlo al día siguiente. La caja mortuoria resultó tan rústica y modesta como para quien iba destinada.
La llevaron al ranchito, acomodaron dentro al muerto y a esa carga mortuoria pusieron sobre el camastro. Como todo el mobiliario de la vivienda era solo la cama, una mesita, dos sillas y un banquito, trajeron otro largo para que en él se sentaran quienes esa noche velarían al muerto, dado que con campesina solidaridad varios así lo deseaban y voluntariosos se ofrecieron. Compraron cuatro bujías de estearina que acoplaron en el pico de sendas botellas y, como no
había donde, las colocaron sobre la tierra cerca de cada pata de la cuja.
Colgado de la cumbrera, un farolito a querosén iluminaba la escena con luz amarillenta y mortecina. Las paredes sin blanquear devoraban así toda la mezquina claridad que brindaba. El conjunto era sonbrio, deprimente, misérrimo.
Los hombres del acompañamiento se sentaron y, después que unas mujeres de manto negro hincadas rezaron un rosario y otras oraciones, decidieron matear para acortar la noche.
En cierto momento uno dijo:
     Che, la noche esté muy fría.
Qué opinan si compramos una botella de ginebra y así nos entonamos un poco?
— Buena idea.
— Romualdo, vos que andas bien montado, ¿te animás ir al boliche y traerla? -
— Y bueno.
Entre todos aportaron el dinero necesario y partió el comedido.
De pronto uno de los que quedaron se inspiró:
— Muchachos,
le hagamos una broma a Romualdo.
— ¿Cuál?
—Escuchen: sacamos al muerto y lo sentamos en el banco grande y le ponemos el sombrero
aludo y el poncho del Faustino. El Faustino se mete en el cajón y dejamos una silla desocupada que dé espaldas a la cama. Con la poca luz que hay no se dará cuenta, sobre todo porque las velas alumbran desde abajo. Después, cuando el Romualdo vuelva, que el Fausto le dé un susto según se presenten las cosas.
Así hicieron.
En la penumbra, con el muerto semisentado en el banco con el sombrero alas anchas y el poncho y el otro dentro del cajón, el truco no se advertía.
Volvió el mandadero.
— Bueno, aquí está la ginebra... Voy a destaparla.
Lo hizo y tal como lo habían previsto, se acomodo en el único asiento libre, la silla cuyo respaldar tenia detrás al cajón.
— Y bien, me toca darle el primer beso —, dijo Romualdo.
Llevo la botella a la boca y bebió dos tragos largos.
Entonces Fausto se enderezo y desde atrás le dio una palmada amistosa en el hombro, mientras le decía el con voz cavernosa
     a mí no me convidas, che?
El Romualdo en el primer instante no advirtió lo insólito de la situación, pero cuando al volver la cabeza vio que quien suponía cadáver pedía un trago, gritó:
¡Nooo...! ¡Eso no puede ser...!—,
y salió huyendo a toda carrera.
Los bromistas se agolparon en la puerta y comenzaron a llamarlo:
— ¡Volvete, Romualdo! ¡Volvete! ¡Todo ha sido una broma!
¡Veni! Volvete...!
Pero el Romualdo seguía corriendo despavorido. Entonces, preocupados, lo siguieron, alcanzándolo como a las diez cuadras, enredado en unos matorrales, mientras mascullaba con voz temblorosa:
— ¡El muerto...! ¡El viejo...! Ginebra...! ¡Ginebra...! ¡El muerto!
Desde ese día en adelante siguió repitiendo, monocorde como un disco rayado, las mismas palabras.
Había enloquecido.
 
José María Castellano
-1989-

1 de febrero de 2023

Beatriz Tombeur hablando de Jose Maria Castellano

 Beatriz Tombeur hablando de Jose Maria Castellano
 
Homenaje con motivo del Día del Escritor a los sres. poetas: José María Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra en el marco de la celebración del 50º Aniversario de la creación del "Encuentro Internacional de Poetas Oscar Guiñazú Álvarez".
Sala de Arte del Teatro Municipal, Villa Dolores, Capoital de la poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Organizó Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento
16 de junio de 2011

31 de enero de 2023

Eres Tierra, José María Castellano

 ERES TIERRA
 
Anoche la luna
para ti
derramó estrellas,
y, polen de luz: luciérnagas…
Amor, eres ciruela,
fruta soleada
de muchas siestas.
Frutilla eres
sabor a gleba.
 
Porque así eres, mujer,
cálida hembra,
donde ara y siembra
pétalos la diamela
con sueño de luna llena.
Anoche supo tu beso
a rosas y madreselvas.
 
Eres tierra,
seda
y risa de castañuelas.
 

Jose Maria Castellano

JOSE MARIA CASTELLANO

 

Nació en la ciudad de Villa Dolores, Cba., el 2 de febrero de 1924.
En 1945, crea en diario “Democracia” de la ciudad de Villa Dolores una sección Humorísticas denominada “La lechuza”, donde escribió hasta 1955
En 1949 la Universidad Nacional de Córdoba le confiere el titulo de Notario y se registra como Escribano Publico en Villa Dolores. En 1982, se jubila para dedicarse a la literatura.
En 1993 publico su primer libro “Desde Traslasierra: tradiciones, relatos, estampas y una carta”. Hacia 1995, en un concurso de narrativa, la SADE filial Cba., le otorga la Primera Mención. Ha publicado además: En 2000 la novela “Réquiem por el árbol” ; en 2006 “Desde Traslasierra II: El viejo burro... y algo más”;  en 2009 “Poemas de San Javier”

Falleció en septiembre de 2013


8 de marzo de 2016

Homenaje a Jose Maria Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra

Video del Homenaje del 16 de junio de 2011., con motivo del Día del Escritor a los sres. poetas: José María Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra en el marco de la celebración del 50º Aniversario de la creación del "Encuentro Internacional de Poetas Oscar Guiñazú Álvarez".
Sala de Arte del Teatro Municipal, Villa Dolores, Capoital de la poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Conducción del acto Lily Nardi
Organizó Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento

Homenaje a Jose Maria Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra

Beatriz Tombeur Habla sobre la persona y la obra de Jose María Castellano
Mónica Fornés deja palabras sobre Osvaldo Guevara 
Entrega de recordatorio
Inés López traza una semblanza sobre Rafael Horacio López
Entrega de recordatorio
Rafael Horacio López lee sus poemas A un olivo en la ciudad y Padre de oficio verdadero
José Luis Colombini presenta a Alejandro Nicotra
Entrega de recordatorio
Palabras y anécdotas de Osvaldo Guevara
Palabras y anécdotas de Rafael Horacio López y lectura de su poema Cuando los abuelos falten.
Alejandro Nicotra leyendo y explicando los poemas: Venus, Las Avenidas y El pan de las abejas
Osvaldo Guevara leyendo su texto El escritor
Tomas Senczyna (Tenor) canta Barco quieto de Maria Elena Walsh

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