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4 de febrero de 2018

Pequeño compendio de historia del futuro, Jacques Sternberg

Pequeño compendio de historia del futuro, Jacques Sternberg

 
1980
Para vengar con algún retraso la humillación sufrida en 1940, Francia declara la guerra a Alemania. Cuatro jóvenes franceses y dos alemanes responden a la orden de movilización general. La paz es firmada al día siguiente.
 
1981
Una máquina de calcular infalible prueba de forma perentoria que en realidad no puede ser más que el año 1051. Se admite el error, pero para no embrollar las cuentas no es rectificado.
 
1982
El tiempo de la máquina de finalidad negativa ha llegado. La máquina de ensuciar las calles para dar trabajo a los parados conoce un enorme auge. El aspirador-escupidor de polvo es exigido por todas las amas de casa realmente apasionadas por su trabajo.
 
1983
Un cohete enviado a Marte con dos pasajeros vuelve a caer en la Tierra y se pierde en un continente desconocido, desierto, y más vasto que el Brasil. Los navegantes protestan y discuten.
 
1984
Los hombres de negocios son equipados, a gran costo, con un ingenioso dispositivo que les permite ganar realmente tiempo: algunos minutos cada veinticuatro horas, tiempo que es automáticamente convertido en dinero líquido.
 
1985
Una secta de científicos moralizantes pone a punto un aparato que cumple las funciones de conciencia y fulmina al menor delito. Los científicos pagan con su vida este invento, que desaparece misteriosamente antes de poder ser comercializado.
 
1986
El problema de la polución, que conoció un cierto auge en los años setenta, vuelve a estar a la orden del día. Con una cierta fuerza de percusión. En efecto, se constata que la edad media del hombre apenas supera los treinta años. Salvo en Nueva York, donde desde hace ya más de diez años que las bicicletas han reemplazado a los coches, prohibidos en un radio de 50 kilómetros. Si se quiere salvar a la humanidad, hay que reaccionar. Y se reacciona fuertemente. Es puesta a punto una bomba antipolución que debe sanear la atmósfera tras estallar sin causar ningún daño material. La bomba A.P. es experimentada con éxito en el Sahara. No tan solo ha eliminado a todos los microbios, sino que ha devuelto al cielo y a la tierra su pureza original.
 
1987
Animados por esta experiencia perfectamente concluyen-te, se lanza una lluvia de bombas por sobre todo el planeta, todas al mismo tiempo. Los resultados son concluyentes: todo rastro de polución es destruido, los habitantes de la Tierra están indemnes y, aparentemente, en perfecta salud.
Un único inconveniente que nadie había previsto: ningún ser vivo, ningún hombre, es ya capaz de emitir el menor pensamiento.
 
1988
El espectáculo en la Tierra es bastante desolador: miles de millones de seres vagan, privados de recuerdos, de memoria y de toda iniciativa, en medio de una civilización intacta con la que no saben qué hacer. Ya no saben dónde viven. Ya no saben quiénes son. Ya no saben qué hacer con sus manos o con su futuro. Ya no saben nada. Se han convertido en alucinados maniquíes de carne, más vulnerables que los animales, puesto que se hallan menos armados por la naturaleza.
 
1989
Un joven sacerdote emprendedor que estaba dedicado a la pesca submarina en el momento de la explosión de las bombas se ha salvado milagrosamente de los efectos de la bomba A.P. Sigue en plena posesión de sus facultades y de su fe. Decide regenerar a las ovejas perdidas, es decir a sesenta millones de franceses. Inculcarles la fe.
 
1990
Lo consigue fácilmente. En algunos meses, millones de simples de espíritu se convierten en excelentes cristianos. Pero nada más. No saben hacer otra cosa que rezar balbuceantemente, entonar cánticos, y creer sin saber exactamente en qué creen.
 
1991
El sacerdote, que se ha autonombrado oficialmente Papa de Francia, intenta un golpe maestro, que le va a resultar fatal, haciéndose pasar por el Mesías. Y para demostrarlo espectacularmente llega a materializar, a los ojos de sus simples fieles, el alma humana. Es una sorpresa bastante imprevista: el alma humana se presenta bajo la forma de una babosa larvaria que tiene a la vez elementos de sapo, de langosta y de mosca gigante. Más aterrados por esta aparición que ante una tormenta, los fieles se arrojan sobre el cura-papa y lo echan como pasto al alma humana, que se lo zampa de un bocado. Luego vuelven a caer en un alelamiento total. Exactamente igual al que conocen todos los demás habitantes de la Tierra.
 
1992
El hombre ha perdido no tan solo todo el sentido de la iniciativa, toda veleidad, sino que ha perdido igualmente el uso de la palabra, se ha vuelto miope, amorfo, casi sordo. La mortalidad es aterradora, ya que come todo lo que cae en sus manos, mal protegido por un instinto animal perdido hace tanto tiempo. La Mayor parte de los seres humanos duermen ahora quince o veinte horas al día. No se despiertan más que para arrastrarse como sonámbulos en busca de cualquier alimento, tragarlo, y digerirlo en un semisueño.
1993
Afortunadamente, el problema de la superpoblación ha quedado igualmente resuelto: hace algunos años la natalidad es nula. Los seres humanos ni siquiera piensan en tener reacciones sexuales. Todos se han convertido en unos débiles sexuales. Y en este plano se revelan igualmente como muy inferiores a los animales. La Tierra no cuenta más que con mil millones de habitantes, si se les puede llamar así.
 
1994
Las ciudades matan más que nunca. Se están estancando en un terrible enmohecimiento que nadie sabe ya contener. Además, las provisiones disminuyen irreductiblemente, aunque parezcan inagotables. Incluso aunque el hombre moderno se contente ahora con una sola frugal comida a la semana, tal como es el caso.
 
1995
El Gran Éxodo empieza: los hombres, unos tras otros, abandonan las ciudades, se arrastran hacia el verdor, hacia el campo. Huyendo al ralentí de la podredumbre que se desprende de los cadáveres que nadie se preocupa de enterrar, huyendo al mismo tiempo de los almacenes cuyas reservas están a punto de agotarse para siempre.
 
1996
Desinteresándose de todo, el hombre ni siquiera se da cuenta de la proliferación de las hormigas en las ciudades.
Parecen venir del subsuelo y lo atraviesan todo, remontando a la superficie de los parquets de los apartamentos.
 
1997
Ya no hay hombres en las ciudades. Todos han emigrado hacia los campos y los bosques, las costas y las montañas.
Ya no se producen suicidios, pero miles de seres mueren cada día porque ya ni siquiera tienen la voluntad de seguir buscando algo con qué subsistir.
Los supervivientes viven aislados, eternamente solitarios. La Mayor parte de ellos se sepultan bajo montones de ramas que utilizan para confundirse con el suelo.
Como contrapartida, oficialmente, las hormigas abandonan la naturaleza y despliegan una desbordante actividad en todas las ciudades.
Las hormigas lo dejan también todo tras ellas, pero en cambio salen ganando, ya que se lanzan al asalto de la civilización técnica y comercial que el hombre acaba de abandonar.
Millones de tribus toman en efecto posesión de las ciudades. Jamás luchan entre ellas. Por el contrario, parecen cooperar, y se podría admitir que están persiguiendo un fin bien definido.
 
1998
Se trata, efectivamente, de un fin bien definido. Las hormigas parecen tomar el relevo y utilizar lo que el hombre ha abandonado.
Con una feroz obstinación, las hormigas se afanan en los laboratorios, como si buscaran, ante todo, comprender algunos misterios químicos.
 
1999
Finalmente lo han comprendido, hallando lo que estaban buscando: las hormigas consiguen aumentar de tamaño artificialmente.
Su estatura alcanza ya los sesenta centímetros.
Las más dotadas aprenden a andar sobre dos patas.
Aprenden también a servirse de los múltiples restos que han quedado de la pasada civilización de la humanidad.
 
2000
Ya no queda ninguna duda. Las hormigas son catapultadas por una oscura fuerza que se ríe de todas las dificultades. A menos que admitamos el azar y sus derivados, parece existir realmente una intervención divina en su potencia de acción sin límites.
Ya no hay ningún misterio. Hay que admitir el increíble esperado desde hace tantos siglos, el nuevo Mesías ha descendido a la Tierra. Pero es una hormiga.
Ha galvanizado a sus hermanas, les ha dado un alma, la voluntad de actuar y la fuerza ciega de los creyentes.
En una palabra, hay que aceptar la impensable verdad: las hormigas tienen fe. En nombre de esta fe, electrizadas, se lanzan ciegamente al ataque de este mundo de simples de espíritu que el hombre ha dejado tras él.
 
2001
Maravilladas de estupor y alegría ante tantos nuevos utensilios, las hormigas aprenden a servirse de un lápiz, de una paleta, de un compás, de una palanca, de un paraguas, en pocas palabras, de los millones de objetos que caen entre sus patas. Su altura alcanza ahora el metro veinte. Parecen estabilizarse en este tamaño. Pero su fe es más alta que la del hombre.
Y siendo más ágiles, más flexibles y más resistentes, las hormigas realizan con una destreza infinitamente Mayor que la del hombre los mil gestos tradicionales de la vida cotidiana.
 
2002
¿Puede hablarse todavía de los hombres que a veces pueden descubrirse en las madrigueras de los campos? ¿Puede llamárseles todavía seres humanos? No son más que larvas humanas. Se han vuelto sordos, mudos, casi ciegos. Todos ellos han perdido sus dientes, sus uñas, sus cabellos. Sus rasgos parecen cerrarse como cicatrices. Viven como enormes topos, casi paralizados, atrofiados, más grises ya que el suelo en el que parecen hundirse para camuflarse. Se alimentan de raíces, de gusanos de tierra, de hojas secas. Pueden beber el agua estancada de cualquier charca sin el menor peligro de enfermedad.
En cuanto a las hormigas, evolucionan como virtuosas en su nuevo mundo. Crean oficinas, comunicaciones, bancos, centros administrativos, y reinventan, a una cadencia acelerada, todas las maravillosas instituciones primarias que los hombres erigieron a través de muchos siglos.
Las hormigas cuentan ya en dólares, y tanto el comercio como la industria funcionan sobre esta base.
Naturalmente dotadas, habiendo sido socialistas y habiéndose convertido además al cristianismo, las hormigas no pierden un segundo, ya que ignoran tanto la pereza como la pasión de dormir.
En efecto, cada veinticuatro horas tan solo toman una hora de sueño. Es decir que muy pronto alcanzarán la civilización que hubiera alcanzado el hombre en el siglo XXI.
Con la religión, las hormigas han tomado consciencia de una moral, y de la forma más natural del mundo han rein-ventado el uso de la reverencia, las prisiones, la guillotina, el asesinato, la conciencia profesional, las leyes y los reglamentos y, por supuesto, el servicio militar.
La divisa del nuevo mundo de las hormigas es, en efecto: «Trabajo, Oración, Patria». Los riesgos de fracaso o de golpe de estado parecen despreciables: ninguna hormiga tiene sentido del humor.
 
2003
Sin embargo, algunas hormigas, más privilegiadas, leen, se convierten en auténticas intelectuales, y llegan a pensar en el mundo de los hombres, el de los años setenta por ejemplo, y se dicen: «Aquellos eran buenos tiempos».
Un germen de nostalgia está naciendo. Porque hay que decir que los tiempos son duros para las hormigas. El dólar es difícil de ganar, los salarios son muy bajos, y los subsidios familiares no existen. Los horarios de trabajo están fijados inflexiblemente en veintidós horas diarias. En los presidios se trabaja veintitrés horas diarias. El servicio militar ha sido establecido con una duración de tres años, lo cual es muy largo, ya que las hormigas no han conseguido prolongar su vida más allá de los seis años.
Además, el código penal se ha endurecido: una falta profesional en una oficina, una distracción en la misa o una ausencia, incluso con un pretexto válido, traen consigo automáticamente la pena capital.
Y las compensaciones están reducidas al mínimo. Las hormigas no han vuelto a abrir ni los cines ni las discotecas ni los teatros. Estiman que se trata de una pérdida de tiempo inútil, y consideran los espectáculos como una injuria a la moral. Sin embargo, hay una hora de televisión cada día, consagrada a la retransmisión en diferido de la misa obligatoria de la mañana.
Incluso aunque nunca se llega a la revuelta o a la huelga sistemática, los comités de vigilancia represiva se ven obligados a redoblar su vigilancia, ya que se descubren, aquí y allá, casos aislados de rebeldía, de mal ánimo. Algunas hormigas empiezan, no solamente a pensar, sino a hacer comparaciones, a trazar planes, a soñar con otro futuro. Todas no parecen creer ciegamente en un Dios de bondad que no les reserva más que un infierno en la Tierra y nebulosas promesas después de la muerte.
 
2004
Se ha fundado un clan secreto de hormigas marxistas. Niegan la existencia de Dios y consideran que el P.C.H. -el Partido Cristiano de las Hormigas, único partido en el poder- no piensa más que en explotar a las hormigas.
 
2005
El clan se ha convertido en un partido clandestino que agrupa en realidad a millones de hormigas dispuestas a todo. El clan tiene sus jefes, sus subjefes, sus espías, su imprenta. Fabrica sus propias armas. Tiene su bandera y sus siglas: el P.M.U., Partido Marxista Unificado. En la sombra, erige el programa de un mundo futuro basado no ya en la explotación de la hormiga por la hormiga, sino en el trabajo, el sudor, la lucha de clases para la prosperidad del partido.
 
2006
El primer acto de violencia estalla al descubierto, en plena noche de Navidad: una ristra de hormigas-obispo es barrida a golpe de metralleta al pie del altar.
El P.C.H. no sabe a quién arrestar, cómo lanzar su acción de represalias. Este ejército de las sombras se les escapa. Funda unidades de combate y de choque agrupados bajo el emblema de la U. D. R.: Unión Draconiana de Revanchistas. Todos los miembros del clero se convierten al mismo tiempo en jefes de una policía secreta.
 
2007
Pero esta sed de represalias llega demasiado tarde. No hace más que enloquecer a las hormigas aún vacilantes, que se unen por millones a las filas del P.M.U.
Y en primavera estalla una guerra civil de gran violencia. Se la llama Guerra de Secesión. Las hormigas marxistas son más numerosas, pero las cristianas están mejor armadas y sus cuadros están formados por un ejército mercenario. La lucha es feroz y mortífera.
 
2008
Un grupo de hormigas-ingeniero del P.M.U. encuentra los planos de un bombardero. Consiguen construir un primer avión. Luego un segundo. Construyen igualmente una o dos bombas.
Los dos aviones lanzan su cargamento de dos bombas sobre el cuartel general del P.C.H. Es el pánico. El P.C.H. capitula una hora más tarde.
 
2009
Acusado de alta traición, el Mesías Hormiga es crucificado en una colina de las afueras de la capital.
Los miembros más importantes del P.C.H. son juzgados y condenados a muerte. En los circos, son entregados a los osos hormigueros gigantes.
 
2010
Se limpian las ruinas, se reconstruye. Se anuncia una nueva Edad de Oro. Todo un pueblo vive en el entusiasmo de trabajar todavía más duro que en el pasado, propulsado hacia adelante por la exaltación de vivir para el futuro del partido. Un partido que se ha escindido ya en dos grupos: el antiguo Partido Marxista de las Hormigas y el P.S.U., Partido Segregacionista Unificado. Pero por el momento se mantienen en el estricto campo de la polémica y de las injurias.
 
2011
El acontecimiento que esperaban los hombres desde hacía tantos siglos llega finalmente: procedentes del espacio, los marcianos desembarcan en la Tierra.
Milagro: son hormigas gigantescas, como habían previsto los peores autores de ciencia ficción.
- ¡Hermanas, hermanas! -gritan al unísono las hormigas marcianas y las hormigas terrestres.
 
2012
Un año más tarde estalla una guerra sin cuartel entre las hormigas marcianas y las terrestres. Las hormigas marcianas, más evolucionadas y mejor armadas, no tienen apenas problemas para conseguir una aplastante victoria que no deja ningún superviviente entre las terrestres. Las marcianas ocupan la Tierra, lo cual no cambia nada, ya que no traen a nuestro planeta nada nuevo. Ellas creen también en una civilización de trabajo, de disciplina, de superproducción y de sacrificio absoluto por Marte, su patria.
 
2013
La Tierra es rebautizada y se convierte oficialmente en el planeta Marte Bis. Está bajo el régimen de un protectorado independiente.

En pocas palabras, todo esto causa multitud de cadáveres, y las larvas humanas que todavía subsisten en la Tierra agradecen este final. En efecto, comer hormiga se ha convertido para ellas no tan solo en un plato exquisito, sino en su único placer.


 Jacques Sternberg

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