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30 de septiembre de 2016

La anciana y el gallo, Leopoldo “Teuco” Castilla

La anciana y el gallo 

La anciana en cuclillas
tiene la misma altura que el gallo
que tienta un paso, cerca,
sin saber si ella es gente
                                               o leña.

Todo se ha derrumbado en la mujer,
menos los ojos clavados
en un antiguo porvenir.

Algo ha emboscado al tiempo
que no cesa
ni mueve esa balanza.
Algo espantó la naturaleza
de estas dos criaturas
feroces y exactas.

No queda nadie en el mercado de Rantepao.
La noche no oscurece al gallo, su hora alerta.
Ni a su enemiga:
la vieja que está y no está allí
fija
    mirándolo
                        desde el último día.


Leopoldo “Teuco” Castilla

(De “Durián")

29 de septiembre de 2016

Intruso en una aldea de Laos, Leopoldo “Teuco” Castilla

Intruso en una aldea de Laos

Ya te están midiendo.
Te van a apagar el fulgor y la insolencia.
Bebes de su agua y el agua te desconoce.
Se ataranta el humo de sus chozas
y esa mujer desnuda se moja con una luz de guerra.
Qué haces en la aldea
rompiendo la hora del que miraba,
sus lugarcitos temblando,
                             su viejo nacimiento.
Si no te difuntan es por lástima
a ese pájaro ojoso
que te sostiene, insolado, en un cielo ajeno.
Ni gastan palabras. Así como has entrado,
perderá el oído tu camino.

Que los niños te persigan con piedras,
que las piedras te persigan,
que te expulsen,
que te arranquen la sombra, la tentación y el cuchillo.

Sólo así,
            desamparado,
                                   se mira el desamparo.     


Leopoldo “Teuco” Castilla

De Bambú (2004)

28 de septiembre de 2016

Sobre el amor, Leopoldo “Teuco” Castilla

Sobre el amor
              
No creas que tu amor
depende de ti o de ella
de lo que sienten o ven o sueñan
hay metales, movimientos
campos de fuerza cuya acción no
empieza nunca
actos virtuales
que te despedazarían

en algún lugar
esas materias
esos instantes que contienen lo universo
libran una batalla

                              los que se aman
                              han sobrevivido.


Leopoldo “Teuco” Castilla 

27 de septiembre de 2016

Dar la palabra, Leopoldo "Teuco" Castilla

Dar la palabra

La palabra luna, árbol, río, caballo
tan reales
que verán mi muerte.
Y mi muerte tan irreal
que nunca nos veremos.

¿He visto sólo las palabras del mundo?
Pétalos que caen en la oscuridad
fallecidos
de luz mía
y no hombres, animales, objetos ni planeta,
sólo un lento deshielo de mis ojos.

La imagen
             manchándome de sangre
y el pensamiento
             de humo
                         humano.

Todo el silencio, en voz alta,
del hueco
              donde estaba dios.


Leopoldo "Teuco" Castilla
De: El amanecido (2005)

26 de septiembre de 2016

Rafael Horacio López, Café Literario 17/09/2001 coordina Omar Yubiaceca (Jorge Omar Altamirano)

Video del Café Literario del 17 de Septiembre de 2001 coordinado por el poeta y gestor cultural Omar Yubiaceca (Jorge Omar Altamirano) en La vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.

Omar Yubiaceca  (Jorge Omar Altamirano) lee Sobre la poesía de Juan Gelman
Poeta invitado Rafael Horacio López, relata textos suyos, poemas y cuenta vivencias personales

25 de septiembre de 2016

Rafael Horacio López lee Tú risa de Pablo Neruda

Rafael Horacio López lee Tú risa de Pablo Neruda.
Video Ciclo Literario 2015, Lecturas en Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento, Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Jueves 4 de Junio de 2015.


Tu risa, Pablo Neruda

Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.

No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mi todas
las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.

Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca

porque me moriría.

24 de septiembre de 2016

5, Rafael Horacio López

5

Los padres son siempre
el barrio
la esquina que tanto frecuentamos
la mano cariñosa
que espanta nuestros miedos,
las agresiones
He estado lejos de ellos
pero cerca de sus aspiraciones duras como un baldío
ellos son responsables de que yo pueda ser feliz
en mis pequeñeces
en los mínimos afectos
Lejos de números vacíos
mirando siempre a las hojas arrugadas
de las viejas parras
que aspiran a descifrar, como yo,
el idioma tan extendido del olvido.

Rafael Horacio López

De tronco Pueblo Viejo (Abril 2014)

23 de septiembre de 2016

4, Rafael Horacio López

4

Voy caminando las sombras
de los talas, piquillines.

Un día me fui
Pero volví
como en un sueño largo
Sin embargo
ya nada era igual, todos habían partido
ignorando la leche de los choclos,
las vainas generosas de los algarrobos,
la huella delatora de los pumas.

Voy caminando
Recordando a la dorada luna
que allá en mi infancia
iluminaba mi camino de palabras:
mi vocación de pájaros azul
me acercó a la riqueza de la rima.

Mi madre me miraba y me dejaba hacer.
Mi padre caminaba los cuchillos
de una humilde herencia
y los caminos amargos
de los vinos largos. Y seguí caminando
como un toro "herido, la noche de los algarrobos,
de los quebrachos y piquillines.

Rafael Horacio López

De tronco Pueblo Viejo (Abril 2014)

22 de septiembre de 2016

3, Rafael Horacio López

3

La vida es difícil hoy.
En el umbral de aquel pestílente mercado
un niño veía pasar hojas,
las frutas...
La vida es difícil hoy.
Le sonríe a la mujer que vuelve
contando las monedas
con su delantal ya verde
de hojas largas,
el niño le sonríe a la esperanza
desde el umbral de su miseria.
La vida es difícil, hoy,
parece decir
aquel umbral vacío de gorriones
aquel umbral sin oídos

para la mirada de un niño.

Rafael Horacio López
De tronco Pueblo Viejo (Abril 2014)

21 de septiembre de 2016

2, Horacio López

2

Me gustaría que alguien dijera de mí
"Fue un hombre de palabra”

De sencillez inhumana quiero mis vestidos,
          pero claro
          es necesario conocer el mar
          para después pintarlo entre las nubes.

Mientras tanto
          seguiré soñando
          en mi casa de humildad severa
aunque lejos
de ser un hombre de palabras.

Rafael Horacio López

De tronco Pueblo Viejo (Abril 2014)

20 de septiembre de 2016

I, Rafael Horacio López

1

Amenizando las hojas en verde
con palabras maravillosas
el ángel de la luz organiza el poema del día
              Las transgresiones aquí,
              las transformaciones allá,
o entre ambas
una sonrisa
iluminando
el vacío
que siempre existe
             entre una palabra y otra.


Rafael Horacio López
De tronco Pueblo Viejo (Abril 2014)

19 de septiembre de 2016

Osvaldo Guevara anécdotas sobre la vida, el Humo y palabras que más usan algunos escritores.


Osvaldo Guevara anécdotas sobre la vida, el Humo algunas palabras que más los algunos escritores. Leyendo Mudanzas de Lope de Vega y hablando de la palabra humo en sus poemas. Video poético del Café Literario del Jueves 10 de Junio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Humo y coordino la velada Adrián Salagre.

18 de septiembre de 2016

Rapsodia en blue, Osvaldo Guevara

Rapsodia en blue, Osvaldo Guevara

Un negro sopla una trompeta larga
como las tiras de su piel.
sopla y sopla una trompeta roja
como el algodón del sur
que se tiznó en su sangre
y se empapó en su noche, para siempre.
Un negro sopla una trompeta blanca
como la hoguera de su risa.
Sopla y caen medallas.
Sopla y antiguos látigos se pudren.
Sopla
y una primavera furiosamente dulce
reparte flores negras sedientas como su boca
entre hombres de color, entre hombres de dolor,
entre niños de corazón descalzo,
entre oscuras mujeres de vientres luminosos.
La música del negro es más clara que el llanto.
Tiene fiebre de selva, amanecer de selva.
Tiene pisadas de ciudad,
maullidos de ciudad,
y ojos y uñas y besos de ciudad.
Tiene un amor tan húmedo y feroz
que la agazapada sonrisa del blanco retorna a su cubil
agazapada
acusada por ese son eterno.

Osvaldo Guevara

De Para que me entiendan bien (1975)

17 de septiembre de 2016

Músicas, Osvaldo Guevara

Músicas
 
Era el cuervo de Poe
inmóvil en el alba
a contraluz
sobre la rama más aguda
del árbol otoñal
ya sin hojas
finísimo.

Una agorera oscuridad
amedrentando los azules trémulos
era el pájaro.

Hasta que su canción
lo volvió la transparencia
manantial diamantino.

Y se alumbró de músicas el día
meciéndose al unísono
la sangre
con el latir del sol
el respirar del aire
los números del trino.

 Osvaldo Guevara



De Sin pena en la palabra, Edición de Autor (Código Gráfico), Villa Dolores, Córdoba, Argentina, 2007

16 de septiembre de 2016

Nosotros, Osvaldo Guevara

Nosotros

Ella y yo
ciertos días:
dos enfermos con sed
sobre la sal del mar
en el fondo de un bote a la deriva.

Osvaldo Guevara. De Sin pena en la palabra, Edición de Autor (Código Gráfico), Villa Dolores, Córdoba, Argentina, 2007

15 de septiembre de 2016

Osvaldo Guevara reflexionando sobre el arquetipo del hombre y leyendo era su risa y Don Chávez Lustrador poemas de su autoría

Osvaldo Guevara reflexionando sobre el arquetipo del hombre y leyendo era su risa y Don Chávez Lustrador poemas de su autoría

Videopoético del Café Literario del Jueves 18 de Marzo de 2010, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue EL HOMBRE y coordino la velada y el debate Gabriela Bayarri.

14 de septiembre de 2016

El ejecutor, Osvaldo Guevara

EL EJECUTOR

Suena el timbre y simultáneamente sube por la escalera un cacareo asustado. Desciendo, y al abrir la puerta de calle veo una bolsa de arpillera, la mano que la sostiene y por último una cara satisfecha. Un hombre al que días atrás redactara una carta para él imposible, me trae una gallina “criada de campo”, como sabe que le gustan a mi esposa. El patio de mi casa, un cuadrilátero embaldosado sin otra tierra que la de las macetas, no resulta propicio para que el animal viva suelto la antesala de su muerte. Y en tanto suspendo a las gallinas por las patas atadas, llego a la conclusión de que lo peor será dejar transcurrir el tiempo y de que el único ejecutor disponible soy yo. Mi esposa y mi hija duermen aún –si bien avanzada la mañana del domingo- y el más leve sufrimiento de un animal las conmueve hasta las lágrimas.
A salvo de testigos indiscretos, tomo a la prisionera por el pescuezo y acciono circularmente mi mano inexperta como dando manija a un automóvil rígido. Los cacareos estrellan sus petardos trémulos en mis tímpanos y decrecen luego hasta extinguirse en un silencio crispado que calma la atmósfera invernal. Cumplida la fúnebre faena, acuesto a mi víctima sobre la bolsa de arpillera que me impresiona como una caída capucha de verdugo. El plumaje encrespado se extiende sobre el cuerpo inerte a la manera de esas fundas piadosas con que la policía suele arropar a los cadáveres. Respiro hondamente. Pero descubro, desolado, que la gallina tiene los ojos abiertos y que hay vida en ellos. Es más, me miran, opacos, terribles. Permanezco irresoluto, como parado en un camino de cornisa, con la gallina a mis pies, infausto trofeo. Me faltan fuerzas para rematarla. Nunca he dañado a un animal, grande o pequeño. Tal vez algún vecino querría auxiliarme. Pero, ¿cómo presentarme a él con mi pedido irrisorio? Sería la comidilla del barrio. Acorralado, me resuelvo. Revoleo nuevamente el cuerpo tibio y convulso. La gallina se resiste a morir. Sus ojos no se cierran. El pescuezo quema mi mano como una llaga.
Sintiéndome observado, vuelvo la cabeza; en el vano de la puerta de la cocina, que da al patio de mi hazaña, infantil y somnolienta, con un breve temblor que quiero atribuir a sus pies descalzos, se dibuja mi hija. ¿Qué habrá alcanzado a ver? Sé que nunca olvidaré la forma en la que me está mirando.



Osvaldo Guevara

13 de septiembre de 2016

Osvaldo Guevara presentando el Libro de Tomás Barna. Exploraciones, Embriagueces, Extasis

El escritor Osvaldo Guevara presentó a Tomás Barna, cultor de diversos géneros literarios, traductor y viajero cosmopolita. La cita fué el viernes 23 de octubre de 2009  a las 21, en el Instituto de Cultura Inglesa Cambridge de la ciudad de Villa Dolores, y Guevara se refirió al libro de ensayos titulado “Exploración, embriaguez, éxtasis” de Tomás Barna.-
El acto estuvo organizado por el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento.
Expositor de dicción impecable, cálido estilo y vigorosa expresividad, Barna se ha presentado en otras oportunidades en esta ciudad dictando conferencias y presentando obras de su autoría.-
Este libro incluye ensayos sobre Kafka, Neruda, Rimbaud, Mallea y Lugones, ocupándose asimismo de otros autores de nuestro país, como Osvaldo Guevara.
Durante su residencia en París por 24 años cumplió una actividad cultural intensa, como difusor, periodista y estudioso de escritores y artistas del nuevo y el viejo mundo.

12 de septiembre de 2016

Cerca de mí, Horacio Preler

Cerca de mí

Cerca de mí,
todo está cerca de mí.
Los libros de la vitrina,
las hojas en blanco
y las reminiscencias de la noche.
Cerca está la vida despojada,
los recuerdos que estructuran el alma
y la mirada que partió.
Cerca, muy cerca está la lluvia,
la solitaria lluvia.

(De “Aquello que uno ama”, 2006)

Horacio Preler

11 de septiembre de 2016

Memoria de la muerte, Horacio Preler

MEMORIA DE LA MUERTE

Saber que morimos, ésa es la duda final
de la existencia. Morir hacia caminos de esperanza,
la última palabra decisiva modelando epitafios
y la voz de la golondrina verde del verano.
Saber que el tiempo es un aliado de la muerte
depositando sus retoños,
acumulando reseñas de quebrantados nombres.
La muerte, con su consigna total,
reconcentrada en su dominio inexpugnable,
dominadora de las horas,
plenitud del alma ya inexistente.
Y después esta vida,
así, crujiendo en el honor o la nostalgia,
la vida sin valor y sin memoria
enorme aposento sin emblema dilatando el espacio
con tibios escalones.
La muerte detiene cada día la hojarasca o la voz,
pequeña lámpara que asesina sin culpa
como una amante en una tarde oscura del invierno.
La muerte como una cotidiana materia
que dibuja su solitaria imagen,
llamado incipiente que se desnuda como un hueso,
un esqueleto húmedo y vacío, cortejando la luz,
entregando a la aurora su habitante final.
La muerte general en su ilimitada mansedumbre
y su teñida voz,
que se entrega una vez a la respuesta inalcanzable
legada a la última algarabía del verano,
la íntima plegaria
que cabe en el dedo unánime del tiempo.

Horacio Preler

(De Oscura Memoria, 1992)

10 de septiembre de 2016

La hierba, Horacio Preler

La hierba

Hierba, hermana,
te vi crecer en el invierno y el otoño,
en la primavera y el estío.
Tu color era desigual
y tu costado, leve.
Había un hoyo en nuestra casa
y en él ahogábamos a los visitantes.

Hierba, hermana de la noche,
crecida hacia el mismo lugar,
forma de amar,
tiempo donde la semilla húmeda,
fustigada por la mentira,
soñaba hasta la madrugada.

Hierba, hermana mía,
lo oscuro te pertenece.

Horacio Preler
(De “Silencio de Hierba”, 2003)

9 de septiembre de 2016

Casa vacía, Horacio Preler

Casa vacía

Alguien alguna vez hará el inventario de las cosas,
levantará papeles, abrirá los cajones de un escritorio
antiguo, revisará bibliotecas, estanterías,
muebles, aparatos usados, buscando explicación
a tanta fantasía.
Nada perdurará para dar testimonio.
Uno se lleva todo. Sus historias,
la clave de sus miedos, la lóbrega codicia,
la indiferencia, el odio,
los almanaques viejos.
Entonces encontrarán escobas en todos los rincones,
trapos de piso, humedad,
los restos de comida que han quedado en el plato.

(De Lo real, nuestra casa, 1991)
Horacio Preler 

8 de septiembre de 2016

Intrusión, Horacio Preler

Intrusión

Una palabra desconocida andaba por la casa.
Poseía un poder absoluto sobre las cosas:
podía romper espejos
y destruir la ventana opaca de la materia.
Hablaba de piedras de percepción
y discurría hasta el amanecer
en una lengua primitiva.
Descubrió paisajes delineados en la oscuridad
y tomó apuntes de una realidad innecesaria.
Finalmente encontró
el principio elemental de lo desconocido,
aquello que escapaba al límite de la razón.


Horacio Preler

7 de septiembre de 2016

Zona de entendimiento, Horacio Preler

Zona de entendimiento

A veces pensamos que la soledad
es una cosa que podemos manejar
como si fuera una materia inerte.
Vemos la claridad desde la ventana
mientras la brisa mueve las cortinas.
El perro duerme debajo de la silla
y las horas pasan
como un ciego tanteando las baldosas.
En la mesa se amontonan libros y papeles.
Entonces nos acomodamos en un rincón
y buscamos imágenes de un paisaje ignorado.
Todo el silencio regresa de la calle
y se sitúa en la casa.
Nada se mueve, nadie habla.
La tarde es un atajo,
una zona de entendimiento
que nos mira desde la eternidad.


(De Zona de entendimiento, 1999)

Horacio Preler

6 de septiembre de 2016

La rejilla, Horacio Preler

La rejilla

Limpiamos el agua que ha caído
la noche anterior
y con ella viene la basura
acumulada en el patio.
El agua sucia corre
y en la rejilla queda la resaca,
los focos de infección,
la hierba ya podrida
mientras otra agua
desciende sola hacia la tierra.

(De La razón migratoria, 1977)

Horacio Preler 

5 de septiembre de 2016

La Cartomancia, Olga Orozco

 LA CARTOMANCIA, Olga Orozco

Oye ladrar los perros que indagan el linaje de las sombras,
óyelos desgarrar la tela del presagio.
Escucha. Alguien avanza
y las maderas crujen debajo de tus pies como si huyeras sin cesar y sin cesar llegaras.
Tú sellaste las puertas con tu nombre inscripto en las cenizas de ayer y de mañana.
Pero alguien ha llegado.
Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos
donde ya no eres más que una bujía desgarrada,
una luna invadida debajo de las aguas por triunfos y combates,
por helechos.

Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:
a tu derecha el Ángel,
a tu izquierda el Demonio.

¿Quién llama?, ¿pero quién llama desde tu nacimiento hasta tu muerte
con una llave rota, con un anillo que hace años fue enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una bandada de aves?
Las Estrellas anuncian el cielo del enigma.
Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara a cara
porque su luz es de otro reino.
Y aún no es hora. Y habrá tiempo.

Vale más descifrar el nombre de quien entra.
Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar mariposas.
Es el huésped de siempre.
Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.
No preguntes quién es. Tú lo conoces
porque tú lo has buscado bajo todas las piedras y en todos los abismos.
y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:
un poema en que todo fuera ese todo y tú
—algo más que ese todo—.
Pero nada ha llegado.
Nada que fuera más que estos mismos estériles vocablos.

Veamos quién se sienta.
La que está envuelta en lienzos y grazna mientras hila deshilando tu sábana
tiene por corazón la mariposa negra.
Pero tu vida es larga y su acorde se quebrará muy lejos.
Lo leo en las arenas de la Luna donde está escrito el viaje,
donde está dibujada la casa en que te hundes como una estría pálida
en la noche tejida con grandes telarañas por tu Muerte hilandera.
Mas cuídate del agua, del amor y del fuego.

Cuídate del amor que es quien se queda.
Para hoy, para mañana, para después de mañana.
Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y espadas.
Su gloria es la del Sol, tanto como sus furias y su orgullo.
Pero jamás conocerás la paz,
porque tu Fuerza es fuerza de tormentas y la Templanza llora de cara contra el muro.
No dormirás del lado de la dicha,
porque en todos tus pasos hay un borde de luto que presagia el crimen o el adiós,
y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te fue destinada.

¿Quieres saber quién te ama?
El que sale a mi encuentro viene desde tu propio corazón.
Brillan sobre su rostro las máscaras de arcilla y corre bajo su piel la palidez de todo solitario.
Vino para vivir en una sola vida un cortejo de vidas y de muertes.
Vino para aprender los caballos, los árboles, las piedras,
y se quedó llorando sobre cada vergüenza.
Tú levantaste el muro que lo ampara, pero fue sin querer la Torre que lo encierra:
una prisión de seda donde el amor hace sonar sus llaves de insobornable carcelero.
En tanto el carro aguarda la señal de partir:
la aparición del día vestido de Ermitaño.
Pero no es tiempo aún de convertir la sangre en piedra de memoria.
Aún estáis tendidos en la constelación de los Amantes,
ese río de fuego que pasa devorando la cintura del tiempo que os devora,
y me atrevo a decir que ambos pertenecéis a una raza de náufragos que se hunden sin salvación y sin consuelo.

Cúbrete ahora con la coraza del poder o del perdón, como si no temieras,
porque voy a mostrarte quién te odia.
¿No escuchas ya batir su corazón como un ala sombría?
¿No la miras conmigo llegar con un puñal de escarcha a tu costado?
Ella, la Emperatriz de tus moradas rotas,
la que funde tu imagen en la cera para los sacrificios,
la que sepulta la torcaza en tinieblas para entenebrecer el aire de tu casa,
la que traba tus pasos con ramas de árbol muerto, con uñas en menguante, con palabras.
No fue siempre la misma, pero quienquiera que sea es ella misma,
pues su poder no es otro que el ser otra que tú.
Tal es su sortilegio.
Y aunque el Cubiletero haga rodar los dados sobre la mesa del destino,
y tu enemiga anude por tres veces tu nombre en el cáñamo adverso,
hay por lo menos cinco que sabemos que la partida es vana,
que su triunfo no es triunfo
sino tan sólo un cetro de infortunio que le confiere el Rey deshabitado,
un osario de sueños donde vaga el fantasma del amor que no muere.

Vas a quedarte a oscuras, vas a quedarte a solas.
Vas a quedarte en la intemperie de tu pecho para que hiera quien te mata.
No invoques la Justicia. En su trono desierto se asiló la serpiente.
No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado,
porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.
Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde el amanecer
y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos
con espadas, con oros y con bastos.
Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.
Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de párpados de escamas.
La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago azul en tu garganta.
Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.
He aquí que los Reyes han llegado.
Vienen para cumplir la profecía.
Vienen para habitar las tres sombras de muerte que escoltarán tu muerte
hasta que cese de girar la Rueda del Destino.

Olga Orozco


4 de septiembre de 2016

Para Hacer un Talismán, Olga Orozco


Para Hacer un Talismán, Olga Orozco

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!


Olga Orozco

3 de septiembre de 2016

El adiós, Olga Orozco

EL ADIÓS

La sentencia era como esos calcos en que el relieve del amor
deja un vacío semejante a sus culpas.
Me arrojaron al mundo en mi ataúd de hielo.
Una tierra sin nombre todavía corrió sobre este rostro
con que habito en la desconocida:
era la tierra del castigo.
Era la hora en que comienzo a despertar entre los muertos
con la evidencia de un anillo roto,
un vestido de momia desprendido de las vendas del cielo
y un espejo de sal donde puede leerse mi destino.
El porvenir no es nada más que mirar hacia atrás.

Debajo de esas nubes desgarradas
hay una casa en llamas
en donde los amantes trasmutaban en oro de eternidad el resplandor de un día,
o tomaban las apariencias de ladrones de pájaros
aprisionando entre los hilos del ocio las metamorfosis de sus propias imágenes.
Hay una luz dorada que hiere hasta las lágrimas;
hay un lecho también
como una barca invadida por el follaje del deseo
-unas hojas carnosas que exhalan el perfume de los más largos viajes-.

Y había siempre y nunca
como ahora vueltos de pronto boca abajo.
Corazón repudiado,
animal aterido en uno de los dos costados de tu sangre,
ignorabas entonces que tendrías la forma de un retablo de la creación hecho pedazos,
que alguna vez la noche del adiós te nombraría en voz muy baja
como nombra la soledad a sus testigos,
o como llaman aquellos que se van a los que nunca vuelven.

Ahora, de espaldas contra el muro que custodia el guardián de todo nacimiento,
sólo te quedan las apariciones,
el fantasma de un tiempo que gritará contigo en el estanque muerto de algún sueño,
cuando él duerme, tan lejos en su adiós.
Un soborno de plumas para una ley de fuego.



Olga Orozco

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