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24 de febrero de 2016

Un temblor en el aire. Un viaje de poder, Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Un temblor en el aire. Un viaje de poder, Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

UN TEMBLOR EN EL AIRE

UN VIAJE DE PODER
Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)


Cuando conocí a don Juan, yo era un estudiante de antropología bastante dedicado, y quería dar principio a mi carrera como antropólogo profesional publicando lo más posible. Estaba decidido a ascender los grados académicos, y según mis cálculos, había determinado que el primer paso era coleccionar material sobre los usos de las plantas medicinales de los indios del suroeste de los Estados Unidos.
Primero, le pedí consejos sobre mi proyecto a un profesor de antropología que había trabajado en ese campo. Era un etnólogo de fama que había publicado extensamente durante los años treinta y cuarenta sobre los indios de California, del suroeste y de Sonora, México. Escuchó con paciencia mi exposición. Mi idea era escribir un trabajo, «Datos Etnobotánicos», y publicarlo en una revista que se enfocaba exclusivamente en temas antropológicos del suroeste de los Estados Unidos.
Me proponía coleccionar plantas medicinales, llevar los especímenes al jardín Botánico de UCLA para que fueran identificados y luego describir por qué y cómo los utilizaban los indios del suroeste. Me veía coleccionando miles de especímenes. Hasta me vi publicando una pequeña enciclopedia sobre el tema.
El profesor se sonrió y me miró con una expresión de perdón.
No quiero disminuir tu entusiasmo me dijo en una voz cansada . Pero no puedo más que hacer un comentario negativo acerca de tu anhelo. El anhelo es bienvenido en el campo de la antropología, pero tiene que estar correctamente canalizado. Estamos todavía en la edad de oro de la antropología. Fue mi suerte estudiar con Alfred Króber y Robert Lowie, dos gigantes de las ciencias sociales. No he traicionado su confianza. La antropología es todavía la disciplina madre. Todas las otras disciplinas deben brotar de la antropología. El campo entero de la historia, por ejemplo debería llamarse «Antropología Histórica», y el campo de la filosofía debería ser «Antropología Filosófica». El hombre debe ser la medida de todo. Como consecuencia, la antropología, el estudio del hombre, debe ser el corazón de cada una de las otras disciplinas. Algún día lo será.
Lo miré, confuso. Él era, pensé, un viejo profesor benévolo, totalmente pasivo, que recientemente había sufrido un ataque cardíaco. Parecía que había yo tocado una fibra de pasión en él.
¿No cree que debe prestarle mayor atención a sus estudios formales? continuó . En vez de hacer trabajo de campo, ¿no sería mejor que estudiara lingüística? Tenemos en el departamento a uno de los lingüistas más conocidos del mundo. Si yo fuera usted, estaría a sus pies, absorbiendo cualquier cosa que pudiera de él.
También tenemos una autoridad de primera en religiones comparativas. Y hay unos antropólogos aquí que han hecho trabajo estupendo sobre sistemas de parentesco en las culturas del mundo, desde el punto de vista de la lingüística y desde el punto de vista de la cognición. Necesita usted mucha preparación. Pensar en hacer trabajo de campo a estas alturas es un insulto. ¡A los libros, joven! Eso es lo que aconsejo.
Tercamente, llevé mi propuesta a otro profesor, uno más joven. Pero no me dio más ayuda que el primero. Se rió de mí abiertamente. Me dijo que el trabajo que quería escribir era un trabajo del nivel del Ratón Mickey y que de ninguna manera era antropología.
Hoy día dijo afectando un aire profesorial , los antropólogos se ocupan de asuntos que son vigentes. Los médicos y farmacéuticos han investigado interminablemente todas las plantas medicinales del mundo. Ya no hay nada que hacer allí. La colección de datos que sugieres pertenece a principios del siglo pasado. Ya van doscientos años. ¿Te das cuenta de que existe algo que se llama progreso?
Continuó, dándome una definición y justificación para el progreso y la perfectibilidad como dos temas de discurso filosófico, que según él, eran muy vigentes en la antropología.
La antropología es la única disciplina que existe continuó , que claramente puede dar sustancia al concepto del progreso y de la perfectibilidad. A Dios gracias, existe todavía un rayo de esperanza a pesar del cinismo de nuestro tiempo. Sólo la antropología puede demostrar el verdadero desarrollo de la cultura y de la organización social. Sólo los antropólogos pueden demostrar a la humanidad, sin dejar duda alguna, el progreso del conocimiento humano. La cultura sufre cambios y sólo los antropólogos pueden presentar muestras de sociedades que caben dentro de claros cuchitriles en la línea del progreso y la perfectibilidad. ¡Eso es antropología! No una babosada de trabajo de campo, que no viene siendo trabajo de campo, sino sencillamente, una masturbación.
Eso fue un golpe a la cabeza para mí. Como último recurso, me fui a Arizona para hablar con antropólogos que estaban realmente haciendo trabajo de campo allí. Para entonces, estaba ya listo a abandonar la idea. Comprendía lo que los dos profesores querían decirme. Y no podría haber estado yo más de acuerdo. Mis intentos de hacer trabajo de campo eran de lo más burdos. Pero yo quería hacer algo, no simplemente ser rata de biblioteca.
En Arizona, conocí a un antropólogo muy experimentado en el trabajo de campo, que había escrito muchísimo, tanto sobre los yaquis de Arizona como también los de Sonora, México. Era extremadamente simpático. No se burló de mí ni me dio consejos. Sólo hizo el comentario de que las sociedades indígenas del suroeste eran muy aisladas y que aquellos indios desconfiaban de los extranjeros y hasta los aborrecían, sobre todo aquellos de origen hispano.
Uno de sus colegas de menos edad fue más abierto. Dijo que me valdría más leer los libros de los herbalistas. Era una autoridad en este tema y, según él, lo que había que explorar sobre las plantas medicinales del suroeste ya se había clasificado y presentado en varias publicaciones. Hasta llegó a decir que las fuentes de los curanderos indígenas del momento eran precisamente esas publicaciones, porque había desaparecido el conocimiento tradicional. Terminó por decir que si por casualidad existían aún prácticas tradicionales de curación, los indios no se las iban a divulgar a un extranjero.
Dedícate a algo que valga la pena me aconsejó . Investiga la antropología urbana. Hay mucho dinero en los estudios sobre el alcoholismo entre los indios en las grandes ciudades, por ejemplo. Vaya, eso es algo a lo que se puede dedicar cualquier antropólogo con facilidad. Ve y emborráchate con algunos indios en un bar. Entonces haces estadísticas de lo que te digan. Convierte todo en números. Eso, la antropología urbana, ésa sí es una disciplina que vale la pena.
No me quedaba otra opción que aceptar los consejos de estos experimentados y conocidos científicos sociales. Decidí volar de nuevo a Los Ángeles, pero otro antropólogo amigo mío me comentó que iba a viajar en coche por Arizona y Nuevo México, visitando todos los lugares donde había trabajado anteriormente, y así renovando sus relaciones con las personas que le habían servido de informantes antropológicos.
Eres más que bienvenido, si quieres acompañarme dijo . No voy a trabajar. Voy a visitarlos, tomar unas copas con ellos, hablar barbaridades. Les compré regalos: mantas, bebidas, chaquetas, munición para sus rifles de calibre veintidós. Mi coche está repleto de maravillas. Por lo general manejo sola cuando voy a verlos, pero siempre corro el riesgo de dormirme. Tú puedes hacerme compañía, mantenerme despierto, y manejar un poco si me emborracho.
Me sentía tan desdichado que le dije que no.
Lo siento, Bill dije . Este viaje no tiene sentido para mí. No veo la razón para seguir con la idea de hacer trabajo de campo.
No te rindas tan fácilmente me dijo Bill en tono paternal . Entrégate a la lucha y, si te vence, entonces déjalo, pero no así tan apaciguadamente. Ven conmigo a ver si te gusta el suroeste.
Rodeó mis hombros con su brazo. No pude menos que notar cuán inmenso y pesado era su brazo. Era alto y fornido, pero en los últimos años su cuerpo se había vuelto rígido. Había perdido su aire de niño grande. Su cara redonda ya no estaba llena, joven como lo había estado. Ahora parecía preocupado. Creía que se preocupaba porque estaba perdiendo el cabello, pero por momentos me parecía algo más. Y no era que estuviera más gordo; su cuerpo tenía una pesadez que era imposible explicar. Lo noté en su manera de andar, de levantarse, de sentarse. Parecía que Bill luchaba contra la gravedad con cada fibra de su ser, en todo lo que hacía.
Sin prestar atención a mis sentimientos de derrota, emprendí el viaje con él. Visitamos cada lugar donde había indios en Arizona y Nuevo México. Uno de los resultados finales de este viaje fue que descubrí que mi amigo antropólogo poseía dos facetas definidas. Me explicó que sus opiniones como antropólogo profesional eran muy mesuradas y congruentes con el pensamiento antropológico del momento, pero en lo personal, su trabajo de campo antropológico le había presentado experiencias de gran riqueza de las que nunca hablaba. Estas experiencias no eran congruentes con el pensamiento antropológico del momento porque eran sucesos imposibles de catalogar.
Durante el curso de nuestro viaje, invariablemente iba a tomar unos tragos con sus exinformantes, luego de lo cual se sentía muy relajado. Entonces yo tomaba el volante y manejaba, mientras él iba de pasajero sorbiendo de su botella de un Ballantine's añejo de treinta años. Era entonces cuando Bill hablaba de los sucesos que eran imposibles de catalogar. Nunca creí en los fantasmas dijo un día abruptameme . Nunca me metí en eso de apariciones y esencias flotantes, voces en la oscuridad, ya sabes. Mi crianza fue muy pragmática, muy seria. La ciencia siempre ha sido mi brújula.
Pero, trabajando en el campo, toda clase de mierda rara empezó a filtrarse hacia mí. Por ejemplo, una noche acompañé a unos indios en una búsqueda visionaria. Hasta iban a iniciarme penetrando los músculos de mi pecho, algo así de doloroso. Estaban preparando un temascal en el bosque. Me había resignado a someterme al dolor. Hasta me eché unos tragos para fortalecerme. Y entonces, el hombre que iba a servirme de intercesor con la gente que en realidad estaba encargada del rito, dio un grito de horror y señaló con el dedo a una oscura figura misteriosa que venía hacia nosotros.
»Cuando esta figura misteriosa se me acercó siguió Bill , vi que era un indio anciano vestido de la manera más estrafalaria que te puedas imaginar. Traía las vestimentas de los chamanes. El hombre que me acompañaba esa noche se desmayó desvergonzadamente al ver al anciano. El viejo se me acercó y me apuntó al pecho con el dedo. El dedo no era más que pellejo y hueso. Me balbuceó algo incomprensible. Ya a estas alturas, los demás habían visto al anciano y comenzaron a acercarse. Él se volvió hacia ellos y se quedaron paralizados, estupefactos. Los regañó por un momento. Su voz era inolvidable. Era como si hablara desde un tubo, o como si tuviera algo atado a la boca que le sacaba las palabras. Te juro que vi a aquel hombre hablando desde adentro de su cuerpo, y la boca emitía las palabras como si fuera un aparato mecánico. Después de regañar a los hombres, el anciano continuó caminando delante de mí, delante de ellos y desapareció en una oscuridad que se lo tragó.
Bill explicó que el plan de hacer el rito de iniciación se deshizo, nunca se realizó; y los hombres, incluyendo el chamán que era el líder, se sacudían de terror. Dijo que estaban tan aterrados que el grupo se deshizo y todos se fueron.
Gente que llevaba años de amistad siguió , nunca se volvió a hablar. Juraban que lo que habían visto era la aparición de un chamán increíblemente anciano y que les traería mala suerte si lo comentaban entre sí. De hecho, dijeron que el mero acto de mirarse uno al otro les traería mala suerte. La mayoría se fue del lugar.
¿Por qué sentían que el hablarse o verse les iba a traer mala suerte? le pregunté.
Ésas son sus creencias contestó . Una visión de esa naturaleza la interpretan como si la aparición les hubiera hablado a cada uno individualmente. Tener tal visión es para ellos la suerte de toda una vida.
¿Y qué es la cosa individual que les dijo la visión? pregunté.
Ni idea contestó . Nunca me explicaron nada. Cada vez que les preguntaba se quedaban profundamente entumecidos. No habían visto nada, no habían escuchado nada. Años después de lo ocurrido, el hombre que se desmayó junto a mí, me juró haber fingido el desmayo porque estaba tan asustado que no quería enfrentarse al anciano, y que lo que le había dicho se comprendía a un nivel distinto al del lenguaje.
Bill dijo que, en su caso, lo que la aparición le había pronunciado él lo entendió como algo que tenía que ver con su salud y sus expectativas en la vida.
¿Qué quieres decir con eso? le pregunté.
Las cosas no me van del todo bien confesó ; mi cuerpo no se siente bien.
¿Pero sabes lo que realmente tienes? le pregunté.
Oh, claro dijo con indiferencia . Me lo han dicho los médicos. Pero no me voy a preocupar ni voy a pensar en ello.
Las revelaciones de Bill me dejaron muy inquieto. Ésta era una faceta de su persona que no conocía. Siempre lo había considerado fuerte como un roble. Nunca lo había concebido como alguien vulnerable. No me cayó bien la conversación. Era, sin embargo, demasiado tarde para arrepentirme. Nuestro viaje continuó.
En otra ocasión, me dijo en confianza que los chamanes del suroeste eran capaces de transformarse en distintas entidades y que los esquemas categóricos de «chamán oso» o «chamán gato montés» no debían ser interpretados como eufemismos o metáforas porque no lo eran.
¿Puedes creer me dijo en tono de gran admiración que de veras hay algunos chamanes que se vuelven osos, o gatos monteses o águilas? No exagero y no estoy inventando nada, cuando digo que una vez fui testigo de la transformación de un chamán que se llamaba «Hombre del río» o «Chamán del río» o «Procede del río, Regresa al río». Andaba por las montañas de Nuevo México con este chamán. Le iba yo haciendo de chofer; él me tenía confianza y me dijo que iba en busca de su origen. Caminábamos por la ribera de un río cuando de pronto se agitó. Me dijo que me fuera a unas rocas altas y que me escondiera allí; que me cubriera la cabeza y la espalda con una manta, y que me asomara para no perderme lo que iba a hacer.
¿Qué iba a hacer? pregunté, incapaz de contenerme.
Yo no sabía me dijo . Tus conjeturas hubieran sido tan buenas como las mías. No tenía manera de concebir lo que iba a hacer. Se metió al agua completamente vestido. Cuando el agua le llegó a media pantorrilla, porque era un río ancho pero poco profundo, el chamán desapareció, se desvaneció. Antes de entrar en el agua, me dijo al oído que debería irme corriente abajo y esperarlo allí. Me señaló el lugar exacto. Claro que yo no le creí ni una palabra, así es que al principio ni me acordaba dónde debía esperarlo, pero encontré el lugar y lo vi salir del agua. Qué ridículo decir «salir del agua». Vi al chamán volverse agua y luego re hacerse del agua. ¿Puedes creerlo?
No tenía ningún comentario. Era imposible creerle, pero tampoco podía desconfiar de él. Era un hombre muy serio. La única explicación posible era que al continuar con nuestro viaje, bebía más y más. Tenía en la cajuela del coche veinticuatro botellas de whisky escocés para él solo. Bebía como una esponja.
Siempre he sido parcial a las mutaciones esotéricas de los chamanes me dijo en otra ocasión . No es que pueda explicar las mutaciones, o ni siquiera creer que ocurren, pero como ejercicio intelectual, estoy muy interesado en considerar que las mutaciones en culebra o gatos monteses no son tan difíciles como lo que hizo el chamán del agua. Es durante tales momentos cuando uso mi intelecto de manera tal que dejo de ser antropólogo, y empiezo a reaccionar como resultado de algo visceral. Mi sensación visceral es que esos chamanes hacen algo que no puede ser medido de manera científica ni discutido inteligentemente.
Hay, por ejemplo, chamanes de nubes que se vuelven nubes, vapor. Nunca he visto que esto ocurra, pero conocí a un chamán de nube. Nunca lo vi desaparecer o volverse vapor delante de mis ojos como vi al otro chamán volverse agua. Pero una vez, corrí detrás del chamán de nube, y simplemente se desvaneció en un lugar en el que no había dónde esconderse. No podía explicar dónde se había ido. No había ni rocas ni vegetación donde pudiera haber ido. Llegué menos de un minuto después que él, y ya no estaba.
»Anduve tras él por todas partes pidiéndole información continuó Bill . Ni una palabra. Era muy amable, pero nada más.
Bill me contó otras historias acerca de los conflictos y las divisiones políticas entre los indios en las distintas reservas, o historias de vendettas personales, enemistades, amistades, etc., etc., que no me interesaron para nada. En cambio, sus historias acerca de las mutaciones y apariciones de los chamanes me habían, en verdad, conmovido mucho. Estaba a la vez fascinado y consternado. Pero al tratar de pensar por qué estaba fascinado o consternado, no podía explicarlo. Todo lo que hubiera dicho era que sus historias acerca de los chamanes me dieron un golpe a un nivel desconocido y visceral.
Otra realización que pude verificar durante este viaje fue que el mundo social indígena del suroeste estaba verdaderamente vedado a los de afuera. Pude aceptar finalmente que necesitaba mucha preparación en la ciencia de la antropología y que eso era más factible que hacer trabajo de campo en un área en que no tenía ni conocimiento ni entrada.
Al terminar el viaje, Bill me llevó a la estación de autobuses Greyhound en Nogales, Arizona, para mi viaje de regreso a Los Ángeles. Mientras estábamos sentados en la sala de espera antes de que llegara el autobús, me consoló de manera paternal, recordándome que las derrotas eran de esperarse en el campo de la antropología y que nos daban mayor propósito o madurez como antropólogos.
De pronto se inclinó y con un ligero gesto de la barbilla me indicó que mirara hacia el otro lado de la sala.
Creo que ese viejo sentado en la banca junto al rincón es el mismo del que te hablé me dijo al oído-. No estoy del todo seguro, porque sólo lo vi frente a frente una vez. Cuando te hablaba de los chamanes y de sus transformaciones, te dije que una vez había conocido a un chamán de nube.
Sí, sí, claro que me acuerdo le dije . ¿Es ese hombre el chamán de nube?
No dijo enfáticamente . Pero creo que es compañero o maestro suyo. Los vi a los dos a la distancia hace muchos años.
Sí recordaba que Bill había mencionado muy de paso, pero no en relación al chamán de nube, que sabía de la existencia de un anciano misterioso que era chamán jubilado, un indio viejo misántropo de Yuma, que una vez había sido un chamán aterrador. La relación entre el chamán de nube y el anciano nunca había sido expresada por mi amigo, pero evidentemente, estaba fresca en la mente de Bill a tal extremo, que creía habérmela relatado.
Una ansiedad extrema me sobrevino y salté de mi asiento. Como si no tuviera voluntad propia, me acerqué al anciano, y le solté una perorata sobre mi conocimiento de las plantas medicinales y del chamanismo entre los indios americanos del llano y sus antepasados siberianos. Como tema secundario, le comenté al anciano que sabía que era chamán. Terminé asegurándole que sería muy beneficioso para él si hablaba largamente conmigo.
Aunque sólo sea dije con petulancia , podríamos hacer intercambios de historias. Usted me cuenta las suyas y yo correspondo con las mías.
El anciano mantuvo la vista baja hasta el último momento. Entonces me escudriñó.
Yo soy Juan Matus me dijo mirándome directamente a los ojos.
Mi perorata no debería haber terminado allí de ninguna manera, pero por ninguna razón en la que pudiera pensar, sentí que ya no había nada más que decir. Quería decirle mi nombre. Levantó la mano a la altura de mis labios, como para prevenírmelo.
En ese instante llegó un autobús a la parada. El anciano murmuró que era el autobús que esperaba y, muy sinceramente, me dijo que lo buscara para conversar con mayor libertad e intercambiar historias. Había una pequeña sonrisa irónica en su boca al decir esto. Con una agilidad increíble para un hombre de su edad (le hacía unos ochenta años), cubrió en unos cuantos pasos los cuarenta metros que había entre la banca donde había estado sentado y la puerta del autobús. Como si el autobús hubiera parado sólo para recogerlo, partió en cuanto él saltó al interior y la puerta se había cerrado.
Después de que se fue, regresé a la banca donde Bill permanecía sentado.
¿Qué te dijo, qué te dijo? me preguntó muy agitado.
Me sugirió que lo buscara y que fuera a visitarlo a su casa contesté . Hasta me dijo que allí podíamos conversar.
Pero, ¿qué le dijiste para conseguir que te invitara a su casa? me exigió.
Le dije a Bill que había utilizado mi mejor arte de vendedor y que le había prometido revelarle todo lo que sabía yo desde el punto de vista de mis lecturas, sobre las plantas medicinales.
Bill, evidentemente, no me creyó. Me acusó de mentirle.
Conozco a la gente del lugar dijo agresivamente , y ese viejo es un pedo muy estrafalario. No habla con nadie, ni siquiera con los indios. ¿Por qué se dispone a hablar contigo, un total desconocido? ¡Ni siquiera tienes gracia!
Era muy evidente que Bill se había enfadado conmigo. Yo no entendía por qué. No me atrevía a pedirle una explicación. Me daba la impresión de que estaba un poco celoso. Quizá pensaba que yo había logrado lo que él no había podido. Sin embargo, mi éxito había pasado tan inadvertido para mí que no tenía ningún significado. Aparte de lo que me había dicho Bill, yo no tenía ningún concepto de lo difícil que era acercarse al anciano, y no me importaba un pío. En aquel momento, no le vi nada extraordinario a nuestro intercambio de palabras. Me asombraba que Bill se hubiera enfadado tanto.
¿Sabes dónde vive? le pregunté.
No tengo la menor idea respondió en tono cortante . He oído decir que no vive en ninguna parte, que simplemente aparece aquí y allá inesperadamente, cagadas de esa índole. Lo más probable es que viva en una choza por Nogales, México.
¿Por qué es el viejo tan importante? le pregunté . Mi pregunta me dio el valor para añadir : Pareces estar enfadado porque me habló. ¿Por qué?
Sin más ni más, me admitió que estaba disgustado porque sabía lo inútil que era tratar de hablar con el viejo.
Ese viejo es un malcriado sin par añadió . Lo mejor que puedes esperar es que se te quede mirando sin decirte una palabra cuando le hablas. Otras veces, ni te mira; es como si no existieras. La única vez que intenté hablar con él, me dejó con la palabra en la boca. ¿Sabes lo que me dijo? «Si yo fuera usted, no gastaría mi energía abriendo la boca. Consérvela. La necesita». Si no fuera un pedo tan viejo, le hubiera dado una en la nariz.
Le indiqué a Bill que eso de «viejo» era más bien una figura retórica que una descripción real. En realidad, no parecía ser tan viejo, aunque definitivamente lo era. Tenía tremendo vigor y agilidad. Sentí que le habría ido muy mal a Bill si hubiera intentado darle un moquete en la nariz. El viejo indio estaba muy poderoso. De hecho, daba miedo.
No le di voz a mis pensamientos. Dejé que Bill siguiera relatándome su disgusto con las groserías del viejo, y cómo lo hubiera tratado si no fuera que el viejo estaba tan débil.
¿Quién crees que puede informarme dónde vive? le pregunté.
A lo mejor alguien en Yuma respondió ya más tranquilo . Quizá la gente que te presenté al principio del viaje. No pierdes nada en preguntarles. Diles que te mandé yo.
En seguida cambié mis planes y en vez de regresar a Los Ángeles, me fui directamente a Yuma, Arizona. Busqué a las personas que me había presentado Bill. No sabían dónde vivía el anciano, pero los comentarios que hicieron sobre él me despertaron aún más mi curiosidad. Dijeron que no era de Yuma, sino de Sonora, México, y que en su juventud había sido un chamán temible que hacía magia y hechizaba a la gente, pero que la edad lo había templado y que se había vuelto un ermitaño asceta. Comentaron que aunque era yaqui, en un momento andaba con un grupo de mexicanos que según se decía, sabían mucho acerca de la práctica del hechizo. Estaban todos de acuerdo en que no habían visto a ese hombre durante muchos años.
Uno de ellos añadió que aunque el viejo era contemporáneo de su abuelo, mientras que su abuelo estaba senil y guardaba cama, el brujo parecía tener más vigor que nunca. El mismo hombre me refirió con una gente de Hermosillo, la capital de Sonora, que podía conocer al viejo y contarme más acerca de él. La idea de ir a México no me agradaba nada. Sonora estaba demasiado lejos de la región que me interesaba. Además, razoné que sería mejor dedicarme a la antropología urbana, y regresé a Los Ángeles. Pero antes de partir, escudriñé todos los contornos de Yuma, buscando información sobre el viejo. Nadie sabía nada de él.
Ya en camino en el autobús, sentí algo extraño. Por un lado, me sentí curado del todo de mi obsesión con la idea del trabajo de campo o mi interés en el viejo. Por otro lado, sentía una rara nostalgia. Era, con toda sinceridad, algo que nunca había experimentado. Su novedad me conmovió profundamente. Era una mezcla de ansiedad y anhelo, como si me estuviera perdiendo algo de tremenda importancia. Tuve la clara sensación al acercarme a Los Ángeles, de que lo que había actuado sobre mí en Yuma empezaba a desvanecerse con la distancia; pero ese desvanecimiento sólo incrementaba mi injustificado anhelo.

Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)


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